Comentario del miércoles de la 6.ª semana del tiempo ordinario. “Después le puso otra vez las manos sobre los ojos, y comenzó a ver y quedó curado, de manera que veía con claridad todas las cosas”. Cuando nos acercamos a la Confesión vemos la realidad con la luz de Dios. Enseñemos las heridas para que Jesús nos cure a fondo.
Evangelio (Mc 8, 22-26)
Llegan a Betsaida y le traen un ciego suplicándole que lo toque. Tomando de la mano al ciego lo sacó fuera de la aldea y, poniendo saliva en sus ojos, le impuso las manos y le preguntó:
—¿Ves algo?
Y alzando la mirada dijo:
—Veo a hombres como árboles que andan.
Después le puso otra vez las manos sobre los ojos, y comenzó a ver y quedó curado, de manera que veía con claridad todas las cosas.
Y lo envió a su casa diciéndole:
—No entres ni siquiera en la aldea.
Comentario
El evangelio de hoy sitúa a Jesús y sus discípulos en Betsaida. Ciudad de la que Jesús dijo “-¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que se han obrado en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia en saco y ceniza”. (Mt 11, 21) Betsaida era la patria de Felipe, Andrés y Pedro. En ella muchos milagros se habían cumplido y muchas palabras de vida eterna se habían escuchado.
Las acciones de Cristo para devolver la vista a este hombre ciego están cargadas de simbolismo. En otro momento del Evangelio, Jesús cura a un ciego de nacimiento. Mezcla la saliva con la tierra. Este gesto recuerda el pasaje del libro del Génesis donde se narra la creación del hombre como una figura de barro a la que el soplo de Dios infunde la vida (Gn 2,7). Jesús, al curar a ese hombre, está llevando a cabo una nueva creación. El hombre ciego, no solo va a recuperar la vista, sino que es llamado por Jesús a comenzar una nueva vida.
A lo largo del todo el Evangelio, Jesús da prioridad a los milagros interiores frente a los exteriores. Valora más el perdón de los pecados que la curación de una enfermedad. Llama la atención como Jesús no quiere dar publicidad al milagro e invita al hombre, tras la curación, a no pasar por la aldea. No quiere llamar la atención, quiere nuestra conversión personal. Nosotros también estamos necesitados de curaciones interiores, de limpiezas en nuestra alma.
Cuando nos acercamos a la Confesión, Dios cura nuestras heridas, limpiamos el alma de nuestros pecados. Y entonces, vemos las cosas más claras, más nítidas. San Josemaría lo expresaba así “Si alguna vez caes, hijo, acude prontamente a la Confesión y a la dirección espiritual: ¡enseña la herida!, para que te curen a fondo, para que te quiten todas las posibilidades de infección, aunque te duela como en una operación quirúrgica.”
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