El coronavirus le impidió cumplir el deseo de regresar definitivamente a Villa María. El obispo y el vicario de la Diócesis lo habían visitado días atrás en Jesús María, donde comenzó a hacer la valijas...
El 13 de septiembre de 1998 Roberto Rodríguez asumió como obispo titular de la Diócesis de Villa María. Poco después se hizo llevar a la Clínica Marañón y fue directo a la habitación donde estaba internado el padre Hugo Salvato, quien había sido apaleado en un hecho de robo. Llegó poco antes de la medianoche y el periodista de este medio que montaba guardia pudo ver por la puerta entornada cómo le colocaba la mano en la frente. El prelado daba así el primer paso de acercamiento hacia el sacerdote de los pobres, a quien su antecesor Alfredo Disandro había apartado de la esfera oficial de la Iglesia. En unos meses, Hugo y todos sus sacramentos fueron nuevamente reconocidos.
A mediados del año 2001 decenas de familias del barrio Solares de la Villa estaban a punto de perder las viviendas que les pertenecían. Los efectivos de la Policía Federal marchaban firmes hacia la última casa, para efectuar el primer desalojo. Los vecinos se habían encadenado al inmueble. Junto a ellos estaba el obispo Roberto Rodríguez.
A fines de ese mismo año este medio se moría. Los trabajadores hicieron ollas populares, manifestaciones callejeras... y fueron al Obispado. Allí se encontraron con quien levantó el teléfono y llamó al ministro de Trabajo: “Ahí van los muchachos del diario. Atendelos y ayudalos porque quieren formar una cooperativa”. Era monseñor Roberto Rodríguez.
De acá lo llevaron un día a La Rioja y enseguida le preguntaron su opinión acerca de la muerte de monseñor Enrique Angelelli, su colega que obraba con “con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio”. “Yo quiero saber la verdad; yo quiero que se haga justicia”, dijo cuando faltaba la sentencia acerca de su asesinato por la dictadura militar.
Es verdad que una necrológica debería comenzar por contar que a las 7 de la mañana de ayer, en la ciudad de Jesús María donde residía, a los 85 años (iba a cumplir los 86 en agosto), falleció con COVID-19 el exobispo de Villa María y emérito de La Rioja, monseñor Roberto Rodríguez.
Que había nacido en Temperley, en el Gran Buenos Aires, el 14 de agosto de 1936 (el mismo año que Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, con quien mantenía una entrañable amistad); que fue ordenado sacerdote el 31 de enero de 1970 en Cosquín, por monseñor Raúl Francisco Primatesta; que en noviembre de 1992, San Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar de Córdoba y fue ordenado como tal por el ya entonces cardenal Primatesta...
Es verdad que se podría empezar así, para dar cuenta luego de su traslado a Villa María hasta julio de 2006, cuando decidieron ubicarlo al frente de Diócesis de La Rioja, donde permaneció hasta el 9 de julio de 2013.
Decir, por ejemplo, que era licenciado en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma...
Y que ayer hubo decenas de muestras de dolor de parte de instituciones y personalidades. Desde el Obispado de Villa María, se emitió un comunicado en el que se recordó que su lema episcopal fue: “Tened los mismos sentimientos de Cristo”.
“Destacó en la vida sacerdotal y episcopal por su dedicación a la educación así como a promover la amistad social. Damos gracias a Dios por el don de su vida y su ministerio al servicio de la Iglesia, especialmente en nuestra Diócesis de Villa María. Con la esperanza de la resurrección final por Cristo, nos unimos en oración pidiendo por su eterno descanso”, expresó el documento firmado por el obispo Samuel Jofré Giraudo.
La Diócesis de La Rioja comunicó “con profundo dolor el fallecimiento de monseñor Roberto Rodríguez, quien fuera el sexto obispo diocesano y nuestro obispo emérito”.
Desde el Gobierno nacional, el secretario de Asuntos Estratégicos de la Presidencia de la Nación, Gustavo Béliz, expresó que reza “muy especialmente por su descanso”.
El intendente en uso de licencia y secretario de Obras Públicas de la Nación, Martín Gill, manifestó: “Querido padre, obispo, monse Rodríguez, con dolor te despedimos, pero sabemos que tu vida de entrega, enseñanza y ejemplo por construir un mundo más cristiano tendrá la recompensa de Dios”.
También el secretario de Comunicaciones del Gobierno de Córdoba Marcos Bovo y el exconcejal Miguel Sponer, amigo personal del alto dignatario de la Iglesia, entre muchísimos otros, dejaron muestras de pesar en las redes sociales.
Venía para Villa María
La semana anterior, el obispo Jofré Giraudo y el vicario general de la Diócesis, padre Alberto Bustamante, viajaron “en unamisión secreta” que los honra hasta Jesús María. Iban a ofrecerle a Roberto Rodríguez venir a instalarse a esta ciudad, vivir en dependencias del Obispado. “Allá tenés amigos, podés dar misa...”. Y lo convencieron. Había empezado a hacer las valijas, cuando se contagió de coronavirus.
Por estas horas su hermana Marta se encarga de los trámites más delicados y ya estaría decidido que sus cenizas se repartan entre esta ciudad, La Rioja y la propia Jesús María, ya que allí impartió clases en el Seminario Menor.
En esa ciudad del norte provincial, la radio local reproducía en su portal una nota que le hicieron. El titular era: “Monseñor Rodríguez: el cura que enseña a vivir”. Un poco más allá, en La Rioja, otro medio lo recordaba ayer diciendo que “hay que ir a las fronteras existenciales para cumplir con una exigencia para el clero actual de ser como Brochero, con olor a oveja”.
Obrero de la Mercedes
Sobre “monse” Rodríguez se podrían escribir páginas y más páginas. Pero hay algunos datos que no pueden quedar fuera de ninguna reseña. Uno es que era el presidente de la ONG Shalom (Paz), de Staffoli, en la provincia italiana de Pisa, con la que asistió a una comunidad de Burkina Faso, en Africa, construyendo allí una fábrica de aceite de algodón, otra fábrica de aceite no comestible de jatrofa para biodiésel, “tratando de generar trabajo a partir de los recursos naturales, pero también creamos una cadena de panaderías y pizzerías para mantener orfanatos, escuelas maternas, casas de familia que funcionan como hogares para adolescentes que allí aprenden oficios, en fin, es todo un mundo mi Burkina”, se entusiasmaba en diálogo con El Diario.
En un viaje al Vaticano desde Burkina, le llevó a su amigo Bergoglio un pan casero.
Tomá, te traje este pan que hicieron los chicos en una de nuestras panaderías en Africa...
El Papa tomó el paquete y comenzó a abrirlo lentamente. Cuando finalizó, miró el pan y alzó la vista hacia el misionero Rodríguez, para preguntarle: “¿Y el salamín?”.
Esa amistad entre “monse” y el máximo dignatario de la Iglesia Católica, es uno de los datos que no podían faltar en este abrazo de despedida.
El otro: cuando fue a Alemania a perfeccionar el idioma, se empleó como operario en la fábrica Mercedes Benz. Estuvo meses poniendo tornillos en una línea de producción.
Por eso entendía tanto a los humildes, a los trabajadores. Por eso sus homilías en la Catedral en contra del capitalismo salvaje. Por eso estaba aquel día junto a los vecinos, en Solares de la Villa.
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