Francisco en Colombia, país suspendido entre la guerra y la paz

Francisco en Colombia, país suspendido entre la guerra y la paz

Dos beatificaciones para que las víctimas de la violencia que ha provocado más de 500 mil muertos sean el centro del peregrinaje.

La Colombia que el Papa Francisco está por visitar, del 6 al 11 de septiembre, es un país que ha entrado a una nueva fase histórica, aunque existan muchas incógnitas e incertidumbres: el desarme de las fuerzas armadas del más importante y antiguo grupo armado de América Latina, y después, como esperan millones de colombianos, el fin de la guerra civil que comenzó hace más de medio siglo. 

 

Parece increíble que este terrible conflicto, que le ha costado la vida por lo menos a 220 mil personas, haya sido finalmente resuelto (al menos desde el punto de vista político y jurídico) no mediante la “vía militar”, como desde hace décadas predicaba una parte de la política colombiana, sino con el uso paciente del diálogo, en el que el presidente Juan Manuel Santos nunca ha dejado de creer (y a veces en contra de toda esperanza), razón por la que recibió el Nobel de la Paz en 2016. Hay que subrayar que en este desafío el presidente Santos siempre ha tenido, en público y en privado, el apoyo del Papa Francisco y del episcopado local, que tuvo en el complejo proceso de negociación (que comenzó entre 2011 y 2012 y culminó en el encuentro de 2016 en La Habana, Cuba, entre Santos y el líder de las FARC Timochenko) un papel relevante y fundamental. 

 

Los dos sacerdotes mártires que serán beatos  

 

Los dos próximos nuevos beatos, monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve y el padre Pietro María Ramírez Ramos, que el Papa proclamará en Colombia son símbolo de los anhelos de la nación colombiana: verdad, justicia y reconciliación, después de 70 años de guerra civil cruel e initerrumpida, que provocó más de 550 mil muertos. La celebración eucarística con dos beatificaciones, que Francisco presidirá el 8 de septiembre en la ciudad de Villavicencio, será el alma del vigésimo viaje internacional del Pontífice. El Papa desea acompañar, lo más cerca y visiblemente posible, no solo el frágil y complejo camino hacia una paz duradera y auténtica que ha emprendido el pueblo colombiano, sino también pretende que todas las víctimas, casi siempre civiles inocentes, sean el centro de este proceso. 

Colombia, con los Acuerdos de paz firmados con la ex guerrilla de las FARC en octubre del año pasado, no solo pretende cerrar los años de la violencia política e ideológica de los enfrentamientos con los grupos armados marxista-leninistas, que comenzaron durante los primeros años de la década de los 60, sino también las múltiples “herencias” del periodo anterior (de 1948 a 1958), década conocida con el nombre “La Violencia, durante la que se enfrentaron con las armas el Partido Conservador y el Partido Liberal. Esta primera década de sangre no concluyó ni siquiera tras la firma de un acuerdo entre los dos partidos y la vuelta de la democracia. Desde 1948, año del asesinato del líder liberal católico Jorge Eliecer Gaitán, causa que desencadenó la guerra civil, hasta hace poquísimos meses, han pasado casi 70 años; los muertos fueron más de 500 mil, de los cuales solo 220 mil perdieron la vida entre 1960 y 2016. 

 

Caminando hacia la paz...  

 

Colombia será la sexta nación de América Latina que visite Francisco desde que comenzó su Pontificado (1), con este viaje el Papa completará en estas tierras latinoamericanas un arco temporal singular: 27 días de ministerio petrino en su tierra, tanto amada y profundamente conocida por Francisco. Bergoglio visitó frecuentemente Colombia durante sus actividades en el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), cuya sede, desde su fundación en el lejano 1956, se encuentra en la capital colombiana Santa Fe de Bogotá. 

 

Desafíos que hay que superar para garantizar la paz  

 

Desde hace alrededor de 6 meses, Colombia es un país «en camino hacia la paz» y por ahora parece, a pesar de las poderosas resistencias tanto interiores como exteriores, que el proceso ha consolidado su posición irreversible, una condición que el Papa Francisco, al volver de su viaje de Azerbaiyán (el 2 de octubre de 2016), dijo que era esencial antes de comprometerse a llevar a cabo su visita apostólica. «Yo quisiera ir, cuando todo esté “blindado”», dijo. 

 

Y ahora ha llegado el momento. La pacificación se está llevando a cabo y todas sus condiciones principales y estratégicas han sido respetadas tanto por parte del gobierno como por parte de la ex guerrilla. El apoyo de la ONU y varias naciones amigas también ha funcionado bien. Pero, para que este proceso sea todavía más incisivo y definitivo faltan algunas condiciones: la primera es un Acuerdo de paz con el segundo grupo armado, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), y esto depende de los progresos entre las partes que se encuentran negociando en Ecuador. 

 

La segunda condición tal vez sea la más difícil, como demuestran algunos de recientes sondeos demoscópicos: que la mayor parte del pueblo colombiano cobre una conciencia seria y duradera de que la paz es necesaria y urgente, y, sobre todo, que abandone dos sentimientos muy difundidos: por una parte, el fatalismo de los que nacieron y crecieron en la violencia y, por lo tanto, la consideran normal; por otra, la desconfianza en la política y en los políticos que, durante demasiado tiempo, amasaron sus fortunas electorales utilizando la guerra y la paz como artificio demagógico. 

 

La presencia y el magisterio del Papa en cuatro ciudades importantes y estratégicas del país (Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena) será seguramente determinante también para superar estos retrasos que los obispos colombianos consideran esencial para llegar a una paz verdadera, auténtica y sólida. 

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