En “Vida. Mi historia a través de la Historia”, el papa Francisco narra retazos de su vida a la luz de una serie de acontecimientos históricos que, de algún modo, fueron enseñándole cosas muy significativas.
Rogelio Demarchi
Algunas palabras adquieren distintos significados según las escribamos con mayúscula o con minúscula inicial. Historia, por ejemplo, aun si no es nuestra intención señalar con la mayúscula a la disciplina que estudia los acontecimientos del pasado. Con minúscula nos pone ante la perspectiva de un relato particular, una narración posible entre tantas otras, que incluso podría no ser real, sino que, sinonimia mediante, podría estar indicando el contenido de una ficción literaria. Con mayúscula, en cambio, nos invita a una exposición de los hechos políticos, económicos, sociales y culturales de un país.
Una opción por demás atractiva consiste en cruzar ambas perspectivas colocando en el centro un sujeto en particular que haya cobrado notoriedad pública por algún motivo. Entonces, accederemos a los sucesos más destacados de la Historia de su tiempo a través de su historia personal.
En Vida. Mi historia a través de la Historia, el papa Francisco nos hace esta propuesta: aproximarnos a distintos momentos de su vida a partir de su reflexión sobre cómo le impactaron diferentes momentos históricos.
En términos literarios, esta opción remite a la autobiografía y las memorias. Pero es probable que al Papa le parezcan formas inapropiadas de presentarse en público. Del mismo modo que rechazó los clásicos zapatos rojos y el departamento papal del Vaticano, para quedarse con sus habituales zapatos negros y una humilde habitación en Santa Marta, acaso nos diría que esos géneros están exclusivamente reservados para escritores y personalidades prominentes.
Por supuesto, Jorge Bergoglio ha llegado a ser las dos cosas, aunque a él le cueste admitirlo. Él no escribe porque se considere un escritor, sino porque la escritura le resulta una forma muy eficaz de predicar el Evangelio. Y no le cae en gracia que lo traten de “Papa”, con el protocolo y la distancia que ello implica, preferiría ser tratado como el “Obispo de Roma”: ser, apenas, ya que tiene que haber alguna diferencia, un primus inter pares, el primero entre un grupo de iguales.
Entonces, Vida. Mi historia a través de la Historia es lo que Francisco nos puede ofrecer: un diálogo velado con un otro que introduce los hechos históricos ante los cuales el Papa se permitirá hacer memoria para destacar las enseñanzas que extrajo de cada uno de ellos, como si todo lo que atravesamos en nuestras vidas tuviese su correspondiente moraleja, algo que debemos aprender y recordar siempre para ser mejores personas, aplicando esos aprendizajes a otros hechos, por supuesto, y dispuestos a servir a nuestro entorno familiar, afectivo y social, para que la vida de todos sea mejor hoy y mañana que en el pasado.
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Ese otro que dialoga implícitamente aquí con Francisco es Fabio Marchese Ragona, un periodista que cronica los acontecimientos del Vaticano para los telediarios italianos y que en 2021 le hizo una entrevista exclusiva al Papa que fue transmitida por televisión con altos niveles de audiencia: él presenta los sucesos históricos sobre los que reflexiona Francisco, contando fragmentos de su vida.
El lector identificará a cada uno de ellos por cuestiones tipográficas y gramaticales: los textos del periodista están en letra cursiva y escritos en tercera persona; los del Papa, en letra redonda y en primera persona.
¿Se puede contar la historia de una vida apelando a una corta lista de sucesos históricos? Supongamos que la respuesta es afirmativa, ¿qué número apropiado y cómo se organiza la selección? Aquí, de nuevo, interviene, la personalidad de Francisco. Habiendo nacido en 1936, en Buenos Aires, en una familia de inmigrantes italianos, ¿bajo qué parámetros se seleccionaron los 10 hechos históricos sobre los que se organiza el relato de su vida?
La hipótesis de lectura es la siguiente: Francisco ha preferido acontecimientos internacionales, sin descuidar en un par de casos la Historia de su país; ha esquivado, en la medida de lo posible, hechos controvertidos o fáciles de interpretar desde una perspectiva ideológica determinada, sucesos de una gran significación intelectual, podríamos decir, y ha privilegiado aquellos que un “imaginario popular” puede identificar sin dificultad.
Esos factores explicarían por qué el libro se organiza, en un sentido, alrededor de la Segunda Guerra Mundial (abordada en varios capítulos temáticos, aunque Bergoglio tuviera apenas 3 años cuando se inició y 9 cuando concluyó); la Guerra Fría; la caída del Muro de Berlín; el nacimiento de la Unión Europea; el atentado contra las Torres Gemelas, y la crisis económica internacional de 2008. Mientras que, en otro sentido, incluye la llegada del hombre a la Luna, el Mundial de Fútbol de 1986 y la pandemia de coronavirus. Como un capítulo específicamente argentino imposible de omitir, el golpe militar de 1976. Como un hecho eclesiástico ineludible, la dimisión de Benedicto XVI.
Para ejemplificar lo que quedó afuera: no hay referencia a la guerra de Vietnam, o a la Revolución cubana, o a la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y el asesinato de Martin Luther King, o al Gulag soviético y las correspondientes y violentas represiones en los países del Este europeo. Tampoco, en términos religiosos, al Concilio Vaticano II o al impacto de la Teología de la Liberación en el contexto latinoamericano. Y en términos nacionales, así como se podría haber pensado un capítulo alrededor de la emergencia del peronismo y su adscripción al (o manipulación del) pensamiento cristiano, igualmente se podría haber organizado otro sobre el Cordobazo y las luchas obreras o la guerra de Malvinas.
Con todo, Francisco logra un discurso coherente cuya base filosófica cristiana se puede resumir de este modo: para aprender a vivir, hay que aprender a amar; y amar no es otra cosa que respetar y defender la dignidad de las personas; por consiguiente, otra sería la Historia de la humanidad si las sociedades —sus sistemas políticos y económicos— se fundaran sobre esa premisa.
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