La Iglesia en salida del Papa Francisco

La Iglesia en salida del Papa Francisco

En el aniversario de la elección del papa Francisco, proponemos una síntesis de un análisis del Teólogo y Presidente del Instituto Universitario Sophia, Piero Coda, sobre los cuatro años de su pontificado. La “mística del nosotros”.

 

 

Una iglesia misionera que vive el Evangelio y comparte la vida con el pueblo de Dios. Es ésta la dirección de marcha de su pontificado, expresada con claridad y profecía en la Evangelii Gaudium. «Se trata de tomar conciencia – explica Coda – según la cual el estilo de la presencia de la Iglesia en el mundo y de su misión debe ser evaluada completamente según el estilo de Jesús».

A cuatro años de su elección, todavía no nos hemos repuesto de la sorpresa que despiertan sus palabras, su estilo, sus gestos. No es fácil captar lo que está sucediendo. Él trata de inspirar con radical nitidez su ministerio de vivir el Evangelio “sine glossa”, sin comentarios y sin dobleces.

La fórmula es de Francisco de Asís, de quien Jorge Mario Bergoglio sintió interiormente que Dios le pedía que asumiera su nombre en esta hora de la historia del mundo, para demostrar el espíritu como él quiere que su servicio como Obispo de Roma sea animado. Es una fórmula que expresa el imperativo de no tomar el Evangelio según nuestra medida, sino al contrario, abrir el corazón y la mente a la medida a la cual los dilata el Evangelio.

Pero, ¿no es justamente a lo cual la Iglesia de todos los tiempos está llamada? ¿Qué hay de nuevo? El hecho es que la conversión y la reforma asumen en cada época tonos que, siendo los de siempre, son sin embargo los que responden a las preguntas y a las heridas del tiempo al que estamos llamados a vivir.

Por lo tanto, si la conversión que se necesitaba ayer, es, por un lado, la misma que se pide hoy, es sin embargo hoy también otra, respecto al perfil de su expresión y modo de concretarse: porque está llamada a responder a la voz de Dios que nos indica las palabras de Jesús que el Espíritu quiere poner en luz y hacernos encarnar ahora. En respuesta a los desafíos y a las llagas del presente.

Me quedaron impresas en el corazón las palabras que Romana Guarneri, con el agudo sentido de la historia que lo caracterizaba, me dijo con un hilo de voz poco antes de morir: «El cristianismo debe todavía florecer». Pienso que se puede comprender esta afirmación al menos en el sentido que llegó el tiempo, en el cual, desde la raíz de la fe en Cristo, puede y debe brotar una flor inédita, capaz de asombrarnos a todos una vez más con su rara belleza. Y de darnos nueva vida.

Y en el fondo, ¿qué son 2000 años de historia? ¿No se ha expresado hasta ahora el cristianismo, al final de cuentas sólo en las categorías de existencia y de pensamiento de Europa y de Occidente? Providenciales y preciosas, sin duda, pero de ningún modo definitivas y absolutas.

El desafío del papa Francisco, que ha puesto en movimiento a toda la Iglesia, es grande. Tal vez hasta decisivo en la etapa totalmente inédita que la espera. El Vaticano II no fue sólo un punto de llegada, sino un punto de nuevo arranque. Nada se perdió de la extraordinaria herencia de la Tradición, sino que todo se juega nuevamente en la escucha desarmada del soplo del Espíritu hoy. Lo que Dios espera de la iglesia hoy –dijo no por casualidad en el 50º aniversario de la institución del Sínodo de los obispos– está encerrada en una palabra: sínodo. Caminar juntos. Hombres y mujeres. Jóvenes, adultos, ancianos. La distintas vocaciones y los diversos carismas de la Iglesia. Las distintas Iglesias. Las distintas culturas y religiones y visiones del mundo. Todos, sin excluir a nadie. Comenzando por aquél que de algún modo está siendo descartado.

La “mística del nosotros” es el perfume, la verdad y la medida de justicia de una Iglesia en salida. La levadura del nuevo paradigma cultural que el cambio de época, al que estamos llamados a ser protagonistas, postula y evoca con urgencia. Bajo pena del colapso o la desintegración de la aventura humana.

A cuatro años de su elección, lo decimos con convicción y gratitud: el papa Francisco es un don para todos nosotros, no sólo para los católicos. Porque nos sacude para que nos convirtamos en hombres y mujeres que, como pueblo de Dios, eligen la estrella polar del camino y un código exigente y liberador de vida que no es nada más que la hermosa, buena y alegre noticia del Evangelio. Para encender el fuego –hoy como hace 2000 años– en el corazón del mundo.

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