Comienza hoy, con una ceremonia en el Teatro de la Ópera, las celebraciones por el 150° Aniversario de Roma Capital convocadas por la Alcaldesa Virginia Raggi. Una ocasión para recordar la particular atención del Obispo de Roma no sólo por su diócesis sino también por la comunidad civil de la “Ciudad Eterna”.
“Ustedes saben que el deber del Cónclave era dar un Obispo a Roma”. Con sus primeras palabras como Pontífice, la tarde del 13 de marzo de 2013, Francisco explicaba, de manera simple y directa que pronto habríamos aprendido a conocer, la esencia de lo que había sucedido en las horas previas en la Capilla Sixtina. Se había elegido al Obispo de la diócesis de Roma, aquel que, según la famosa afirmación de Ignacio de Antioquía, preside a los demás en la caridad. Para subrayar aún más esta dimensión “romana” de la Elección, el nuevo Papa había querido tener a su lado al Cardenal Agostino Vallini, Vicario de la diócesis de Roma, en su primer saludo “a la Ciudad y al Mundo”. Igualmente significativo, desde el primer “encuentro” con su grey, el Pastor había indicado como programa para la Iglesia de Roma “un camino de fraternidad, de amor, de confianza”. Un camino que el Papa Francisco, siete años después de esa extraordinaria noche de marzo, continúa haciendo estando ahora adelante, ahora en medio, ahora detrás del Pueblo de Dios que está en Roma.
Al igual que sus predecesores, se reunió con el clero y los fieles de la diócesis de muchas maneras y en muchas ocasiones: desde el tradicional coloquio con los sacerdotes en San Juan de Letrán hasta las Audiencias Generales, desde las grandes celebraciones en San Pedro hasta las visitas a las parroquias, prefiriendo aquellas de los barrios más desfavorecidos. La dinámica del encuentro, sin embargo, no se termina en la dirección del centro hacia las periferias. Desde el inicio del Pontificado, de hecho, grupos provenientes de las parroquias romanas han participado en las Misas matutinas celebradas en la Casa Santa Marta. Por lo tanto, los fieles van a la casa de su Obispo, desde las periferias hacia el centro. Francisco “se ha hecho romano” rápidamente también en las devociones que mayormente distinguen la fe popular de Roma. Devoción a María en primer lugar, al igual que en su diócesis de origen, Buenos Aires. Ha visitado el Santuario del Divino Amor, lugar mariano por antonomasia de los romanos; renueva todos los años su homenaje a la Virgen en la Plaza de España en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Sobre todo, como lo han hecho los fieles de Roma durante siglos, confía a la Salus Popoli Romani, custodiada en Santa Maria La Maggiore, los actos importantes de su vida. Es aquí donde va al día siguiente después de su elección a la Cátedra de Pedro, es aquí donde regresa cada vez que está a punto de hacer o regresa de un Viaje Apostólico Internacional.
Entre los romanos, un espacio privilegiado en el corazón de Francisco lo tienen sin duda los pobres, los invisibles de una ciudad rica de todos los bienes, pero donde desgraciadamente todavía hay quienes mueren de frío o viven en situaciones de degradación absoluta. El Papa no hace faltar su apoyo a quienes diariamente tienden la mano a los necesitados. Elocuente en este sentido es la elección, durante el Jubileo de la Misericordia, de abrir una Puerta de la Caridad en el Comedor de Cáritas de la Estación Termini, así como las visitas de los “Viernes de la Misericordia” a centros y estructuras de la ciudad donde se da asistencia a los que sufren. Para los pobres de la ciudad – a través de la Limosnería Apostólica – Francisco también hizo activar toda una serie de servicios de primera necesidad y multiplica los espacios de acogida para los sin techo hasta la última iniciativa de transformar un edificio del Vaticano, el Palazzo Migliori, en una casa para los sin techo. Los jóvenes romanos también tienen un lugar importante en la mirada del Obispo sobre su ciudad. Al igual que su predecesor, Francisco considera que afrontar “la emergencia educativa” sea una tarea urgente para la ciudad y la diócesis de Roma. Se comprenden así también los gestos inéditos y, en cierto modo sorprendentes, por él realizados como su visita al Liceo Pilo Albertelli y a la Universidad de Roma Tre, una escuela y universidad laica. En ambos casos, el Papa elige la forma del diálogo con los estudiantes para comunicar su mensaje. Encarna así el ejemplo de una Iglesia que cree verdaderamente en la “cultura del encuentro” y que sabe insertarse, sin miedo y sin prejuicios, en la vida y en la conversación cotidiana de las jóvenes generaciones.
Si, por lo tanto, Francisco dialoga y estimula a todos los componentes de la comunidad eclesial de su diócesis, no menos fructífero es el diálogo que el Obispo de Roma mantiene con las diversas instancias de la sociedad civil de la “Ciudad Eterna”, empezando por las autoridades de la ciudad. Son numerosos los encuentros entre el Papa y los tres alcaldes capitolinos que se han sucedido en estos siete años de Pontificado. Así como son muchos los discursos, los llamamientos, las exhortaciones que el Pontífice dirige no sólo a las instituciones locales sino a toda la ciudadanía, con la conciencia – como últimamente ha afirmado en ocasión del Te Deum del 31 de diciembre de 2019 – de que Roma “no es sólo una ciudad complicada, con muchos problemas” sino también una ciudad en la que Dios insta a sus habitantes “a esperar a pesar de todo, a amar luchando por el bien de todos”.
El momento culminante, también como imagen, de este diálogo que se hace compromiso concreto es sin duda la visita papal al Capitolio en marzo del año pasado. Invitado por la alcaldesa Virginia Raggi, Francisco es el tercer Pontífice que habla en la Sala de Julio César, después de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Dirigiéndose a los concejales municipales y a la junta capitolina, el Papa recuerda que Roma, “a lo largo de sus casi 2.800 años de historia, ha sabido acoger e integrar a diferentes poblaciones y personas provenientes de todas partes del mundo” y que hoy está llamada a no dispersar esta identidad de “ciudad acogedora”, “ciudad de puentes, nunca de muros”. Pontífice, “constructor de puentes”. Con sus visitas, sus gestos, sus palabras, Francisco acerca la Colina Vaticana y aquella Capitolina, la Plaza de San Pedro y los barrios de la capital, especialmente los más distantes y desfavorecidos. Como prometido desde su primer día como Obispo de Roma, continua caminando en y con su diócesis. Lo hace demostrando que lo que le importa no es ocupar espacios sino iniciar procesos de bien, nuevos caminos que favorezcan la armonía al servicio de la Ciudad en la cual el Señor lo ha llamado a ejercer el ministerio episcopal.
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