Recientemente mudado a Fiorito, cuenta cómo se está descomponiendo el tejido social ante la ausencia del Estado. Condena los discursos de odio y el "sálvese quien pueda". "La gestión de todo gobierno debe estar teñida de sensibilidad social", sostiene.
Por Andres Miquel.
“Lo que vi en estos meses, hablando con los cartoneros, es que me dicen 'Padre, esto ahora lo hace cualquiera, todo el mundo sale con un carro'. Y, algo que también me impactó, fue que, en una de las reuniones de cura, uno nos dice que, en su zona, dentro de nuestra Diócesis, a los cartoneros les están pagando con pasta base”.
La historia la relata monseñor Jorge Lugones, obispo al frente de la Diócesis de Lomas de Zamora, que abarca, también, a Almirante Brown, Esteban Echeverría, Ezeiza, Presidente Perón y San Vicente. Cuenta que la falta de políticas socio urbanas atenta contra la organización de la comunidad y las posibilidades de mejorar la calidad de vida de los que menos tienen.
En su despacho frente a la Plaza Grigera, en pleno centro lomense, recibe a Buenos Aires/12. “Vengo poco a este lugar, pasa que algunas audiencias las tengo que atender acá”, señala este sacerdote jesuita, la misma orden que la del Papa, que en febrero de este año decidió mudarse a una parroquia en Fiorito para estar más cerca de quienes padecen las peores consecuencias de la injusta redistribución de la riqueza.
Recibido de veterinario y presidente de la Comisión Episcopal de la Pastoral Social, habla del mensaje del Papa Francisco sobre “organizar la esperanza” y de la necesidad de que la política articule acuerdos para desarrollar políticas públicas a largo plazo porque los últimos indicadores de pobreza por encima del 50 por ciento demuestran una “catástrofe social”.
“Un dirigente de La Matanza me dijo: 'Padre, volvemos a comer una vez por día y a la tarde mate'”, relata.
—¿El Estado está en condiciones de solucionar la pobreza?
—Yo prefiero hablar en este momento de gobierno, no de Estado. El rol central del gobierno es generar las condiciones para reducir la pobreza y la distribución de recursos es central en estos casos. La gestión de todo gobierno debe estar teñida de sensibilidad social. Es imprescindible que la economía y el equilibrio económico no sean solo una ecuación y que la gestión esté pensada en el factor humano, en los más necesitados. El sálvese quien pueda beneficia solo a quienes más tienen. Y en este tiempo, en nuestro país, vemos con preocupación la profundización de un proceso iniciado hace muchos años de aumento de la inequidad, con alta inflación, el exorbitante incremento en las tarifas de los servicios públicos, el cierre de pymes y mini pymes, la paralización de la construcción y los despidos tanto en el sector público como privado que acarrea un escenario doloroso para muchas personas.
—¿Por qué cree que se profundizó?
—En los últimos treinta años asistimos a una oscilación pendular de la política económica que no ha logrado satisfacer la plena dignidad humana y solo fue incrementándose la pobreza estructural. Parecería que la dirigencia política nunca llegó estar a la altura para poder acordar y promover medidas a largo plazo que promuevan el crecimiento sostenido de la población. Solo aumentó la desigualdad. Eso lo venimos diciendo hace muchos años. Incluso, lo hablé con un ex presidente que, cuando le planteamos las reformas necesarias, me dijo: Bueno, pero no tenemos el peso político para hacerlas.
—¿Por qué cree que el Gobierno nacional sostiene la necesidad del achicamiento del Estado?
—El Estado es la casa común de todos los ciudadanos. Hace muchos años venimos bregamos por la necesidad un Estado presente que se sostenga en políticas públicas a largo plazo basadas en acuerdos políticos y sociales que sean el camino de crecimiento permanente y disminuya la brecha económica existente en nuestro pueblo. Como dice Francisco, creemos que solo es posible con un modelo que anteponga la producción a la especulación, la distribución a la concentración y el bien común a la rentabilidad sectorial.
—¿Eso sucede hoy?
—En último tiempo, asistimos a la incapacidad de la dirigencia política para generar acuerdos en tal sentido. El Estado es la herramienta que debe asegurar la igualdad de oportunidades, no debe ser un fin en sí mismo. Para eso, el Estado tiene que tener un tamaño adecuado y ordenado, y ser eficiente en sus funciones irrenunciables para la promoción del bien común, como el acceso a la educación, a la salud y a los bienes esenciales, así como promover las condiciones de producción que permitan la inclusión social. Esto no puede quedar en manos del mercado y la rentabilidad sectorial. Hemos presenciado tristemente que los derrames en procesos económicos solo han servido para la concentración de riqueza y exclusión. Como remarca Francisco, es importante sostener la tierra, el techo y el trabajo.
—En los barrios suele haber mucha informalidad, ¿el Estado los protege?
—Quien pasa diez horas vendiendo en el tren o como mantero, es un trabajador. Yo soy un defensor de todo aquel que trabaje y no tiene quien los acompañe. Eso es organizar la esperanza. Nosotros hemos tenido movimientos sociales de punta que han estado en la política y se los ayudó desde el gobierno. Pero hay cooperativas que no recibieron nada. Incluso, mucha gente los puntereaba. Acá en la Pastoral Social nos lo decían y, entonces, empezamos a organizar cooperativas, como calzado, reciclado, o que fabrican bloques de cemento. Fuimos trabajando con aquellos que desean trabajar y, quizás, no pueden organizarse. Nosotros apostamos a eso. Pero, cuando sube este gobierno, nos corta con la Secretaría de Integración Socio Urbana el programa cooperativo que veníamos trabajando. Nos corta las piernas. Nos pide la auditoria de la SISU y una de la Universidad Tecnológica Nacional y resulta que el de la UTN no lo podemos hacer porque no se firmó el convenio porque este gobierno no firma nada. Hace ocho meses que estamos parados.
—¿Por las acciones de unos pocos cayeron todos?
—Pero que controlen las auditorias de la SISU. Algunas no cumplirían, pero no podés tardar ocho meses en descubrir la pólvora. La pólvora ya existe. Pero bueno, depende de la voluntad. Ahora, si vos querés pasar la motosierra porque querés pasar una motosierra, me parece que no nos ayuda a crecer como pueblo o Nación. No ayuda a fortalecer al que quiere trabajar.
—¿Por qué se fue a vivir a Fiorito?
—En el 2022, después de la pandemia, estaba pensando en el tema de asistir como iglesia misionera de Argentina a la Amazonia. Y, justo en pandemia, muere el obispo emérito en la Amazonia de Perú, Marcelo Melani. Entonces, rezándolo, me ofrecí de ir a la Amazonia. Me dijeron que no. Entonces lo seguí rezando y pensando y dije, bueno, tal vez pueda vivir en un barrio más pobre. Y porque no hacerlo en mi diócesis, más cerca de los pobres. Entonces, surgió que en una parroquia de Fiorito había un departamento. Lo acomodamos y arreglamos un poco, y desde febrero estoy ahí.
—¿Tiene otro tipo de vida?
—Los pibes en Fiorito juegan a la pelota en la calle, no es más peligroso que cualquier otro lugar. El otro día venía en mi auto en la zona de La Cava y me corrí un poco para deja pasar un auto. Me caí en un pozo porque no estaba la tapa del desagüe. Porque, bueno, esas se las afanan. Pero había un señor tomando mate y entre dos más me ayudaron a sacarlo. Eso en Adrogué no pasa. No sé a qué le llaman más peligroso. El barrio es muy sencillo y salgo a hacer los mandados. En el mismo predio de la parroquia, por la otra calle, viven el párroco y el vicario y a veces comemos juntos.
—¿Le preocupa que lo tilden de demagogo?
—Yo no hago un juicio de valor sobre lo que puedan decir o prejuzgar otros. Que cada uno se ponga el saco que le quepa. No me aflige eso. Lo que sí, es claro que no fue una decisión impulsiva o del momento. Yo hice un discernimiento acompañado que duró tres años. Además, antes había surgido la opción de vivir con otro cura, en otra zona de la diócesis, pero justo apareció otro hermano para vivir. Así que todo se fue dando como en varias etapas.
—¿Le faltan este tipo gestos a los dirigentes políticos?
—Le faltan gestos y les falta cercanía. Escúchame, hay gente que no pisa el barrio y otros que no tocan a nadie porque están en la tribuna o están en el estrado. Hay dirigentes que están con la gente y la ayudan, pero no son los principales dirigentes. Ir a hacer campaña y timbrear no es estar en el territorio. ¿Cuántas veces las cosas se deciden en un escritorio? El Papa habla de la excelencia de la política en Fratelli Tutti, porque habla de la mejor política. La política es la mejor expresión de la caridad. No la politiquería, no cuando me resguardo en mi partido para crecer yo y mi sector. El otro día charlaba con jóvenes sindicalista y les decía eso. ¿Están haciendo critica de los que están más arriba? Me decían que sí.
—¿Por qué cree que se desarrollaron discursos cada vez más agresivos en la sociedad?
—Asistimos a una escala global más violenta. Los discursos de odio han aumentado a través de los años, principalmente por las redes sociales. Lamentablemente, nuestro país no es ajeno. La construcción del otro como un enemigo se convierte en una fuente de violencia y discriminación. Adicionalmente, la pobreza y la exclusión son escenarios de violencia y discriminación. La imposibilidad del acceso a los elementos más básicos para la vida humana, la imposibilidad de los padres de brindarle un plato de comida a sus hijos, son circunstancias de extrema violencia. Nos preocupa que la violencia extrema que arranca en lo discursivo aparece en lamentables hechos de represión en manifestaciones pacíficas. Y, a todo esto se le agrega una proliferación en la comercialización y el consumo de drogas. Esto se ve en la calle. Yo veo un estado de crispación que no ayuda en el diálogo, y es algo que se ha profundizado en estos meses.
—¿Se está perdiendo la solidaridad producto de esa crispación?
—Nuestro pueblo sigue siendo solidario. Más aún el que menos tiene, que comparte lo poco que tiene con cualquiera que lo necesita. Lo demostró en la pandemia y hoy en los barrios, donde mujeres agrandan como pueden las raciones de comida para que alcance dia a dia a los que se van sumando. Hicimos una misa hace poco pidiendo la emergencia alimentaria, donde bendije las ollas de las mujeres que no solo dan de comer. Dan contención.
—¿Coincide en que hay que sostener la esperanza como parte de un recorrido de sufrimiento y así, en algún momento, tener un mejor pasar?
—La esperanza no es un tema de éxito. Francisco habla de organizar la esperanza. Para mí, por ejemplo, lo vemos en las organizaciones barriales que hacen comunidad para dar algo positivo y solidario. El sufrimiento lo padecemos todos y eso es muy cristiano desde la cruz. Pero la esperanza no es sufrir, la esperanza es encontrarse, es ver lo positivo de cada día que podemos hacer juntos. Por eso, en Laudato Si, Francisco habla de experiencias de salvación comunitarias, eso es muy importante.
—Habla del crecimiento del narcotráfico, ¿es algo que se volvió imparable?
—Hace años que venimos advirtiendo la capilaridad de las bandas en nuestros barrios populares. Vemos con preocupación el avance de consumos problemáticos en los jóvenes y asistimos a un crimen organizado que se cobra víctimas fatales de manera indiscriminada. Con claridad hemos denunciado la falta de políticas públicas activas y cohesionadas entre los tres poderes del Estado para enfrentarlo. Además, denunciamos la vinculación de bandas con estructuras y mecanismos de lavado de dinero y evasión impositiva. No vemos avances para frenar este flagelo. Sí hay cosas espasmódicas. Vemos que el Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, acá en el conurbano, metió presas a muchas bandas. Pero esto sigue. El tema es que se están cartelizando los barrios porque el Estado no está presente. Hay más armas y hay más balas, no sé cómo las consiguen. Hay como depósitos.
—¿Le preocupa cuando se ataca a los jóvenes y se propone, por ejemplo, la baja en la edad de punibilidad?
—Creo que tiene una raíz esto. Es lo que decía, que nos preocupa el desmantelamiento de políticas de integración socio urbana. Ahí nace el problema: Cómo se hace fuerte narcomenudeo cuando el Estado está ausente. Las políticas socio urbanas son imprescindibles para preservar a los jóvenes en los barrios. Las tres C son importantes como esquema de contención social para promover vínculos y prácticas sanas que los aleje de consumos ilegales y delincuencia: club, colegio y capilla.
—¿Por qué se unió a la Compañía de Jesús?
—Fue al revés. Yo había hecho la carrera universitaria y jamás tuve pensado ser cura. Pero, hubo un hito que fue que tenía la colimba (NdeR: lunfardo que alude al servicio militar obligatorio) postergada por el estudio. Entonces, tenía que presentarme todos los años con la libreta de alumno regualar con la prórroga. Cuando yo terminé de cursar y me recibí, anulé la prórroga y me llamaron a revisación. Justo había ido a jugar al fútbol y me golpeé el hombro. Fui con algunos moretones, pero no era para salvarme. Igual me separaron, me dieron treinta dias de espera y tuve que ir al Batallón de Infantería de Marina en La Plata para la revisión. Y bueno, para hacértela corta, me hicieron dar vueltas y me salvé, y ese año no hice la colimba. Ese año, justamente, fui a hacer tres dias de retiro espiritual. Ahí vi que había algo que yo no discernía bien y que me llamaba la atención. El cura me dijo que fuera a los cuatro meses y fuí, porque esto seguia. Seguia rezando y quería saber qué es. Ahí hice ejercicios de discernimiento de ocho días. Me preguntaron sí quería ser cura de clero y dije que no, porque los curas de clero viven solos y yo quería estar en los barrios. Entonces, me dicen que están los franciscanos, los jesuitas, y yo dije no, los jesuitas no porque quiero ser misionero y ellos se dedican a la educación. Pero el cura me dijo que no, que en la Compañia de Jesús son misioneros por excelencia, así que fijate vos la idea que yo tenía de los jesuitas. En abril del año siguiente, ingresé. Bergoglio ya era arzobispo. Y fui dos años enfermero por mi conocimiento en veterinaria (ríe).
—¿Alcanzó a ejercer la profesión?
—Cuando estábamos en el Colegio Máximo de San Miguel teníamos treinta hectáreas. Bergoglio era rector y éramos más de sesenta en el colegio. Él me pedía que compráramos y criáramos. Fuimos comprando cerdos, y después algunas vacas. Trabajé más de veterinario adentro que afuera.
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