Intervención del copresidente de los Focolares, Jesús Morán, en la Universidad de Mumbai, durante el reciente viaje al subcontinente indiano, que tuvo una marcada característica interreligiosa.
«El diálogo es un verdadero signo de los tiempos, pero representa una realidad en la que debemos ahondar en todo sentido.
Conforme al pensamiento de Juan Pablo II y de otros estudiosos contemporáneos, Chiara Lubich describió nuestra época, al menos en el Occidente, con la categoría de “noche cultural”, no una noche definitiva, sino una noche que, según Chiara Lubich, esconde una luz, una esperanza.
Podríamos entonces decir que en la noche cultural, que es también una “noche del diálogo”, se oculta una luz, es decir la posibilidad de elaborar juntos una nueva cultura del diálogo. Según mi opinión, lo primero que hay que hacer es redescubrir que el diálogo está tan arraigado a la naturaleza humana, que podemos encontrar en todas las culturas las que yo llamaría “las fuentes del diálogo”. Estas fuentes están recopiladas en las grandes Escrituras y son fundamentalmente dos: la fuente que nace de la experiencia religiosa y la que nace de la búsqueda filosófica de la humanidad. En esta línea tendríamos que hablar de fuente bíblica, coránica, védica, etc. Lo cual significa que en todas las Escrituras de las tradiciones religiosas encontramos fuertemente subrayado el diálogo. Tendríamos que recurrir también a la filosofía griega, a la metafísica islámica, a las Upanishad, al pensamiento budista, etc.
En el siglo pasado, se ha desarrollado en Occidente una verdadera escuela de pensamiento dialógico de raíz judía y cristiana. Me remonto, de manera especial, a esta última fuente para ofrecerles algunos principios de una antropología del diálogo.
Primero. El diálogo “está inscrito en la naturaleza humana” hasta el punto que se puede decir que es la definición misma del ser humano.
Segundo. En el diálogo “cada ser humano es completado por el don del otro”, es decir que necesitamos los unos de los otros para ser nosotros mismos. En el diálogo yo le regalo al otro mi alteridad, mi diversidad.
Tercero. Cada diálogo “es siempre un encuentro personal”, por consiguiente no se trata tanto de palabras o de pensamiento, sino de donar nuestro ser. El diálogo no es simple conversación, ni discusión, sino algo que toca lo más profundo de los interlocutores.
Cuarto. El diálogo “requiere silencio y escucha”. Esto es decisivo, porque el silencio es importante no sólo para hablar correctamente, sino también para pensar correctamente. Como dice un proverbio: “Cuando hables, haz que tus palabras sean mejores que tu silencio” (Dionisio el Viejo).
Quinto. El verdadero diálogo “constituye algo existencial” porque nos exponemos a nosotros mismos, nuestra visión de las cosas, nuestra identidad. A veces sentimos que perdemos nuestra identidad cultural, pero es sólo una transición porque en realidad la identidad resulta enriquecida inmensamente gracias a su apertura. Nosotros deberíamos tener una “identidad abierta”. Esto significa saber quiénes somos; pero también estar convencidos de que “cuando me comprendo con alguien… entonces sé mejor también quién soy yo” (Fabris).
Otros principios más. El diálogo auténtico “tiene que ver con la verdad”, es una profundización de la verdad. Para los antiguos griegos, el diálogo era el método para llegar a la verdad. Esto significa que la verdad siempre necesita ser completada. Nadie posee la verdad, es ella que nos posee, por lo tanto no se trata de relatividad de la verdad, sino de “relacionalidad de la verdad” (Baccarini).
“Verdad relativa” significa que cada uno tiene su verdad que es válida sólo para sí mismo. “Verdad relacional”, en cambio, quiere decir que cada uno participa y pone en común con los demás su participación a la verdad, que es una para todos. Distinta es la manera en la que nosotros llegamos y participamos de la verdad. Por esto es importante dialogar: para enriquecerse de las varias perspectivas.
En la relación, cada uno descubre aspectos nuevos de la verdad como si fueran propios. Como dice Raimond Panikkar: “De una ventana se ve todo el paisaje, pero no totalmente”. Es lo que decíamos antes: tenemos que concebir la diversidad como un don y no como un peligro. Una de las grandes paradojas de hoy es que en este mundo globalizado nos da miedo la diversidad, nos da miedo el otro.
Además el diálogo “requiere una fuerte voluntad”. El amor a la verdad me lleva a buscarla y a quererla, y por esto me pongo en diálogo.
Los últimos dos principios. El diálogo “es posible sólo entre personas verdaderas”, y sólo el amor nos hace verdaderos. En otras palabras, el amor prepara a las personas al diálogo haciéndolas verdaderas. Lo que hace que el hablar sea fecundo, es la santidad de quien habla y la santidad de quien escucha. Ésta es la responsabilidad del diálogo en todo su potencial: requiere personas verdaderas y hace que las personas sean más verdaderas.
Finalmente: la cultura del diálogo “conoce sólo una ley que es la de la reciprocidad”. Se necesita este camino de ida y vuelta para que haya verdadero diálogo. En definitiva, hoy se habla mucho de interculturalidad. Pienso que una verdadera interculturalidad es posible si empezamos a vivir esta cultura del diálogo. Nadie nunca dijo que dialogar es fácil. Se requiere lo que hoy es difícil de pronunciar: sacrificio. Se requiere de hombres y mujeres “maduros para la muerte” (María Zambrano), es decir dispuestos a morir a sí mismos para vivir en el otro».
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