Empatía más allá de las creencias y capacidad de romper los prejuicios. Una asociación judía de Viena -Shalom Alaikum- es el inesperado apoyo que han encontrado cientos de refugiados musulmanes para rehacer su vida en Austria.
Sentados en círculo sobre una alfombra en el suelo, una familia de refugiados afgana recuerda el duro viaje que ha recorrido hasta llegar a Viena. A su lado, mientras escucha, una mujer judía hace mimos al miembro más pequeño, una bebé de siete meses.
Ella es Golda Schlaff, una de las responsables de Shalom Alaikum, fundada en Viena en otoño de 2015 para ayudar a los refugiados musulmanes a adaptarse a una nueva cultura.
Su nombre es una mezcla entre la palabra hebrea “Shalom” (“Paz”) y la árabe “Alaikum” (“sea contigo”) y fue creada con el objetivo de eliminar los prejuicios entre judíos y musulmanes.
“Todos tenemos diferentes maneras de creer en el mismo Dios”, afirma Schlaff, que hasta el momento ha ayudado a más de 35 familias, unas 200 personas, de Afganistán, Argelia, Irak, Irán, Nigeria o Siria, con las que nunca ha tenido un problema por sus diferentes religiones.
Aunque la asociación fue concebida como judía y sus responsables profesan esta fe, su valor fundamental es la “tolerancia”, afirma Schlaff, así que acogen voluntarios de cualquier creencia.
La financiación proviene de donaciones privadas y el pasado octubre recibieron un premio del Ministerio de Exteriores austríaco, dotado con 2.000 euros.
La familia de Zohal, que prefiere mantener su apellido en el anonimato, sólo tiene palabras de agradecimiento para Shalom Alaikum por toda la ayuda que han recibido, afirma la joven de 18 años, que llegó a Viena hace un año y medio con su abuela, sus padres, cinco hermanos y su prometido, después de recorrer cientos de kilómetros a pie desde su Parwan natal.
En mitad de la conversación colocan en el centro varias tazas de té y manzana recién cortada. La familia ha perdido todo menos dos cosas: la sonrisa y la generosidad.
En el lateral de un armario, en frente de una cama de una de las dos habitaciones con las que cuenta su apartamento, llama la atención un gran póster hecho a mano con palabras en alemán como “médico”, “dentista”, “oftalmólogo” o “medicamentos”.
Los padres de Zohal apenas hablan alemán, pero su madre hizo ese mural y lo colocó frente a su cama para no olvidar un vocabulario que ella considera fundamental para el cuidado de los niños.
“Nosotros ya hemos vivido. Lo que queremos es un futuro mejor para nuestros hijos”, comenta el padre en su lengua materna, mientras ve emocionado cómo su hija le traduce en un idioma que hace un año la niña desconocía.
Shalom Alaikum se encarga de buscar colegios para los niños refugiados que no tienen acceso automático a la educación obligatoria austríaca al estar fuera del rango de edad, explica Schlaff.
Zohal, junto a su hermano de 17 años, ha conseguido entrar en la educación pública y a ella solo le quedan cuatro años para terminar la educación secundaria.
Después, si consigue entrar en la universidad, quiere ser médico, el mismo deseo que tienen dos de sus hermanos más pequeños, de 13 y 12 años.
Por eso, sabe que tiene que estudiar mucho, no sólo alemán, sino también inglés, idioma que aprende de forma autodidacta leyendo cuentos de niños pequeños cuando llega a casa, mientras espera con su familia la entrevista para poder conseguir el derecho de asilo.
El alemán también lo dominan las hijas de 10 y 11 años de Khaled y Asma, de Irak, quienes, con muchos kilómetros a sus espaldas, cruzaron a pie las fronteras de Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia y Hungría hasta llegar a Austria, donde se quedaron al no poder seguir avanzando, estaban extenuados.
Naturales de Bagdad, intentaron encontrar la paz en otras dos ciudades iraquíes antes de emprender su exilio al extranjero, pero les fue imposible, explica Khaled, quien también relata cómo en Grecia tuvieron que dormir en la calle.
“Teníamos mucho miedo (en Irak)”, recuerda apenada Asma, mientras sirve unos panecillos caseros y un trozo de bizcocho que esa misma mañana ha preparado junto a su marido.
Khaled, mecánico, y Asma, ingeniera, no pueden trabajar en Austria hasta que no consigan el asilo, por el que llevan esperando un año y medio, así que emplean su tiempo en aprender alemán.
Gracias a la asociación, según Schlaff, los refugiados pueden acceder a cursos más avanzados -que en la mayoría de los casos el sistema austríaco no cubre-, y tener más oportunidades en el mercado laboral.
Ninguna de las dos familias se plantea volver en un futuro a sus países de origen, ya que, dada la inestabilidad de la región, aunque cesen las hostilidades, no se puede prever una paz duradera, lamenta Khaled.
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