De Juan Grabois a Victoria Villarruel: por qué el Papa les abre las puertas a todos

De Juan Grabois a Victoria Villarruel: por qué el Papa les abre las puertas a todos

Tras recibir este viernes al secretario de Culto de la Nación, Francisco se apresta a hacerlo el lunes con la vicepresidenta, que está en las antípodas del dirigente social con quien el pontífice estuvo días pasados en un encuentro de movimientos sociales

Sergio Rubín

Las visitas de argentinos al Papa Francisco se convirtieron con frecuencia en los casi once años de su pontificado en motivo de fuertes críticas a Jorge Bergoglio. El hecho de que recibiera a determinadas personas -que muchos consideran corruptas- y el tiempo que les dedicaba, así como la cara que les ponía y las situaciones que a veces se suscitaban y que quedaban patentizadas en imágenes -que, se sabe, valen más que mil palabras- suscitaron hasta severas descalificaciones al pontífice.

Seamos claros: se le adjudicó -y se le sigue adjudicando- una simpatía cuasi facciosa por los dirigentes peronistas en general y kirchneristas en particular. Al fin de cuentas, apuntan sus críticos, dijo que había que “ayudar a Cristina” y, en cambio, a Mauricio le dedicó un gesto adusto. ¿No es acaso amigo de Juan Grabois, a quien designó como consultor de un organismo vaticano? ¿Y no le envió un rosario a Milagro Sala? O sea, no harían falta más pruebas.

Más aún: se le atribuye a Jorge Bergoglio ser un “Papa peronista” porque supuestamente fue parte -o benefició- a la agrupación Guardia de Hierro en el traspaso a los laicos de la Universidad del Salvador que hasta entonces dependía de los jesuitas y cuyo superior en el país era él. Aunque Francisco niega esa preferencia y ser peronista, acepta que la presencia de aquel grupo en la universidad y sus propios escritos sobre justicia social provocaron el etiquetamiento.

Sin negar que como todo pontífice tiene un pensamiento y un estilo que puede gustar más o menos o no gustar nada, las supuestas “pruebas” ameritan una contextualización. Más allá, convengamos que -como suele decirse con razón- no es fácil decodificar a un jesuita que, como Jorge Bergoglio, puede a veces hacer cosas difíciles de entender e incluso -como toda persona-, equivocarse. Tampoco ayuda el hecho de que haya tanta crispación en la Argentina.

Lo primero que hay que decir es que la mayoría de las reuniones que el Papa mantiene con compatriotas no se conocen. Y no por un culto al secreto, sino porque no pocos visitantes prefieren la discreción para que no se interprete que buscan un provecho político y que el Papa se sienta usado. Muchos miembros del PRO como Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y Esteban Bullrich figuran en este grupo.

Es imposible referirse en esta nota a cada una de las visitas que recibió Francisco y levantaron polvareda. Pero sí mencionaremos los casos de los visitantes más relevantes como los expresidentes con el fin de aportar elementos de juicio como parte de la tarea del periodista en el área que me compete, más allá de la inevitable cuota de subjetividad. Y, por cierto, sin la pretensión de querer cambiar la opinión de nadie.

Cronológicamente, corresponde comenzar por Cristina Kirchner que se convirtió en una ferviente admiradora de Francisco luego de haber promovido junto a su esposo la persecución judicial de Jorge Bergoglio bajo la acusación de ser cómplice de la dictadura, al presuntamente haber “entregado” a dos sacerdotes de su congregación, por lo que el entonces cardenal tuvo que declarar ante un tribunal.

No obstante, Cristina -que era presidenta- arrancó con el pie derecho la relación porque quiso verlo de modo más informal en la residencia de Santa Marta -que expresa cercanía-, donde en una larga conversación -con regalo de mate incluido y la insólita indicación de cómo usarlo- le dijo que “creía que usted era otra cosa”, lo que conociéndola a ella, fue una disculpa. Además, le pidió ayuda para su gestión.

De allí viene lo de “hay que ayudar a Cristina” que surgió en un momento de particular tensión en su gobierno y el temor de Francisco de que se precipitara una crisis como la que derivó en la caída de Fernando De la Rúa. Pero el vínculo empezó a deteriorarse cuando ella comenzó a hacer una explotación política abusiva de la relación y siguió con el estilo confrontativo que inició su marido.

El ingreso a la residencia de Santa Marta acompañando a Cristina en un encuentro con el Papa de una tumultuosa delegación que desplegó una camiseta de La Cámpora marcó el inicio del deterioro del vínculo que, hacia el final del mandato de Cristina, se terminó de dañar con la decisión de la entonces presidenta de nominar a Aníbal Fernández como candidato a gobernador bonaerense.

En el caso de Mauricio, Jorge Bergoglio apoyó siendo arzobispo de Buenos Aires -tal como quería Macri- la candidatura del obispo Joaquín Piña como convencional para la reforma de la Constitución de Misiones, cuyo triunfo sobre el candidato peronista que quería introducir la reelección provocó el colapso del proyecto reeleccionista en la provincia de Buenos Aires. Lo que llevó a Néstor Kirchner a considerarlo el “jefe espiritual” de la oposición.

Tiempo después, supuso que, como jefe de Gobierno porteño, Macri le devolvería el favor y cumpliría con su obligación de apelar una decisión de una jueza de la Ciudad que -previa a la aprobación de la ley de matrimonio igualitario- declaró inconstitucional la prohibición del casamiento entre personas del mismo sexo, más allá de que Jorge Bergoglio siempre se inclinó por la vía intermedia: la unión civil.

Es que el futuro Papa -que en su papado muestra una gran apertura hacia los homosexuales- tenía una presión muy fuerte de los sectores más conservadores del Vaticano y de la Iglesia local, que incluso querían desplazarlo del arzobispado, para que se opusiera al matrimonio igualitario, pero Mauricio no apeló por sugerencia de Marcos Peña que consideraba que debía enviar una señal a los sectores progresistas de cara a su proyecto presidencial.

No obstante, con vistas a su toma de posesión, Francisco se enteró que Cristina lo había excluido a Macri de la delegación oficial, pese a ser por entonces el alcalde de la ciudad de la que había sido arzobispo el nuevo Papa, lo que determinó que Jorge Bergoglio se ocupara de que Mauricio estuviera en primera fila, entre otros gestos que tendría hacia él como presidente y su esposa Juliana Awada que lo llevaron a vulnerar el protocolo.

El Papa pudo haber olvidado la ingratitud, pero le llegó información de que el gobierno del flamante presidente Macri lo quería “tener lejos” y, por eso, el ministerio de Relaciones Exteriores gestionó una visita oficial -más formal que ir a la residencia de Santa Marta-, que implica entre 20 y 25 minutos de audiencia. En ese contexto, se produjo la famosa foto, pero no se conocieron otras con toda la delegación en la que se lo ve al Papa sonriente.

Tiempo después Francisco mantuvo una conversación telefónica con Macri en la que le dijo que “dos personas muy cercanas a usted” le estaban haciendo “campaña en contra” en su país, en referencia a Marcos Peña y Jaime Durán Barba, y como el primero estaba en ese momento a su lado, el presidente le ofreció pasarle el teléfono, pero el Papa le señaló que no correspondía y que era un asunto que debían hablar entre ellos.

Los números fríos pueden decir poco, pero dado que tanto se habló de las numerosas veces que el Papa recibió a Cristina hay que decir que la expresidenta se reunió cuatro veces con Francisco en sus dos mandatos que totalizaron ocho años, mientras que Macri lo hizo dos veces en los cuatro años de su único mandato. Otras tres veces Cristina le dio la mano al Papa en Brasil, Paraguay y Cuba.

En cuanto a Alberto Fernández, es sabido que el Papa comenzó ayudándolo con el FMI, pero que luego cuando el entonces presidente comenzó a pavonearse con su relación con Francisco y optó por la confrontación con la oposición, el vínculo también empezó a deteriorarse. El haber impulsado la legalización del aborto en el peor momento de la pandemia minó por completó la relación.

Finalmente, con Javier Milei hubo gran cordialidad y mucho tiempo en el encuentro que mantuvieron en febrero porque el actual presidente, durante el tramo final de la campaña, se había disculpado por las descalificaciones que le había propinado y porque en el cargo manifestó una gran disposición a hablar con él, acaso por ser el primer mandatario más religioso desde la vuelta de la democracia.

Tres casos más. El vínculo del Papa con Grabois viene de los tiempos, de cuando el dirigente social promovía la economía popular ante la falta de trabajo formal, lo que Jorge Bergoglio, siendo arzobispo de Buenos Aires, apreciaba mucho. Y al convertirse en un referente de los movimientos sociales de América Latina -un sector que el pontífice promueve- Francisco quiso que sea consultor de un organismo vaticano.

En cuanto a los meneados rosarios que envía copiosamente Francisco, hay que decir que no son un premio, sino una invitación a rezar tanto por la propia conversión o para pedir o agradecer. Con ese espíritu se lo envió a Milagro Sala a pedido de un intermediario. Por caso, también se los envió a unos 50 militares presos por delitos de lesa humanidad que se lo habían solicitado.

Mucho también se habló de la relación del Papa con el ex ministro de la Corte, el kirchnerista Eugenio Zaffaroni, a quien conoce desde hace medio siglo como cuenta en el libro “El jesuita”. Pero nada se dice de su gran amigo en la Justicia, que era el juez Claudio Bonadío, considerado por Cristina como su verdugo judicial, que lo visitaba en la mayor discreción.

Por otra parte, un pontífice nunca se niega a recibir a un presidente. Ni se asegura que todo visitante tenga una trayectoria intachable. Al fin y al cabo, recuerdan en la Iglesia, Jesús se juntaba con muchas de las personas más cuestionadas de la época (recaudadores de impuestos, prostitutas, etc.) porque no había venido a este mundo para los que hacían todo bien.

Este viernes Francisco recibió al secretario de Culto, Nahuel Sotelo, y hará lo propio el lunes con la vicepresidenta Victoria Villarruel, que está en las antípodas de Grabois, con quien el Papa estuvo días pasados en el marco de un encuentro de líderes de los movimientos sociales de América Latina.

En definitiva, Jorge Bergoglio no hace más que hacer lo que hacía en Buenos Aires, aunque en su país con bajo perfil: recibir a todos, escucharlos y pedirles que dialoguen por el bien de la Argentina.

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