Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
Cuando era joven iba caminando en la peregrinación juvenil al Santuario de Nuestra Señora de Luján. Una experiencia muy fuerte de fe, de compartir el camino, la noche, el cansancio, las lágrimas. En esas ocasiones he caminado junto a con jóvenes y adultos que llevan pesadas cargas y angustias profundas. En todos habita la certeza de ir al encuentro de una Madre que nos ama y cuida de cada uno.
Recuerdo historias de enfermedades, traiciones, desocupación, soledad…
Y yo mismo, atravesando momentos de oscuridad y prueba; caminar y rezar masticando contradicción puesta con confianza en las manos de la Virgen. “Madre, vos me conocés, vos sabés lo que hay en mi corazón… no me dejes aflojar…”
A su casa vamos a pedir y a dar gracias.
Con María tuve la experiencia de su ternura en el camino. Ella, la que sabe curar las heridas. Mujer que fue atravesada por la espada del dolor y que en su corazón hace lugar a “la vida como viene”. Siempre nos abraza con cariño y comprensión infinita. No tenemos nada que explicar ni justificar, ella ya sabe.
Fui hilvanando estos recuerdos ante la cercanía de la Solemnidad de Nuestra Señora de Luján mañana, 8 de mayo. El milagro de la carreta que no se pudo mover hasta que bajaron su pequeña imagen es el comienzo de una larga historia que nos muestra que sigue queriendo reunirnos como familia de los hijos de Dios.
Es una presencia permanente en la Iglesia para llevarnos a Jesús.
Acercarnos a María es compartir la vida con quienes nos reconocemos de su familia. Mirando a los hombres y mujeres que peregrinan a su Santuario surge también una misión: para ayudar a la Virgen tenemos que atender la mesa de los pobres, visitar a sus hijos enfermos, acompañar a quienes sufren soledad y abandono.
En abril del 2020 estaba prevista la realización del Congreso Mariano Nacional en Catamarca, que debió ser suspendida por la pandemia. Finalmente se realizó de modo virtual en agosto de ese mismo año. El lema elegido: “María, Madre del Pueblo, esperanza nuestra”. Contemplando a la Virgen andamos confiados.
En nuestro país, estamos comenzando procesos eleccionarios en varias provincias. Le pedimos que nos ayude a cuidar la Patria para que no se resquebraje el tejido social, que no crezca la violencia en los corazones y los barrios.
Todos anhelamos que las elecciones se desarrollen con normalidad. De ello son responsables el Estado, los Partidos Políticos y los Ciudadanos. A cada uno le corresponde un papel y una responsabilidad que hacen al bien de la República.
La semana pasada tuvimos Asamblea de los obispos de la Argentina. Entregamos un mensaje teniendo en cuenta que estamos cumpliendo 40 años de recuperación de la Democracia en la Argentina. Allí compartimos que “día tras día vemos un pueblo que sufre. Pesa el agobio del desencanto, las promesas incumplidas, los sueños rotos. Pesa también la falta de un horizonte claro para nuestros hijos. Angustia sentir que es cada vez más difícil poner el pan en la mesa, cuidar la salud, imaginar un futuro para los jóvenes. Se suman el miedo a salir a la calle, la violencia y la agresión generalizada. Se hace sentir cada vez más la pérdida de los valores que sostenían la vida familiar y social.
Nos duele en el alma la deserción de los chicos del colegio, las aulas reemplazadas por una esquina o un rincón peligroso a la vista de madres impotentes. Volvemos a olvidar que la mejor política de seguridad es la educación”.
Virgencita de Luján, ruega por nosotros.
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