La Navidad es la sorpresa de un Dios que abandona la grandeza para acercarse a nosotros. Y bromeó con los fieles que lo felicitaron anticipadamente por su cumpleaños del próximo sábado: «¡Da mala suerte!»
IACOPO SCARAMUZZI - CIUDAD DEL VATICANO
«Cuando todo parece terminar, cuando, ante tantas realidades negativas, la fe se hace difícil y viene la tentación de decir que nada más tiene sentido», viene «la bella noticia» de la llegada de Dios: «El mal no triunfará por siempre, existe un final para el dolor. La desesperación ha sido vencida porque Dios está entre nosotros». Lo dijo Papa Francisco prosiguiendo con el ciclo de catequesis dedicado a la esperanza durante la Audiencia general de este miércoles 14 de diciembre. El Pontífice subrayó que la Navidad es «la sorpresa de un Dios niño, de un Dios pobre, de un Dios débil, de un Dios que abandona su grandeza para acercarse a cada uno de nosotros».
Francisco comenzó de la invitación que el profeta Isaías dirige a Jerusalén: «para que se despierte, se quite de encima el polvo y las cadenas y se revista con los vestidos más bellos, porque el Señor ha venido a liberar a su pueblo». «“¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia —es el pasaje de la Biblia que citó el Papa—, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: ¡Tu Dios reina!”».
Dios, prosiguió Francisco, «no ha abandonado a su pueblo y no se ha dejado derrotar por el mal, porque Él es fiel, y su gracias es más grande del pecado. Esto debemos aprenderlo, ¿eh? ¡Porque nosotros somos testarudos! Y no aprendemos esto», subrayó entre los aplausos de los fieles. «Pero yo quisiera hacerles una pregunta —dijo—: ¿Quién es más grande, Dios o el pecado? ¿Quién? … Ah, no están convencidos. No se escucha bien. Y ¿Quién vence al final? ¿Dios o el pecado? Y ¿Dios es capaz de vencer el pecado más grave? También ¿el pecado más vergonzoso? ¿Incluso el pecado que es terrible, el peor de los pecados, es capaz de vencerlo?». Después de las respuestas positivas de los fieles, el Papa prosiguió: «esta pregunta no es fácil, veamos si entre ustedes hay un teólogo o una teóloga para responder: ¿Con qué armas vence Dios el pecado?». «Amor», «perdón», «misericordia», dijeron varios de los presentes. «¡Muy bien —comentó Francisco—, tantos buenos teólogos!».
«Y esto (que Dios vence el pecado) quiere decir que “Dios reina” —explicó—; son estas las palabras de la fe en un Señor cuya potencia se inclina hacia la humanidad, se abaja, para ofrecer misericordia y liberar al hombre de lo que desfigura en él la imagen bella de Dios, porque cuando estamos en el pecado la imagen de Dios se desfigura».
El «cumplimiento de tanto amor» es «el Reino instaurado por Jesús, aquel Reino de perdón y de paz que nosotros celebramos con la Navidad y que se realiza definitivamente en la Pascua. Y la alegría más bella de la Navidad es aquella alegría interior de paz: el Señor ha cancelado mis pecados, el Señor me ha perdonado, el Señor ha tenido misericordia de mí, ha venido a salvarme. Esta es la alegría de la Navidad».
Francisco prosiguió: «Cuando todo parece terminar, cuando, ante tantas realidades negativas, la fe se hace difícil y viene la tentación de decir que nada más tiene sentido, ahí está en cambio la bella noticia traída por esos pies veloces: Dios está viniendo a realizar algo nuevo, a instaurar un reino de paz; Dios ha “desnudado su brazo” y viene a traer libertad y consolación. El mal no triunfará por siempre, existe un final para el dolor. La desesperación ha sido vencida porque Dios está entre nosotros. Y también nosotros estamos llamados a despertarnos un poco, como Jerusalén, según la invitación que le dirige el profeta; estamos llamados a convertirnos en hombre y mujeres de esperanza, colaborando con la llegada de este Reino hecho de luz y destinado a todos, hombres y mujeres de esperanza. Pero cuanto es feo cuando encontramos un cristiano que ha perdido la esperanza: “Yo no espero nada, todo ha terminado para mí”, un cristiano que no es capaz de mirar el horizonte con esperanza y ante su corazón solo hay un muro. Pero ¡Dios destruye estos muros con el perdón! Y por esto, nuestra oración, para que Dios nos de cada día la esperanza y la dé a todos, aquella esperanza que nace cuando vemos a Dios en el pesebre en Belén».
Francisco concluyó la catequesis subrayando que en el Niño Jesús, «recién nacido, necesitado de todo, envuelto en pañales y puesto en un pesebre, está contenida toda la potencia del Dios que salva. Se necesita abrir el corazón – la Navidad es un día para abrir el corazón – se necesita abrir el corazón a tanta pequeñez que está ahí, en aquel niño, y tanta maravilla que está ahí. Es la maravilla de la Navidad, a la cual nos estamos preparando, con esperanza, en este tiempo de Adviento. Es la sorpresa de un Dios niño, de un Dios pobre, de un Dios débil, de un Dios que abandona su grandeza para hacerse cercano a cada uno de nosotros».
Durante la audiencia de hoy en el Aula Pablo VI una de las peregrinas llevó un pastel para Francisco con dos velas encendidas en forma de número 8 y 0, para festejar los 8 años de Jorge Mario Bergoglio del próximo 17 de diciembre. Y el Papa, mientras pasaba para saludar le sopló a las velas. Al final de la audiencia los fieles felicitaron al Papa por su cumpleaños y él bromeó diciendo: «Les agradezco a todos ustedes por las felicitaciones por mi próximo cumpleaños: ¡muchas gracias! Pero les voy a decir una cosa que les va a dar risa: ¡en mi tierra felicitar a alguien antes de tiempo da mala suerte!».
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