Los jujeños se predisponen a esperar a sus seres queridos que ya murieron el primer día de noviembre, Día de "Todos los Santos", cuando se dice que las almas regresan a sus casas. El 2 de noviembre, Día de los "Fieles Difuntos", es cuando deben visitarlos en los cementerios.
Las familias ya se predisponen a tener todo listo, a efectos de esperar a las almas de sus seres queridos y homenajearlos con aquellas cosas que a ellos les gustaban en vida. Para ello preparan una gran mesa de ofrendas y una suerte de altar en la cual dejarán comida, bebida, coca, cigarrillos y panes.
Los colores del mantel de la mesa de ofrendas son distintos si el alma es de una persona grande (negro) o un niño (blanco).
También existen diferencias si es “almita nueva” (murió en el año que se realiza el ritual) o tiene más años de su partida. El primer año, la reunión refleja tristeza. El segundo es más alegre y en el tercero, se lo despide con alegría.
Se preparan las ofrendas en cada familia, donde las abuelas tienen un papel fundamental porque se encargan de transmitir lo que saben a las siguientes generaciones, inculcan el respeto, rezan y son portadoras de toda la sabiduría que les fue dando la vida.
Las ofrendas son panes con formas de animales (palomitas, perros, llamas víboras, gatos) personas (angelitos, niños,) y lugar especial tienen “los turcos”, que son figuras humanas realizadas como pan, pero pintadas de negro, u objetos (escaleras, sillas, cruces) que representan algo muy caro a los sentimientos de las almas a las cuales se está esperando.
También se realizan bebidas como chicha de maíz, maní, vino, cerveza, agua mineral y comidas que eran del agrado del “difunto”, como una manera de decirle que lo recuerdan con amor y esperan su visita. Todos los quehaceres se realizan “en comunidad y dentro de las casas”.
En la Puna, existe la costumbre muy arraigada, de elegir la “madrina” de la mesa, que será la encargada, el último día, de repartir todo lo que quedó en la mesa de ofrendas. En algunos lugares de Jujuy también se hace la ceremonia del “compadrazgo” la cual se realiza entre las personas que reciben “los turcos” y se elige otra que hará la representación del “papito cura” y otra del “sacristán”.
En general se escoge para esos papeles a los integrantes de la familia o amigos que tienen dones histriónicos. Ellos serán los encargados de “bautizar a las guagüitas de pan”, cuyos padres serán los nuevos “compadres” y “comadres”, los que se comprometen a respetarse y cuidarse en ésta y en la otra vida, como parientes que ya son.
Se preparan primero las cosas saladas en horno de barro, colocándolas en grandes canastas. Es así porque se cree que el alma vendrá acompañada de otros parientes y amigos que invitará a su casa.
En segundo lugar se preparan las cosas dulces, en formas de panes, empanadillas, roscas, capias, de formas sencillas. La noche anterior al primero de noviembre se prepara la mesa de ofrendas. Esta es, en general larga y grande y debe estar ubicada cerca de una puerta o una ventana, para que las almas cuando lleguen las puedan ver con facilidad.
En algunos lugares se colocan mesas más pequeñas arriba de la mayor, semejando un altar. Una vez colocadas, se extiende un mantel negro (luto) que cubre la totalidad de las mesas, y en lo posible, llega hasta el piso y por encima de las mesas, es decir que una parte del mantel va suspendida con clavos. Esto representa el cielo (es especialmente para las almas nuevas).
Luego se disponen de manera prolija las ofrendas de pan, saladas y dulces, las golosinas y las figuras que simbolizan lo religioso (palomas, cruces, ángeles, escaleras al cielo) y por último se ubican las coronas, las flores (una para cada una de las almas que se esperan) y se pronuncian sus nombres. Los colores claros son para las almas más jóvenes y los oscuros para las más antiguas.
Las comidas se terminan de preparar el 1° de noviembre al mediodía (distintos guisos, mote, choclos, y todas aquellas comidas que eran del gusto de “la almita” que están esperando. Es de remarcar que la chicha se divide en dos cuencos. Uno más grande que se coloca debajo de la mesa grande y uno más pequeño, sobre la mesa.
Y entonces llega el momento más importante del ritual: la vigilia
Esperan toda la noche a las almitas, recordando etapas de su vida, chistes, alegrías, penas, se cuentan anécdotas alegres, etc. Y llega el momento entonces de servir primero, a los que ayudaron, a los parientes y amigos, las comidas y todas las ofrendas que se realizaron, y luego, a los que comienzan a llegar para acompañar a los familiares y amigos.
El 2 de noviembre, luego de comer y beber, es el momento de salir de las casas y visitar el cementerio para llevar las flores y coronas, que fueron realizadas a ese efecto, con diversas formas, colores y tamaños. Algunos también llevan parte de las comidas que prepararon para convidar a los presentes en el “campo santo”, sin distinguir si son amigos o parientes. Es momento de compartir.
Y así llega el último momento del ritual: al regreso a las casas, se deben levantar las ofrendas y los presentes en general llevan una bolsa o canasta para llevarse a su casa comidas dulces, saladas, golosinas, para comer después de haber terminado los guisos, palomitas y haber bebido todo lo preparado.
Vale aclarar que este es un resumen de la arquitecta Valentina Millón y la profesora de historia Silvia Rey Campero, en referencia de las prácticas rituales realizadas para estas fechas en las diversas zonas de nuestra provincia.
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