La asamblea plenaria del Episcopado ratificó sus cuestionamientos por la situación social, pero buscó despegar de la oposición más dura. Habló además del necesario combate a la corrupción. Y sostuvo que hay agresiones a Francisco. Estribaciones del efecto Moyano.
Todo resultaría natural, hasta irrelevante por lo natural, si no fuera por el cuadro más amplio que incluye pinceladas de la propia Iglesia Católica. "No somos políticos. La Iglesia no es un partido, ni del Gobierno ni de la oposición", dijo Oscar Ojea, presidente del Episcopado. Lo dijo en un mensaje grabado al final de la asamblea plenaria de los obispos, la última de este año. Y pareció una respuesta al oleaje –también con registro interno- provocado por la llamada "misa moyanista" en Luján, punto destacado de otras tensiones.
Sería exagerado hablar de una actitud a la defensiva. Pero tomadas en conjunto esas y otras palabras, sí podría decirse que el encuentro general de los obispos argentinos concluyó ayer con definiciones antes consideradas innecesarias, y acompañadas de señales de equilibrio.
Ojea había anticipado el lunes los ejes de las declaraciones que cerraron los cinco días del plenario. Eso, en paralelo con la información que se dejaba trascender sobre los avances en las tratativas con el Gobierno para ir desmontando el aporte del Estado a las finanzas de la Iglesia.
El oficialismo, destinatario principal de las críticas a la dirigencia por las consecuencias de la crisis económica, mantuvo un resuelto silencio durante toda la semana. Estaría tratando de preservar así las líneas de diálogo, que no abundan, para evitar nuevos picos de tensión. No sólo se trata del marco más institucional en el ámbito de la secretaría de Culto –donde se ha venido conversando sobre la subvención estatal-, sino además de los vínculos territoriales –provincia de Buenos Aires y Capital, especialmente- y los que hacen directamente a la asistencia social.
Un dato significativo: la celebración en Luján -con Hugo Moyano, otros dirigentes del sindicalismo más duro y algunas expresiones kirchneristas en primera línea- no supuso una crisis para ese esquema elemental de convivencia, sino que tal vez haya sido el hecho que lo puso a prueba.
Es sabido que aún con malestar –incluso por considerar que hay actitudes de su equipo que no facilitan las cosas-, algunos referentes oficialistas consideran que debe cultivarse esa relación por convicciones personales y como estrategia. Evalúan que el papel de la Iglesia, a pesar de todo –en primer lugar de ese todo, la mala e irremontable relación entre Francisco y el Presidente-, es gravitante frente al delicado cuadro social que agudizó la crisis.
En esa línea se destacan, con matices, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y Carolina Stanley. Otros, en cambio, y sobre todo después de los intensos debates legislativos sobre la despenalización del aborto, sostienen cuestionamientos agudos, aunque coinciden en eludir las fricciones, entre otras razones porque evalúan que episodios como la celebración religiosa en Luján y otros gestos a Moyano han repercutido hacia el interior de las jerarquías católicas.
También en ámbitos peronistas vinculados por relaciones personales con el Papa pudieron advertirse posiciones de mayor cuidado de su imagen. No fue casual que dirigentes del peronismo de llegada directa al Vaticano hayan operado para despegar a Francisco de la movida coronada con aquella demostración en Luján. Explican que ese tema fue conversado directamente con Agustín Radrizzani, arzobispo de Mercedes Luján, por indicación de Ojea, basada en cuestiones de jurisdicción. Y reiteran que no hubo llamadas a Santa Marta.
Menos contemplativos son con el obispo Jorge Lugones, titular de la Comisión de Pastoral Social. Le adjudican cierto grado de malestar y competencia con Radrizzani por la misa en cuestión. Y hasta sugieren que eso habría motorizado la decisión de Lugones de recibir a Moyano en medio de las complicaciones judiciales del jefe sindical y de su hijo Pablo.
Por supuesto, la lista de voceros o pretendidos voceros informales por fuera de la estructura eclesiástica no se agota en los referentes de tradición exclusivamente peronista. Algunas incursiones de Gustavo Vera generan fastidio. El último episodio fue protagonizado por una dirigente de su sector que le acercó al Papa una remera con la consigna "Paz, pan y trabajo", para que la firmara. Fue en una audiencia general, aprovechando la deferencia que le permitió ocupar un lugar en los corralitos habilitados para recibir el saludo papal.
Es cierto que ya no parece central el ejercicio de descifrar los mensajes de esa naturaleza. O en todo caso, es notorio que en la primera línea de los obispos locales registran de algún modo que los gestos del Papa no escapan a la divisoria de aguas de la política, fenómeno algo más amplio que la grieta.
Ojea habló el lunes e insistió ayer con definiciones que aludieron a "ataques" y "agresiones" a Francisco. Incluso, reclamó implícitamente una actitud más firme en su defensa dentro de la Iglesia. El mensaje de ayer lo hizo grabado, con la compañía de los vicepresidentes del Episcopado, Mario Poli y Marcelo Colombo.
Eso fue después de un comunicado de prensa en el que fue precisado el punto de las tratativas por la subvención del Estado. Los términos fueron cuidados. El texto dice que los obispos "han confirmado aceptar el reemplazo gradual" de tales aportes y agrega que continuará el diálogo con el Gobierno sobre esa transición. La idea, se destaca, es crear un fondo basado en la solidaridad de comunidades y fieles. En medios católicos, no se oculta la necesidad de recrear una práctica que ha perdido volumen desde hace años.
El Episcopado, por supuesto, ratificó su mirada crítica sobre la situación social. Reclamó mayor "sensibilidad a quienes nos gobiernan". Y añadió otro punto de impacto fuerte: la necesidad de desarrollar "una lucha sin cuartel contra la corrupción". No hizo nombres en ninguno de los dos rubros. Pareció a tono con los dichos sobre la misión pastoral fuera de cualquier trinchera partidaria. Nadie diría que faltó ejercicio político.
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