Comentario del lunes de la 5.ª semana de Cuaresma. “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”. Pidamos a Jesús la gracia de ver con sus ojos, mirar el mundo como lo mira él. Solo así podremos iluminar y ser apóstoles.
Evangelio (Jn 8, 12-20)
De nuevo les dijo Jesús:
—Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
Le dijeron entonces los fariseos:
—Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero.
Jesús les respondió:
—Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero porque sé de dónde vengo y adónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne, yo no juzgo a nadie; y si yo juzgo, mi juicio es verdadero porque no soy yo solo, sino yo y el Padre que me ha enviado. En vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos personas es verdadero. Yo soy el que da testimonio de sí mismo, y el Padre, que me ha enviado, también da testimonio de mí.
Entonces le decían:
—¿Dónde está tu Padre?
—Ni me conocéis a mí ni a mi Padre —respondió Jesús—; si me conocierais a mí conoceríais también a mi Padre.
Estas palabras las dijo Jesús en el gazofilacio, enseñando en el Templo; y nadie le prendió porque aún no había llegado su hora.
Comentario
En el Evangelio de hoy, Jesús se revela como Luz del mundo. En la celebración de la fiesta de los Tabernáculos, durante la primera noche, era costumbre iluminar el «atrio de las mujeres» del Templo con cuatro enormes lámparas. Estas daban luz a la ciudad de Jerusalén. Este acto recordaba la nube luminosa que guiaba al pueblo de Israel en su salida de Egipto (cfr Ex 13,21-22; 16,10; etc.). Dios guiaba a su pueblo por el desierto.
Jesús nos enseña que él es la luz que guía al pueblo, él es la luz que ilumina a cada persona, que alumbra el interior del hombre para que pueda aceptar la Revelación y hacerla vida suya.
Esa luz que nos muestra Jesús, no solo hace que miremos a Jesús, sino que miremos desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver. Jesús se presenta como aquel que nos lleva a Dios Padre. Cuando recibimos la luz de Cristo, nos permite ver las cosas como lo hace Dios Padre, conocemos también como lo hace el Padre.
A su vez, la luz es necesaria para vivir, para todo. La luz se pone en un candelero para que ilumine a todos los de la casa. Así el discípulo de Jesús debe ser luz que señale a los demás el buen camino con su comportamiento.
Dice san Josemaría: “Como quiere el Maestro, tú has de ser —bien metido en este mundo, en el que nos toca vivir, y en todas las actividades de los hombres— sal y luz. —Luz, que ilumina las inteligencias y los corazones; sal, que da sabor y preserva de la corrupción. Por eso, si te falta afán apostólico, te harás insípido e inútil, defraudarás a los demás y tu vida será un absurdo” (San Josemaría, Forja, 22)
Pidamos al Señor la gracia de ver con sus ojos, mirar el mundo como lo mira él. Solo así podremos iluminar y ser apóstoles.
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