El testimonio de una joven salteña que es becaria de un curso de formación al diálogo y que acaba de regresar de Viena, Austria, luego de un período de convivencia con otros participantes de distintas religiones.
Con gran alegría estoy de nuevo en Salta, después de una semana en la bella ciudad de Viena. Allí, me uní a 18 hermanos y hermanas de distintos países y continentes, como parte de una formación en diálogo intercultural e interreligioso del “Centro de Diálogo Kaiciid”. Aún después de haber vivido un año y medio en dos países africanos, ésta era una experiencia nueva y distinta… era realmente andar por caminos desconocidos.
Fue sin dudas una experiencia bella, bellísima. En lo personal, reconociendo cómo Dios nos conduce, y cómo sus planes superan nuestros pequeños esquemas cotidianos. En lo comunitario, fue abrir la mente y el corazón a hermanos de otras religiones, estableciendo un diálogo desde la propia vida.
No dejo de evocar sus nombres y sus rostros, y mi corazón se llena de emociones… La esperanza que me produce hablar de empatía, de compasión, de reconciliación en ámbitos profesionales y académicos, sin relegar estos temas al ámbito religioso o privado de nuestras vidas. El asombro y la esperanza al saber del libro que están escribiendo juntas una hindú, de origen estadounidense, y una musulmana de quien sólo conozco sus ojos, porque es lo único que no lleva cubierto. La alegría de la Santa Misa: un sacerdote indio y una laica argentina, alrededor de una pequeña mesa-altar de un hotel en Viena, comenzando el día en el nombre de Jesús. Tomarnos fotos y más fotos con los otros becarios, todos asombrados y admirados de la belleza y diversidad de nuestros rostros, nuestra ropa, nuestros acentos al hablar el inglés. La emoción de rezar juntos para bendecir la comida, esa noche en el restaurant hindú. El calor y la suavidad de abrigarme con la prenda favorita de mi nueva amiga budista. Las fotos en el Danubio en la frescura de la siesta. La emoción al escuchar que mi amigo musulmán de Filipinas estuvo en los preparativos de la visita del Papa Francisco a su país. La calidez de la compañía de mi amigo monje de Sri Lanka, mientras yo miraba decoraciones navideñas y especialmente el momento sublime cuando entramos a una Iglesia y nos quedamos escuchando un bello concierto… nos hacíamos gestos para decirnos “una canción más y nos vamos”, una vez él, una vez yo, y nos seguíamos quedando… El delicioso sabor de la comida que nos convidó nuestro amigo judío (fue sin dudas más la delicia del gesto que de la comida –que también era muy buena-). Las confusiones de las reuniones en grupo donde las dificultades para interpretar consignas y la escasez del tiempo no impidieron que podamos ponernos de acuerdo. La ternura de mirar las fotos de los hijos de mis amigos de Irak, Nigeria, Filipinas o la India. Entre muchos otros detalles y gestos, tal vez pequeños, pero llenos de significado.
Ahora, ya de regreso, es recibir mensajes de whatsapp de mi amiga jordana, que me envía bendiciones, y alguna que otra foto que llega por todos los medios de comunicación posibles. Y sobre todo, es tenerlos presentes en cada una de mis oraciones. Ya rezaba por ellos aún antes de conocerlos. Ahora, con más razón rezo por ellos, sus familias, sus comunidades, sus países de origen, que son también mi familia, mi comunidad, mi país.
Gracias Kaiciid por creer en el diálogo, vivirlo y promoverlo. Gracias amigos y hermanos becarios por el don que es cada uno y por animarse a ponerlo en común. Gracias Movimiento de los Focolares por esta bella espiritualidad que es un signo de los tiempos… y por la confianza. Gracias familia por ser mi primera escuela de diálogo. Gracias Dios por tu Providencia, tu Ternura y Misericordia que derramas en nosotros en abundancia, más de lo que somos capaces de imaginar.
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