El líder brasileño llega a la crispada cumbre de la CELAC con un garante divino. Gestos y coincidencias en el modelo de integración. Cómo se gestó esa cercanía.
Por Guillermo Villarreal
La idea de la Patria Grande siempre estuvo en el sueño de Jorge Bergoglio. No es nuevo; está en la esencia del jesuita que nació, vivió y escuchó de cerca el grito de los pobres y de la tierra latinoamericana, y se inspiró en el filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré y su idea de una unidad continental visible y efectiva. Nunca le puso nombre y apellido a quién considera puede liderar esa anhelada integración regional, y siendo papa seguramente no lo hará; pero sus muchos gestos, de antes y de ahora, revelan -infieren en ambientes eclesiásticos y políticos- que sí hay un posible elegido: Luiz Inácio Lula da Silva.
El mandatario brasileño estará la próxima semana en Buenos Aires participando de la VII Cumbre de Presidentes de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), crispada por Junto por el Cambio a raíz de la presencia de otros mandatarios que consideran representantes del Eje del Mal regional. Lo unen al pontífice argentino los puntos comunes, no los opuestos. Las coincidentes sobre cuáles son las prioridades y las luchas que hay que dar en la región: pobreza, trabajo digno, movimientos populares, pueblos indígenas, Amazonía, medioambiente, fortalecimiento de las instituciones democráticas, desafíos comerciales, sistema financiero…
Los muchos gestos del papa Francisco hacia Lula, que no suele tener con otros líderes latinoamericanos, abonan a la idea de que el brasileño puede ser su “apóstol”, “el elegido”, para construir desde lo pragmático una América Latina fuerte y unida, porque como advierten los dos asesores pontificios para la región –la teóloga argentina Emilce Cuda y el filósofo mexicano Rodrigo Guerra- dividida tiene una enorme fragilidad.
No hay que ir muy lejos para encontrar esos gestos papales. El más reciente fue el 9 de enero, cuando el pontífice incluyó una referencia puntual a la crisis en Brasil provocada por la alzada golpista de seguidores radicales del expresidente Jair Bolsonaro. Un día después de la toma de las sedes del Congreso, el Palacio de Planalto y el Supremo Tribunal de Justicia en Brasilia, en el tradicional discurso de principio de año ante el Cuerpo Diplomático acreditado en la Santa Sede, Francisco expresó su preocupación por la situación e instó a superar la “lógica partidista” que debilita la democracia en Latinoamérica.
A mediados de diciembre pasado, en una entrevista al diario español ABC, Bergoglio criticó los juicios contra líderes políticos y sociales latinoamericanos basados en lo que consideró “fake news” y apuntó a los medios que crean “ambiente” para favorecerlos basados en el lawfare y que terminan “destruyendo a una persona”. Lo hizo refiriéndose exclusivamente al caso del presidente brasileño, al que evaluó como un proceso judicial “paradigmático”, y sin hacer referencia alguna a la condena que había recibido el 6 de aquel mes la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
En la previa al balotaje en que Lula superó a Bolsonaro, dándole su tercer tiempo al líder del Partido de los Trabajadores (PT), otra frase del pontífice se interpretó como un elíptico apoyo. Esta vez ante el importante número de personas que asistían a una de las audiencias generales de los miércoles en el Vaticano. "Rezo a Nuestra Señora de Aparecida que proteja y cuide al pueblo brasilero", dijo el papa, invocando a la patrona de Brasil, y agregó: "Que lo libere del odio, de la intolerancia y de la violencia".
El 13 febrero de 2020, Francisco recibió a Lula durante una hora en la Casa Santa Marta del Vaticano. El encuentro se constituyó en la primera salida de Brasil del dirigente petista tras pasar 580 días en prisión y no poder participar de las elecciones presidenciales de 2018. En mayo de 2019, antes de la revocación de las condenas que había recibido en la causa conocida como la Operación Lava Jato y mientras permanecía en una cárcel de Curitiba, el pontífice le envió una carta –en respuesta a otra- en la que le manifestaba su "proximidad espiritual" y le pedía a Lula "coraje" para "no desanimarse" y "seguir confiando en Dios". Antes, en junio de 2018, Bergoglio le envió un rosario bendecido; gesto que los allegados al político hicieron notar en las redes sociales.
Hay pocos datos sobre cómo nació esa cercanía espiritual entre Lula y Bergoglio. Fuentes eclesiásticas consultadas por Letra P estimaron que se remonta a 2007, cuando el entonces arzobispo de Buenos Aires viajó a Aparecida, una ciudad del estado de San Pablo, para participar de una asamblea general de obispos latinoamericanos y caribeños en la que el argentino comenzó a dar muestras de su liderazgo eclesiástico internacional.
Las fuentes consultadas dan a entender incluso que hubo un encuentro “ocasional y breve” entre ellos gestado por el fallecido cardenal Claudio Hummes, quien estaba al frente de la Pastoral Obrera que le dio cobertura al movimiento sindical liderado por Lula en las huelgas contra la dictadura militar en los años 70. El purpurado brasileño fue clave para la elección papal de Bergoglio y quien le sugirió llamarse Francisco tras pedirle: “No te olvides de los pobres”.
En su primer viaje al exterior en julio de 2013, el nexo de Francisco con las autoridades políticas brasileñas que encabezaba Dilma Rousseff fue –más allá de los representantes eclesiásticos- el exseminarista Gilberto Carvalho, persona de confianza del actual presidente y quien organizó que la gira papal incluyera la visita a una favela de la zona norte de Rio de Janeiro. Hoy la relación Lula-Bergoglio Bergoglio-Lula es más personal y directa, mediante intercambios epistolares y correos electrónicos.
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