El obispo de Mendoza, Marcelo Colombo, alerta sobre la crisis y el decaimiento general de la sociedad. Asegura que cuesta trasladar las inquietudes y que la grieta se potencia desde arriba, desde la dirigencia. "Se grita y se grita cada vez más fuerte, sin escucharse", cuestiona.
Como sacerdote, Marcelo Colombo tomó una relevancia social importante en coincidencia con la llegada del papa Francisco al Vaticano, pues lo nombró obispo de La Rioja, provincia donde tuvo una fuerte participación social. El mismo Bergoglio lo trasladó a Mendoza y ahora, ya arraigado, el actual vicepresidente de la Conferencia Episcopal alerta sobre la agudización de la crisis y el impacto sobre las personas. "Hay un decaimiento muy grande y mucha desconfianza", asegura. Ha tenido participación activa en situaciones complejas, como la crisis generada por el impulso a la minería. Colombo asegura que la grieta se genera "desde arriba" y que hay dificultades para que la clase dirigente escuche.
- Estamos viviendo una situación que es muy tangible en la calle, de una crisis económica, social, política también, y no lo podría decir. Cómo lo percibe usted como obispo de Mendoza que percibe en la calle? En ese sentido.
-Efectivamente estamos viviendo un momento difícil. En general, se percibe mucha preocupación sobre todo lo que tiene que ver con el bajo poder adquisitivo de los salarios, el crecimiento de los precios. También algunas inquietudes que afronta la gente de a pie, como puede ser el pago de los alquileres o la cuota que se le disparó de los créditos uva, o también lo que puede llegar a ser el tema laboral. Hay distintos indicadores que llaman a estar preocupados. En mi caso, como obispo, yo podría hablar de una crisis espiritual. Es decir, hay un momento de decaimiento grande en la población que tiene que ver por un lado con una desconfianza de todo lo que nos llega a través de la comunicación, de la información y a la vez como una especie de relación traumática con los datos de la realidad. Porque todos nos golpean en el sentido de seguir desconfiando. Y es muy difícil construir sin confianza en los vínculos entre los ciudadanos y los poderes públicos, en los ciudadanos entre sí. Creo que es un tiempo donde todo nos invita a buscarle la vuelta para el reencuentro.
-Además de la pobreza que se puede tener por ingresos, hay algo más profundo.
-Hay un abatimiento general que pesa. Y sobre todo esta sensación de que cada vez es peor y que lo que tiene que ver con las expectativas respecto a la evolución de la dinámica institucional o los procesos políticos que en vez de mejorar, nos desilusionan o nos llaman a un descreimiento. Entonces ahí es cuando de parte mía, como pastor, está la preocupación por animar a la gente a participar, a tener confianza también en las propias fuerzas, de poder hacer un aporte allí donde uno está, donde uno vive, donde uno se desarrolla, se desempeña. Me toca trabajar con jóvenes, sea sacerdotes, jóvenes, familias, jóvenes con muchachos y chicas jóvenes que tienen derecho a un futuro y nosotros tenemos que involucrarnos.
-¿La información que ha generado la Iglesia, a través de la Universidad Católica por ejemplo, ha tenido algún tipo de eco con los poderes públicos, con los actores sociales?
-Nosotros aquí en Mendoza tenemos una filial del Observatorio de la Deuda Social de la UCA y a partir de algunos elementos que hemos tenido, como los informes y los hemos puesto a disposición del señor Gobernador y de todos los intendentes. No hace mucho hemos tenido la posibilidad de exponer en la Legislatura ese informe. Nos cuesta a veces que se hagan eco de estas invitaciones.
-¿A nivel institucional qué grado de preocupación hay desde la Conferencia Episcopal sobre el futuro de Argentina?
-Nosotros sobre todo hemos tratado de manifestarnos en el sentido de una comunicación más empática, o sea, buscar comunicarnos realmente con el otro. Nos damos cuenta de que hay una exacerbación de los ánimos y que, además de los problemas estructurales que existen, hay muchas cosas que tienen que ver con personalismos y con búsquedas de resolver lo propio, el propio espectro de intereses. Nosotros decimos desde la conferencia abramos el escenario a charlar los temas y pongámonos de entrada lo más en empatía con el otro para comunicarlo.
-Ha ocurrido con mensajes del papa Francisco, sacerdotes, referente o laicos que se manifiestan de una determinada manera y automáticamente son catalogados o incluidos en alguno de los sectores de la grieta.
-Es muy difícil porque está todo exacerbado de tal manera que no estoy recibiendo lo que el otro quiere proponerme. Al día siguiente del atentado fallido contra la vicepresidenta, hicimos un llamamiento desde la Iglesia Católica a las otras confesiones y credos para ese domingo tener un momento de oración que fue precioso en la catedral. Vinieron muy pocas personas, pero la expresión de los cultos de las religiones presentes en Mendoza era precisamente la de trabajar juntos por la paz. Entonces, este deseo manifiesto está ahora cuando quieren voltear una cosa de un lado o del otro. Es muy difícil de parte nuestra de contrarrestar esa mala interpretación o esa mirada sesgada sobre lo que dice el Papa, sobre lo que es el Papa. La verdad es que el Papa es muy claro. Tiene signos que son muy visibles, muy precisos y en algunos casos tiene el cuidado de un jefe de Estado cuando se trata del involucramiento de naciones. Pero ha sido un magisterio muy preciso en cada momento, con un timing distinto de las hoy diríamos, de las redes sociales o de los medios. Y ese también tiene que ver con un cierto respeto institucional y con la búsqueda de cuando uno manifiesta algo que sea efectivo porque decir algo para que después sea peor. La verdad es que tengo que decir las cosas de modo que lleguen y tenga eficacia.
-¿Cómo hacer para superar esas grietas?
-A mí me parece que es la dinámica de dos. La lógica de la comunicación que veo en muchos aspectos es la dinámica de gritarse, gritarse cada vez más fuerte y nadie escucha lo que el otro quiere decir. Y esto es desesperante y a la vez es absolutamente inútil, porque nos deja exhaustos y más pobres que antes, más pobres humanamente.
-En un momento clave en la crisis de 2001-2002, la Iglesia tuvo un rol importante. ¿Pueden cumplir un rol similar?
-La Iglesia tiene esta vocación, naturalmente, de ser puente. Pero también entiende que no lo hace sola, sino que quiere hacerlo con las otras religiones, con las otras confesiones cristianas. Porque nuestro testimonio tiene una vigencia que va más allá de los fieles, de la propia Iglesia, que tiene que ser también un mensaje para cualquier hombre o mujer de buena voluntad. Entonces hay una vocación de diálogo y de esta imagen de tender la mesa de poder, que hablen los que tienen que hablar, porque lo técnico es específico de los protagonistas de cada sector de la política.
- Mencionó al principio que hay una crisis de credibilidad. Parece que hoy las personas no creen en las personas. ¿Qué pasa, que no creemos en el otro?
-Quizás hay toda una sospecha de los discursos. No de los discursos muy armados, de los discursos de marketing. Hay modos de presentarnos frente a los otros que nos hace sospechosos. Yo creo que lo que más nos ayuda es la actuación concreta y un lenguaje sencillo donde también nos manifestemos frágiles y vulnerables en nuestra propia forma de actuar, porque todos necesitamos corrección, rectificación y aprender de los errores.
-Eso es no creer en las personas. Que un vecino no crea en el otro, que un amigo no crea en el otro.
-Nosotros en Mendoza tenemos una buena convivencia. Yo vivo en Maipú y percibo que la gente, en las comunidades de los barrios en general hay muy buena relación. Desde mi pago chico, yo puedo decir que la gente tiene una confianza incluso en el comercio de cercanía, la vendedora, el vendedor que al que siempre le compra, es decir. Por eso lo doloroso es cuando compramos internamente estos problemas de relación más a nivel macro.
-Digamos de arriba hacia abajo se imponen las grietas
-Se genera en nuestro modos de opinar o de incluso cómo nos hacemos eco de algunos de algunos temas. Pero cuando se trata de nuestra vida, yo creo que la gente todavía en Mendoza tiene un modo de vida muy sano hacia adelante.
-¿Han especulado sobre qué puede ocurrir si no hay algún cambio?
-Nosotros, como Iglesia a partir del Papa Francisco estamos trabajando mucho en la cuestión de la participación. Nos preocupa mucho la participación de todos en temas que en la Iglesia son muy fuertes, como el clericalismo, es decir, la preponderancia no solo del ministro religioso, sino de lo que los laicos creen del ministro religioso o una escasa relevancia que se le dé a las decisiones a las mujeres. Este tema está afrontado hoy en la Iglesia Católica con un pronóstico muy bueno. Esto mismo llevado a los jóvenes, a los pobres, a algunas minorías, a las a las diversidades, es una posibilidad enorme de un mayor consenso social.
-Porque la Iglesia también sufrió la crisis de credibilidad.
-Por supuesto. Pero también estamos en este momento viendo cómo algunos sectores se hacen presentes de una manera muy rica, muy viva. Y tenemos estos ámbitos de reflexión. Nosotros lo llamamos Sínodo, que quiere decir caminar.
-A la Iglesia le ha costado
-Por un lado yo te hablaba del pago chico, me refería a algunos sectores de Mendoza, pero la ciudad de Mendoza es cosmopolita y tampoco se le escapa. Entonces, lo que han sido muchas veces niveles de diálogo institucional, la Iglesia, por ejemplo, los primeros debates entre los políticos, los propuso la pastoral universitaria. De manera que esto para decir que la Iglesia a este tema del diálogo no le escapa, quizás sí. Lo que tenemos que trabajar más es la importancia de cada fiel. La dimensión del sacerdote o del obispo tiene que ver con el servicio que presta en lo sagrado, pero después, en el nivel de la discusión, del lado de la opinión. Valorar, valorar cada opinión, valorar todas las opiniones.
-¿Si tuviera que ordenar las prioridades o las preocupaciones en el plano social para recomendarle al gobierno por dónde empezaría?
-Las fuentes genuinas de trabajo. Y ciertamente después el achicamiento de los gastos de la política. Yo creo que los gobiernos están haciendo algo, están buscando algo. Quizás una racionalidad en los gastos de la política que no vaya en desmedro de la participación sino en lo que significa los a nivel sueldos o a nivel de volumen de empleo, de funcionarios o de redimensionamiento de algunas carteras. Eso en todos los niveles. Después soy un poco menos experto en los temas de la economía, pero imagino que todo tiene que ver también con la confianza en el peso, y también ciertas políticas de especulación.
-Qué mensaje daría en este momento de tensión a la comunidad y a los decisores?
-Creo que hemos anticipado peligrosamente el tiempo electoral, y hemos desgastado unas energías infinitas. Hubiera sido muy importante en este año buscar consensos. Las mayorías y las mayorías, que son circunstanciales, tienen que tener la capacidad de valorar al otro. Si yo pienso que voy a gobernar por 100 años y no escucho a otros sectores corro el riesgo de perder la oportunidad de escuchar alertas importantes. Este es un año para construir consensos. La política exige jugar todos los tiempos, pero no se puede descuidad construir el pago chico. Todos los actores tenemos que ponernos al hombre esto, pero no cerrarnos los oídos y no enojarnos si los datos no son los esperados.
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