En este pasaje, como en otros del Evangelio de la infancia, Mateo tiene profusión de citas y alusiones del Antiguo testamento. Hay sólo otra sección de los evangelios escritos que tiene un número similar de referencias al Antiguo Testamento y son las narraciones de la pasión. En el cuádruple relato de la vida de Jesús, en cambio, estas referencias aparecen muy raras veces, a no ser precisamente en mateo que menciona con frecuencia el Antiguo Testamento. Pero, aun así, en relación con el resto de la obra, son los relatos de la infancia –tanto en Mateo como en Lucas- los que más abundan en alusiones al Antiguo Testamento.
1- El lugar prominente del Antiguo Testamento en estas narraciones, parece sugerir que estamos frente a una especie de técnica midráshica, encontrada no pocas veces en la escritura veterotestamentaria; técnica que tenía por finalidad primaria la edificación espiritual del pueblo, sin mucho interés por lo histórico como lo entendemos ahora.
Así, en ausencia de una tradición apostólica auténtica por los hechos de la infancia o su auténtica interpretación, estos evangelistas (Lucas y Mateo) han coleccionado reminiscencias familiares vagamente recordadas, rellenando los esquemas con profusión de temas y citas del Antiguo Testamento, sean explícitas, sean incluso implícitas.
Este método midráshico es ventajoso para nosotros, porque destaca –más allá de la “historia” como la entendemos ahora- el mensaje religioso que el evangelista quiere comunicarnos; e incluso en nosotros podemos emplearlo en nuestra contemplación, imitando a la Virgen, que –como dice Lc 2, 19. 51- “guardaba todas estas cosas, confiriéndolas (o dándoles vueltas) en su corazón”. Es el “reflectir” ignaciano.
2- “Nacido Jesús en Belén de Judea” (v. 1)
Una de las afirmaciones más repetidas de los evangelios de la infancia es la ascendencia davídica de Jesús y su nacimiento en Belén.
Según el estilo peculiar de los evangelios de la infancia que indicamos más arriba, el episodio entero de los magos está montado sobre la cita de Miq 5, 1.
Este profeta, contemporáneo de Isaías, ha descrito, en los vv. 11-13 del capítulo 4, los inútiles proyectos de las naciones (Asiria, en este caso) contra Sión. A partir del v. 14 y en los primeros del capítulo 5, Miqueas canta la gloria futura de la dinastía davídica. A la fortaleza de Sión (v. 14) se contrapone la pequeñez aparente de Belén Efratá, de la cual saldrá en nuevo David:
“Mas tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti ha de salir aquel que ha de dominar en Israel y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los orígenes de entonces. Por eso Yahveh los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz a la que ha de dar a luz, y el resto de sus hermanos volverán a los hijos de Israel” (Miq 5, 1-3).
La mención de “la que ha de dar a luz” y el evidente paralelismo con la profecía de Emmanuel de Is 7, 14, sitúan la predicción (o promesa, luego veremos) de Miqueas en una perspectiva mesiánica; y Mateo atribuye esta interpretación (2, 6) a los “sumos sacerdotes y escribas” consultados por Herodes.
Mateo introduce variantes curiosas en el texto de Miqueas: el Efratá se convierte en “tierra de Judá”, con lo cual queda más clara la intención de individualizar la ciudad, distinguiéndola de su homónima Galilea, en la tribu de Zabulón.
En calificativo “la menor”, puesto por el profeta, es negado expresamente por Mateo. O sea, la cita de Mateo lleva implícita una glosa explicativa de Miqueas: este había dicho que Belén era “la menor entre las familias de Judá”, añadiendo, sin embargo, que de ella nacería “aquel que ha de dominar en Israel”; y Mateo interpreta perfectamente el sentido profético cuando dice que “no eres, no, la menor, porque de ti saldrá un caudillo”.
Por último, la añadidura final (“que apacentará a mi pueblo Israel”), tomada de 2 Sam 5, 2, subraya el carácter de segundo David que corresponde al Mesías prometido.
3- “Unos magos que venían de Oriente” (v. 1)
La indicación del origen es muy vaga; pero tal vez es consciente en Mateo, que puede considerar esta indicación como suficiente para sus lectores.
Si se admite, como parece que debe admitirse, que los magos del Evangelio son persas (un preciso dato arqueológico del tiempo de Constantino muestra la antigüedad de la tradición que hace, a los magos, oriundos de Persia), podemos decir algo más sobre su condición: los magos de Persia, en sus orígenes, no tienen nada que ver con los prestidigitadores egipcios, ni con los astrólogos caldeos, ni en general con los adictos a la magia.
En los libros sagrados del mazdeísmo, “magos” equivalen a “seguidores de la doctrina de Zaratustra” fueron, según Herodoto, una de las tribus que poblaron la media y con el tiempo vinieron a formar la casta sacerdotal dedicada al culto de Ahura Mazda, en el cual se conservó bastante pura la doctrina mazdeísta, que ofrecía interesantes puntos de contacto con las creencias mosaicas y, más concretamente, con la esperanza mesiánica del Antiguo Testamento. Porque Zaratustra había enseñado la existencia de dos principios eternos (Ahura Mazda, principio del Bien, y Anra Mazda, principio del Mal), entre quienes existía una lucha perpetua por el dominio del mundo, que acabaría con la victoria del Bien sobre el Mal, que será la “verdad encarnada” y nacerá de una virgen “sin que ningún hombre se le acerque”.
Este concepto de Auxiliador mazdeísta es, sin duda posterior a Zaratustra, que vivió en el siglo VI a.C.; consiguientemente, puede ser muy bien efecto del influjo que en los persas ejercieron –durante la cautividad judía en Babilonia- las esperanzas mesiánicas del pueblo judío. Aún en la hipótesis, menos probable, de que dicho concepto –resto de la revelación primitiva- fuera, en los persas, anterior al contacto con los judíos, es muy posible que, al conocer las esperanzas de estos respecto del Mesías, lo identificaran aquellos con su esperado Auxiliador y fuera ganando terreno la idea de que el Mesías-Auxiliador había de ser rey de los judíos.
4- “¿Dónde está el Rey de los judíos?”
La pregunta que la extraña caravana de los magos orientales repetía por las estrechas callejas de Jerusalén hubo de parecer duro sarcasmo a los judíos que la oyeron, sometidos al poder romano; y se comprende también que suscitará la turbación del suspicaz Herodes. Y, sin embargo, el hecho que anunciaban era el meollo de la esperanza del pueblo judío, esperanza que para esas fechas habría traspasado ampliamente las fronteras geográficas de Palestina.
El conocimiento de los Libros Santos, traducidos al griego dos siglos antes de Jesucristo, había difundido, por todo el mundo, la esperanza de un rey que había de venir de Judea: los historiadores romanos (Tácito y Suetonio), al describir la guerra de los judíos del año 70 d.C., señalaban, como causa principal de su fanatismo, la fe ciega en sus profecías; pero creían que estas se habían cumplido en Vespasiano y Tito.
La pregunta de los magos estaba, pues, perfectamente en la línea d esta creencia, extendida por todo el Oriente.
5- “Pues vimos su estrella” (v.2).
Constituye un elemento prodigioso del relato: los magos se han puesto en camino porque han visto “una estrella en el Oriente”. Y no es necesario pensar en un fenómeno natural, sino que –siguiendo el estilo misdráshico que dijimos tener en este relato- se puede pensar en la luz mesiánica anunciada por Isaías 9, 1-5; 60, 1-3. 5-6: “El pueblo que andaba a oscuras vio una gran luz”; “¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz!”.
Además, Balaam profetizaba “una estrella de Jacob”: “Lo veo, aunque no para ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel”. Esta estrella no es nunca un fenómeno atmosférico, sino que está siempre personificada; y así creemos que hay una relación entre la estrella de Balaam y la del episodio de los magos. Los famosos vaticinios de Balaam (Núm 21, 1,; 24, 25), llamado por el rey de Moab para maldecir a Israel (Núm 23,7), sólo pueden entenderse a la luz del género literario augural que describe los acontecimientos futuros con figuras astrológicas tomadas de la observación del Zodíaco: el parentesco de estos vaticinios con las bendiciones de Jacob (Gn 49) –otra pieza literaria augural de carácter astrológico- es evidente; y huelga decir que el carácter relevado de ambas profecías no es incompatible con su expresión literaria en imágenes astrológicas.
Ahora bien, en la mentalidad astrológica orienta, realeza y estrella se corresponden en la constelación de Leo, y más concretamente, en la estrella que luce en el pecho de este, conocida con el nombre de Régulo: esto explicaría la naturalidad con que los magos –conocedores acaso de los augurios de Jacob (Gn 49) y Balaam acostumbrados al lenguaje astrológico oriental- hablan, como de cosa sabia, de la estrella del rey de los judíos.
El episodio de los magos nos brinda una prueba más de la providencia de la condescendencia de Dios que se acomoda a las disposiciones naturales de los que quiere salvar. A los pastores –gente sencilla y dispuestas a admitir sin trabajo o sobrenatural- les envía unos ángeles; a los rabinos de Jerusalén, aferrados a la letra de la Ley, los invita, con ocasión de la pregunta de los magos, a fijarse en los libros sagrados que hablaban de la venida del Mesías; a Herodes, indiferente en maneras religiosas y sensible tan sólo a los peligros de perder su reino terreno, le sacude la conciencia con la alarmante noticia de que ha nacido –y no precisamente en su palacio- un rey de los judíos. Y para los magos, que esperaban la venida del Mesías-Auxiliador, cuya vida creían asociada al curso de una estrella, produce milagrosamente este fenómeno extraño, cuya naturaleza en vano intentarán descubrir los hombres de ciencia, porque, en la mente, de Dios, no estuvo sujeta a las áridas e inflexibles leyes astronómicas, sino sólo a la ley inefable y divina de su amor condescendiente, vaticinada en el Antiguo Testamento.
6- “Le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra” (v. 11).
El episodio de los magos se cierra con el homenaje de adoración al Niño, a quien “vieron con María, su madre; y, postrándose, le adoraron” (v. 11).
Es curioso que los libros sagrados (Gn 3, 15; Is 7, 14; Miq 5, 2) se fijan en la madre, silenciando completamente al padre. De donde sería forzoso concluir el nacimiento virginal del Mesías.
A la vez que la adoración –y de paso- Mateo menciona los dones que le ofrecieron al Niño, citando implícitamente a Is 60, 6, que dice que “un sinfín de camellos te cubrirá (a Jerusalén) […]. Todos ellos de Sabá vienen, portadores de oro e incienso”, pero añadiendo la mirra.
También el Salmo 72 (71), cantando la gloria de Salomón con colores típicamente mesiánicos, decía:
“Los reyes de Tarsis y de las islas le traerán tributo; los reyes de Sabá y de Seba le pagarán tributo; postrándose ante él todos los reyes, le servirán todas las naciones. Y mientras viva, se le dará el oro de Sabá” (vv. 10-11. 15).
La teología alusiva de Mateo ve, sin duda, en esta ofrenda, el cumplimiento de las profecías mesiánicas. La mirra no figuraba en las descripciones proféticas; pero el hecho de que Nicodemo la empleara para embalsar el cuerpo de Jesús (Jn 19, 39), motivó tal vez la explicación simbólica tradicional, según la cual el oro significa la realeza, el incienso la divinidad y la mirra la pasión.
Herederos de aquellos primeros gentiles, llamados a adorar al recién nacido Mesías, no debemos contentarnos con el frío reconocimiento de su medianidad: a la adoración rendida, deberá acompañar la ofrenda generosa de nuestro ser que, en Ejercicio, podría tomar la forma de “las oblaciones de mayor estima y mayor momento, haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano…”, como san Ignacio lo indica en la oblación al Rey eternal (EE 97-98).
Se ha pretendido que el relato de los Magos no sería de mateo. Habría entonces que admitir que la obra de un falsario genial, que se posesionaría de la manera de escribir del mismo –su hábito de citar el Antiguo Testamento- y que, incluso, expresaría la idea profunda de su teología.
¿Por qué no ver aquí la obra del evangelista que, antes de comenzar su Evangelio –y como “prólogo” del mismo- nos presentaría su “argumento”: Jesús, Hijo de David e hijo de Abraham (Mt 1, 1), Mesías de los judíos e Hijo de Dios no ha sido recibido por su pueblo. Los judíos, que ignoraban las profecías, han recibido de los judíos su tenor y su interpretación; y han ido a Belén a adorar el Niño, marcado por la estrella.
Jesús, el Mesías de los judíos e Hijo de Dios, es el Salvador de todos los hombres, sin “distinción entre judío y griego, pues uno mismo es el señor de todos, rico para todos los que lo invocan, pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Rom 10, 12-13, citando a Jl 3,5).
7- No hemos contemplado los vv. 3-8, que se refieren a la reacción de Herodes, a la consulta que hizo as los “sumos sacerdotes y escribas del pueblo” (v. 4) y al diálogo que tuvo con los magos encargándoles que, cuando encuentren al niño, se lo comuniquen, “para ir yo también a adorar”: todos estos versículos sirven de preparación para el relato de huida a Egipto (vv. 13-18) y de su vuelta de allí (vv. 19, 23).
8- Dijimos más arriba, que el anuncio de un profeta podía ser predicción o promesa.
La predicción pertenecer al orden del “saber” y dice de antemano lo que va a suceder. No compromete, por tanto, la libertad de quien hace en último término (Dios, por boca del profeta, que por eso llama “profeta”: habla “en nombre de Dios”), sino sus dotes.
La promesa compromete algo más que el saber anticipado: quien promete, com-promete su libertad. Pone delante de sí (pro-mete), en un camino que aún está por hacerse, un “punto”; y declara que la vida ha de pasar por ese “punto”.
La promesa supone continuidad y fidelidad. Establece un vínculo entre el que promete (Dios, en último término que, como dijimos, habla por boca del profeta) y el que recibe la promesa.
La predicción es “neutra” y no tiene vínculo de fidelidad entre el que predice y el que oye (el pueblo de Dios, a quien se dirige la predilección).
¿Hay predicción en la Biblia?
Es posible, pero están siempre al servicio de la promesa. Por eso, lo que interesa a los evangelistas, cuando citan –explícita o implícitamente- una profecía, es ante todo la promesa; y su recurso a la escritura está al servicio de la certeza de que Dios es un padre, un pastor y que se ocupa de su pueblo como de una viña y que media, en su corazón, su proyecto salvífico, que adelanta en “promesas”.
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