Estamos llegando a los últimos momentos del Sínodo de Amazonía y ya se levanta un viento sinodal para la Iglesia italiana.
Papa Francisco el 17 de octubre de 2015 recordaba los tres niveles de sinodalidad en la Iglesia: el diocesano o de las Iglesias particulares; aquel de las provincias y de las regiones eclesiásticas, de los concilios particulares y, en modo especial, de las conferencias episcopales; el nivel de la Iglesia universal. Hemos podido seguir de cerca el camino del Sínodo de Amazonía, participando activamente en la bella experiencia de “Amazonía Casa común”, que acompaña los trabajos en el aula con numerosas iniciativas de oración, escucha y sensibilización sobre los temas del Sínodo. Podemos decir que hemos vivido “el pueblo de Dios” en su realidad actual, en sus diferencias y peculiaridades, que se hacen “sinfonía” a los oídos de los que se ponen a la escucha sin prejuicios. La sinodalidad es una dimensión constitutiva de la Iglesia, y es el esfuerzo, después del Concilio Vaticano II, de presentar al mundo una humanidad renovada y salvada en Cristo en la libertad y en el amor. Recogiendo una tradición muy antigua y viva sobre todo en las Iglesias orientales, se quiere hoy mostrar al mundo un modelo de fraternidad, más allá de los vínculos mundanos fundados sobre el autoritarismo y la fuerza.
La primera observación muy positiva que infunde esperanza para el futuro es la confirmación de que la Iglesia católica es verdaderamente universal de manera concreta y visible: las problemáticas de un lugar específico tienen resonancia y consecuencias positivas de renovación en todo el pueblo de Dios, en el mundo entero. La sinodalidad es signo de catolicidad. No hay necesidad de hacer cada vez decretos pontificios para experimentar eso. Se supera así una consideración demasiado abstracta de “universal” o “católica”, como si la iglesia lo fuese de manera invisible e impalpable, como una idea. Hemos encontrado muchas personas que tienen esta visión concreta. La catolicidad lleva a dar de comer, curar y sanar de forma real a toda la humanidad. Los tres “verbos” más usados por Jesús llevan a rechazar posturas parciales, a tener el sentido de la plenitud y totalidad.
Una segunda observación se refiere directamente a los que apoyan la sinodalidad, se declaran sinodales, pero en realidad quisieran que el Papa y la Santa Sede resolvieran sus problemas interviniendo en el Sínodo con documentos resolutivos. Son los del “sí! … Pero”. Son aquellos de la así llamada “sinodalidad afectiva”, del “hacer”, abrumados por resolver los problemas, sin querer analizarlos a fondo y escuchar el Espíritu Santo que habla también a través de su pueblo. Con frecuencia estos son religiosos acostumbrados a organizar su apostolado a través de estructuras centralizadas. Se consideran “súbditos”, como si en la Iglesia las relaciones verdaderas fueran entre autoridades y súbditos, y la sinodalidad fuera solamente una forma moderna de guardar estos equilibrios. La falta de esta intervención desde lo alto los asusta y desorienta. Hay también muchos seglares que piensan así, acostumbrados a esperar que las soluciones lleguen de la jerarquía y del clero.
En su mente no ha desaparecido todavía la imagen de la pirámide para representar a la Iglesia. Entre ellos hay quienes quisieran volcarla, o descomponerla. Pero no logran separarse de ella, con el riesgo de que antes o después alguien la vuelva a poner en pie, frente a los fracasos de esos cambios. Hoy no son pocos los seminaristas que acarician la idea de una jerarquía de poder y prestigio a la cual puedan pertenecer.
¿Cómo es posible que no se logre encontrar otras imágenes para presentar una mayor participación en la Iglesia? Entre los teólogos falta valentía. Nos gusta lo que ha presentado el año pasado en Milán el eclesiólogo de la Universidad Gregoriana, Don Dario Vitali. Hablando del sensus fidei describía como “imagen adecuada de la Iglesia” la figura de la elipsis: ésta existe en razón de dos fuegos. Representan el pueblo de Dio con el sacerdocio común y la jerarquía con el sacerdocio ordenado. Non deben estar ni muy alejados ni muy cercanos, porque si están demasiado pegados “el uno sofoca al otro” y “termina el campo magnético”; si están demasiado alejados “no se crea el campo magnético”. Se trata de una forma familiar en la Iglesia, utilizada también en la arquitectura barroca, con el ejemplo muy conocido de la plaza de San Pedro, donde están señalados en el suelo los dos fuegos de la elipsis. Es evidente la referencia a las teorías de Kepler quien describe las órbitas de los planetas como elípticas.
Una tercera observación se refiere a los opositores declarados de la sinodalidad, con sus caballos de batalla: el Papa Francisco es el enemigo que hay que combatir porque introduce el desorden; la Iglesia es jerárquica y no existe alguna forma de participación fuera de la obediencia; el temor por la integridad de la fe y la alteración del Credo; la condena de la diversidad en la liturgia y la disminución de los fieles católicos atribuida a esto; la supuesta falsa individuación de nuevos “lugares teológicos”; todas las problemáticas sobre la ordenación sacerdotal y la celebración eucarística, que abrirían de modo equivocado el alcance de la autoridad y del gobierno; el celibato como única forma de verificación y acceso a la vocación sacerdotal.
Delante de nuestros ojos se presenta un marco inquietante como ocurrió en tiempo del Concilio Vaticano II: para los distraídos parecía que hubiera solamente dos frentes, los progresistas y los tradicionalistas. Tranquilizados por los resultados de las votaciones no se valoró bien el gran peligro del tercer frente, de la mayoría de los que “quedaban a la espera”, quienes de hecho han congelado la aplicación del Concilio. Nos parece que este tercer partido hoy constituya la mayoría y el peligro real.
Esperamos en una amplia difusión de la experiencia sinodal, tanto en la Iglesias jóvenes cuanto en las de antigua tradición. La evangelización no puede esperar. Desearíamos ver pronto el nacimiento de una humanidad renovada en Cristo, en el amor y la libertad. Hay mucho trabajo que hacer. La sinodalidad mueve los primeros pasos.
Pero la confianza en el Espíritu Santo prevalece y nos asombraremos por lo que ocurrirá: por caminos inesperados e imprevistos el pueblo de Dios se abrirá al camino sinodal y será para el mundo una luz. Rezamos por ello. Contamos a nuestros estudiantes como signo de esperanza que el 25 de enero de 1959, en retraso respecto del horario previsto, por durar más la misa en la basílica ostiense, el Papa San Juan XXIII a las 13.10 anunciaba en la sala capitular del monasterio de San Pablo, “visiblemente conmovido”, a los 17 príncipes de la Iglesia presentes, la convocación del Concilio Vaticano II. Ignoraban que el mundo ya lo sabía. El “pueblo de Dios” había sido informado antes. El responsable del servicio de prensa vaticano según las indicaciones recibidas había transmitido a las 12.20 un comunicado escueto sobre la celebración de un Sínodo para el Urbe y un Concilio para la Iglesia universal (1). Los medios de comunicación antes que el mismo Papa habían anunciado una nueva primavera de la Iglesia, realizando su servicio. De hecho había ocurrido la superación de la pirámide en un mundo conectado en tiempo real con toda la gente.
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