Por Ricardo Romano
Muchos años antes del extraordinario acontecimiento del advenimiento de un Papa argentino, otro Pontífice, surgido también de las periferias políticas del mundo, dejó una impronta imborrable en nuestra historia, no sólo por su activismo en favor de la paz sino por la identificación que tantos sentimos con su mensaje pastoral.
Su pontificado y el de Francisco constituyen signos de la Providencia hacia nuestro país que a ningún argentino de bien pueden dejar indiferente.
Un 2 de Abril de hace diez años pasaba a la inmortalidad Juan Pablo II, el hombre que intervino para evitarnos una guerra fratricida con nuestros hermanos chilenos, que visitó dos veces nuestro país recorriéndolo de punta a punta, y que formuló una encíclica (Laborem Exercens) que fue fuente de inspiración para todos aquellos dirigentes y militantes que pensábamos que el trabajo es ante todo para el hombre un lugar en la vida.
Aquella Carta Encíclica que Juan Pablo II promulgó el 14 de septiembre de 1981 contenía fundamentos para la defensa de la dignidad humana del trabajo de una total identidad con la Doctrina Justicialista. Fue por ello que un grupo de dirigentes, cuadros políticos y sindicales impulsamos la constitución de la Fundación Laborem Exercens para contribuir a instituir política y gremialmente los caminos que el Papa ecuménicamente abría desde la fe.
Laborem Exercens fue una encíclica que sorprendió a todos los que –partiendo de la falsa dicotomía ideológica que había instituido la Guerra Fría- pretendían encasillar al Papa Wojtyla en el conservadurismo. Porque en aquel documento histórico, Juan Pablo II denunciaba por igual a los socialismos “colectivistas”, que trataban a los seres humanos como instrumentos de producción, negándoles la autonomía de personas, como al “capitalismo salvaje” que los reducía a una mera mercancía sujeta al juego de la oferta y la demanda.
“A pesar de todo –escribió Karol Wojtyla-, el peligro de considerar el trabajo como una ‘mercancía sui generis’, o como una anónima ‘fuerza’ necesaria para la producción (se habla incluso de ‘fuerza-trabajo’), existe siempre, especialmente cuando toda la visual de la problemática económica esté caracterizada por las premisas del economismo materialista”.
El trabajo otorga dignidad al trabajador; por eso la desocupación es uno de los mayores dramas humanos, ya que priva a la persona de la posibilidad de ser partícipe de una obra creadora.
Laborem Exercens ponía énfasis en los puntos de contacto más esenciales entre la Doctrina Social de la Iglesia y las categorías de pensamiento del Justicialismo y ello explica el impacto y la movilización que generó en nuestro Movimiento.
Uno de los dirigentes gremiales más entusiasta en esta iniciativa fue Jorge Triaca, dirigente del sindicato Unión Obreros y Empleados Plásticos – quien sumó a otros referentes gremiales, como Saúl Ubaldini, José Rodríguez, Armando Cavalieri, Oscar Lescano y Osvaldo Borda, entre otros. Se había despertado en muchos de ellos el entusiasmo de emular a Lech Walesa en su lucha contra la dictadura marxista en Polonia que tantos puntos en común tenía con la realidad argentina bajo el Proceso militar. La Fundación se proponía ser el correlato del sindicato Solidaridad que había contribuido al derrumbe de la dictadura totalitaria de cuño soviético.
Recuerdo que para Triaca, y obviamente para Ubaldini, la Fundación Laborem Exercens era una herramienta para la búsqueda de una fuerte interrelación entre la Iglesia, la CGT y los diferentes sectores del trabajo y la produccióndispuestos a promover una iniciativa política y gremial tan distante del liberalismo materialista y apátrida como del marxismo.
Laborem Exercens tenía un punto entero dedicado a los sindicatos que, para “la doctrina social católica”, son “un exponente de la lucha por la justicia social, por los justos derechos de los hombres del trabajo”. Pero advertía también que no se trata de “una lucha ‘contra’ los demás”. Aunque en “cuestiones controvertidas” pueda asumir un carácter de “oposición”, ello “sucede en consideración del bien de la justicia social”. Y agregaba: “El trabajo tiene como característica propia que, antes que nada, une a los hombres y en esto consiste su fuerza social: la fuerza de construir una comunidad. En definitiva, en esta comunidad deben unirse de algún modo tanto los que trabajan como los que disponen de los medios de producción o son sus propietarios”.
Cuando Juan Pablo II vino a la Argentina, besó el suelo patrio al descender del avión como acostumbraba a hacer en sus viajes pastorales, y dijo: “Doy los pasos que doy, no como los da el mundo, sino como yo los doy”, ratificando quela autoridad se construye contra la corriente y que cuando uno defiende una sólida verdad, no hay viento de moda alguno que la pueda arrastrar.
Por ello ya es hora de “ponerse la Patria al hombro” como pedía incansablemente Jorge Bergoglio en su constante peregrinar como Cardenal de Buenos Aires, y de unir fuerzas e ideas para que en un ejercicio político colectivo de responsabilidad le saquemos definitivamente en nuestro país el “cepo” a la verdad.
Tanto aportó Juan Pablo II a nuestro país, como tanto dolió que a las exequias de uno de los Papas más amados, en las que se dieron cita para despedirlo decenas de miles de fieles y millones de personas estuvieron representadas por los más altos mandatarios y personalidades del mundo, el Presidente argentino en ejercicio haya faltado a la cita.
Fue un acto severo de ingratitud, concurrente con el de su sucesora que, hoy, desconociendo el legado justicialista y el espíritu de Laborem Exercens, busca enfrentar a unos trabajadores con otros.
Pero la política es el destino. Y el destino hizo que fuese otro argentino, el Papa Francisco, quien presidiera la ceremonia de canonización de Karol Wojtyla, el 27 de abril del año pasado, poniéndonos a la altura de las circunstancias, al decir de él (y de Juan XXIII): “Conocieron las tragedias del siglo XX, pero no fueron derrotados por ellas. Más fuerte en ellos fue la fe en Cristo, redentor del hombre y Señor de la Historia”. Y al decir ahora, a diez años de su fallecimiento: “Su ejemplo y su testimonio están vivos entre nosotros”.
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