Meditaciones: Martes Santo

Meditaciones: Martes Santo

Reflexión para meditar el Martes Santo. Los temas propuestos son: Pedro se sorprende por el anuncio de su propia traición; Jesús quiere enseñarle a Pedro lo que le hará invencible; Dios cuenta con nuestra fragilidad para hacer la Redención.

«EN VERDAD es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro. Porque se acercan los días de su pasión salvadora y de su resurrección gloriosa; en ellos se actualiza su triunfo sobre la soberbia del antiguo enemigo y celebramos el misterio de nuestra redención»1. Avanza la Semana Santa. Queremos acompañar a Jesús y a su Madre. Nos gustaría no perdernos ni un detalle, estar atentos a cualquier gesto, ser un apoyo para ellos en estos momentos duros y amargos. Pero sobre todo queremos agradecer tanto derroche de amor, tanta paciencia y tanta bondad.

El Evangelio de la Misa de hoy nos narra el anuncio de las negaciones de san Pedro. En el clima íntimo de la Última Cena este apóstol se sorprende de que Jesús le anuncie su traición. No sale de su asombro. No comprende cómo alguien puede ser tan ruin. «¿Tú darás la vida por mí? En verdad, en verdad te digo que no cantará el gallo sin que me hayas negado tres veces» (Jn 13,38). Pedro desea ser fiel hasta la muerte. No quería que su Maestro fuera a la Cruz porque no lo consideraba algo digno de él. Ya fue reprendido por esa confusión, pero sigue sin poder aceptar ese aparente fracaso.

A su modo piensa que está dispuesto a dar la vida por el Señor. De hecho, sacará la espada en el momento del prendimiento de Jesús y se enfrentará a todo un pelotón que viene armado para apresar a su Señor. Valentía no le falta y aprecio por Jesús tampoco, aunque a su manera. Los hechos van a demostrarle que no basta con estas cualidades. Es más necesaria todavía la humildad. Pedro necesita todavía mucho conocimiento propio y sobre todo mucho conocimiento de Dios. Jesús no deja de formar a su primer Vicario hasta el último instante. Estas lecciones son las más importantes de su vida. Pedro no va a ser roca por su fortaleza. Es Dios quien le va a sostener y es preciso que él pruebe y guste hasta qué punto sus fuerzas van a ser insuficientes.

EN UNO de sus sermones, San Bernardo trata de explicarnos por qué nuestros fallos no deben obsesionarnos. Quiere más bien que pongamos atención a lo que Dios está dispuesto a hacer por cada uno, también por Pedro: «Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido —dice el Apóstol— la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios»2.

La traición de Pedro aparece en el Evangelio de hoy junto con el anuncio de la de Judas. Hay una gran diferencia entre ambas. Pedro la puso en manos de Jesús, se dejó mirar por él. Apartó la vista de sus errores y sus fuerzas y aprendió a confiar en la bondad de Dios, en sus planes, en sus modos de hacer. Pedro no estaba engañando a Jesús cuando le decía que iba a ser fiel hasta la muerte. Lo que le sucedía es que confiaba demasiado en sus fuerzas. Judas no reconoció en ningún momento ante Jesús su traición. Siempre trató de guardar las apariencias ante él. A Pedro las apariencias no le importaban, al menos con Jesús. Sí que le traicionaron luego, delante de la portera del Sanedrín.

Por eso, podrían haberle servido al pescador de Cafarnaún aquellas palabras de san Agustín para prevenir su desconcierto: «Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia»3. Pensaba que su amor a Jesús era ya grande, suficiente para soportar cualquier prueba, y más si era un ataque violento. Le fue más fácil permanecer fiel ante los soldados que ante un “enemigo” más frágil en apariencia. La portera del Sanedrín acabó con la confianza de Pedro en sí mismo. Era necesaria esa liberación. Pedro descubrió así el camino de su propio abajamiento para poder seguir a Cristo. Liberado de sus fuerzas y sus deseos fue capaz de adaptarse a los planes de Dios y ser fiel a su Señor.

«MUCHAS VECES pensamos que Dios se basa sólo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad. (...) El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que el Espíritu la saca a la luz con ternura. La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros (...). Tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia»4.

Qué paz y qué descanso saber que Pedro ha ido por delante también en esto para ser un ejemplo para nosotros. Qué suerte no tener que confiar en nuestras fuerzas. Qué alegría nos da contar con un muro inexpugnable que nos defiende si queremos ponernos detrás de él. Qué deseos de no confiar en nuestras aptitudes para la misión que nos ha sido encomendada y que claramente nos excede. Qué grande debe de ser el amor de Dios para lograr hacer las maravillas que soñamos con nuestra pobre colaboración.

Santa Teresita del Niño Jesús se refería a esta escena con palabras muy claras: «Comprendo muy bien que san Pedro cayera. El pobre san Pedro confiaba en sí mismo, en vez de confiar únicamente en la fuerza de Dios. (...) Estoy convencida de que si san Pedro hubiese dicho humildemente a Jesús: “Concédeme fuerzas para seguirte hasta la muerte”, las habría obtenido inmediatamente. (...) antes de gobernar a toda la Iglesia, que está llena de pecadores, le convenía experimentar en su propia carne lo poco que puede el hombre sin la ayuda de Dios»5.

«Por eso cuando con el corazón encendido le decimos al Señor que sí, que le seremos fieles, que estamos dispuestos a cualquier sacrificio, le diremos: Jesús, con tu gracia; Madre mía, con tu ayuda. ¡Soy tan frágil, cometo tantos errores, tantas pequeñas equivocaciones, que me veo capaz —si me dejas— de cometerlas grandes!»6.

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