Con una misa presidida por monseñor García, las parroquias de la diócesis de San Justo que integran las barriadas matanceras "Padre Bachi", recordaron al padre Mugica a 48 años de su muerte.
Con una misa presidida por el obispo de San Justo, monseñor Eduardo Horacio García, las parroquias de las barriadas matanceras “Padre Bachi” recordaron este sábado 14 de mayo al padre Carlos Mugica, a 48 años de su muerte.
La Eucaristía estuvo concelebrada por sacerdotes de los barrios, y tuvo lugar en el santuario del Sagrado Corazón, donde las comunidades se reunieron para reflexionar sobre la figura del padre Mugica, mientras que los niños y niñas de los clubes parroquiales participaron de un campeonato de futbol y hockey.
En su homilía el obispo se refirió al Evangelio diciendo: “Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos. Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos míos, me queda poco tiempo entre ustedes». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son como pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan sin el Maestro? ¿Qué será del pueblo en el que sembró una esperanza nueva?”, planteó.
“Jesús les hace un regalo: «les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado». Si se quieren mutuamente con el amor con que Jesús los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos”, aseguró el obispo.
“El estilo de amar de Jesús es inconfundible. No se acerca a las personas buscando su propio interés o satisfacción, su seguridad o bienestar. Sólo parece interesarse en hacer el bien, acoger, regalar lo mejor que él tiene, ofrecer amistad, ayudar a vivir. Lo recordarán así años más tarde en las primeras comunidades cristianas: «Pasó toda su vida haciendo el bien»”, señaló.
“Nada de amor romanticón de novela turca. Amor con todas las palabras. ‘Amor que da la cara’. Nunca se escondió para curar, sanar perdonar, compartir el pan. Por eso reconocerán que son sus discípulos. La única vez que hizo algo a puertas cerradas con los discípulos fue para poner las cosas en claro: «La señal por la que conocerán todos que son discípulos míos será que se aman unos a otros». Lo suyo, no será la confesión de una doctrina, ni la observancia de unos ritos, ni el cumplimiento de una disciplina, sino el amor vivido con su espíritu de Jesús. En ese amor está su identidad”.
“Un amor con la fuerza que se pone al servicio de quienes lo pueden necesitar más. Hace sitio en su corazón y en su vida a quienes no tienen sitio en la sociedad ni en la preocupación de la gente. Un amor que defiende a los débiles y pequeños, los que no tienen poder para defenderse a sí mismos, los que no son grandes o importantes para nadie. Se acerca a quienes están solos y desvalidos, los que no tienen a nadie”, enumeró.
“El amor y la fe necesitan gestos que lo hagan visible, hombres y mujeres libres que lo hagan carne donde vemos reflejadas las palabras de Jesús, que dejaron de ser palabras para transformarse en vida. Palabra que en algunos se hace carne y sangre por el martirio. derramaron su sangre”, valoró.
Y en referencia al padre Mugica, expresó: “Celebramos juntos la vida de un testigo, protagonista y mártir de ese amor. Él vivió el amor activo y creador que lo llevaba a una actitud de servicio y de lucha contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir a los más vulnerables”.
“El Padre Carlos vivió un amor que dio la cara, y puso su cara por aquellos a los que no les quedaba más remedio que acostumbrarse a ir muriendo de poco en la indignidad”.
En ese sentido, destacó la enseñanza que dejó el padre Carlos: “El Evangelio es real, se cumple la promesa cuando se vive a fondo y se cree desde las entrañas. Solo si el grano de trigo muere da fruto; y este es fruto, ustedes son el fruto”.
Y parafraseando a monseñor Romero, agregó: “El padre Carlos ha resucitado en el pueblo villero, en las barriadas y en todos los que han tomado su bandera que es la bandera del Jesús de mateo 25”.
La otra enseñanza, agregó, es “por un lado, que en este mundo no hay amor verdadero, cojonudo, auténtico, sin sufrimiento; y por otro, que el sufrimiento sin amor es el infierno”.
“Carlos sintió y vivió el infierno de los que sufren porque el mundo los ignora y se puso a quererlos, y sabía que para quererlos tenía que buscarles casa, techo, agua, guiso, dignidad y eso le iba a traer sufrimiento. Pero puso la cara, no tenía nada que esconder”.
“El martirio es un don, la hora del martirio no se elige, pero sí se prepara. Y Carlos la fue preparando desde anticipadas muertes, la muerte a su comodidad de familia, la muerte a su aspiración de ser un profesional importante, la muerte a enredarse en la sotana en temas que no van más lejos de la distancia que se recorre entre la biblioteca y la sacristía, la muerte al miedo y a la difamación, la muerte al carrerismo político, pequeñas muertes, muertes adelantadoras de una muerte en la aquellos que pretendían callar su voz, pero que sin embargo la agigantaron y hoy sigue resonando en medio del pueblo”, valoró monseñor García.
“Frente a quienes reniegan de la calidad de su martirio, tanto de Carlos como muchos que han sido matados, sabemos fueron hombres y también tuvieron sus errores. Pero el hecho de que les quitaran la vida por vivir a fondo la pasión de Jesús y no haber sido cobardes, poniendo la cara a la amenaza y la muerte agazapada es tan valioso como un bautismo de sangre. Y se han purificado. Tenemos que respetar y agradecer su memoria”.
“Lo importante a la hora del martirio no es el tormento, ni el dolor, ni la sangre. Lo que importa del martirio, como lo importante del sacrificio de Jesús en la cruz, es el amor. Amar siempre va a implicar renunciar, y a veces renuncia dolorosa: la renuncia a uno mismo, el perder la vida para ganarla. Carlos la perdió, pero muchos la ganaron porque el Evangelio es real y Dios nunca deja a su pueblo en la estacada”, concluyó.+
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