Charla del profesor Abderrahman Muhammad Maanán en Almería
En primer lugar, por supuesto, quiero agradecer a la “Yama a Islámica de Al-Andalus” de aquí de Almería esta convocatoria en la cual se va a tratar de un tema que es realmente interesante, excesivamente profundo quizás, yo intentaré hacerlo lo más sencillo posible y que es una vía para el diálogo, un diálogo serio, entre el Islam y Occidente.
El tema, como ya sabéis, el tema de esta charla es la espiritualidad musulmana, el SUFISMO.
Pero, yo quisiera empezar haciéndome algunas preguntas y es de si ¿se puede hablar con serenidad de espiritualidad musulmana, del Islam en general, en los tiempos actuales? ¿Existe alguna posibilidad de que existan valores elevados en este mundo, el mundo musulmán, en un mundo en el que se cometen asesinatos en masa, matanzas repugnantes, se discrimina a la mujer, se hace del fanatismo y el oscurantismo una ideología en nombre del Islam?
Efectivamente, el Islam nos es descrito en términos que hablan de brutalidad, de barbarie y de inhumanidad. Estamos en Almería, cerca de Argelia de la que a diario nos llegan noticias de crímenes espeluznantes ejecutados por los llamados integristas islámicos, los cuales aparentemente no reparan en cometer atrocidades que superan con mucho todo lo imaginable: asesinatos colectivos, mutilaciones, decapitaciones, de las que no se libran las mujeres, los ancianos o los niños, que alcanzan incluso a los fetos; los indefensos parecen ser las víctimas preferidas de una violencia sin sentido, atroz y absolutamente irracional. Si la crueldad está siempre injustificada, en estos casos ni tan siquiera busca justificación alguna. Es regusto en la sangre, y el sadismo, pero a nadie le extraña: es lo propio de los musulmanes. El ciudadano medio occidental se escandaliza frente a estos hechos execrables, pero no le interesa descubrir al culpable. Ya lo sabe de antemano, es el moro, del que tiene una imagen ya hecha en la que se entremezclan todas las descalificaciones posibles. Al perfil habitual del musulmán se le ha sumado simplemente la abyección, coronando así una imagen que quiere ser ya definitiva.
Sin embargo, poco a poco, quizás porque exista la necesidad de una nueva estrategia, empiezan a filtrarse noticias que ponen en entredicho la versión oficial de lo que pasa en Argelia. Puede ser que esas matanzas las esté cometiendo el ejercito y la policía del régimen militar que gobierna el país. De ser así, de ser así, el Islam pasaría de ser verdugo a ser víctima, y los escandalizados ciudadanos medios de occidente con sus acusaciones precipitadas pasarían a ser casi cómplices de los verdaderos verdugos. Posiblemente, no se permitirá que esto llegue a inquietar la buena conciencia de los occidentales, para los que la imagen del moro, semi-bárbaro, fanático, oscurantista, seguirá manteniéndose porque es una imagen elaborada por expertos en la desinformación. Efectivamente, no se trata de ninguna improvisación. Siempre se ha hablado del Islam en términos negativos. Y los aspectos positivos cuando no pueden ser disimulados de ningún modo, son justificados buscando sus raíces siempre fuera del Islam. Así se nos enseña, o se nos enseñaba hasta hace muy poco, que el pensamiento y la filosofía no son propios del Islam, los musulmanes no habrían hecho sino recogerlos de los griegos y transmitirlos a sus legítimos sucesores, los europeos. Pero nunca se ha pensado en el Islam, los musulmanes no pueden pensar. ¿Y el arte? Fue recogido de los bizantinos, de los persas, de los hindúes, pero salvo algunos detalles carece de originalidad alguna. Las ciencias, lo mismo: sin los substratos anteriores, jamás hubiera podido existir en el mundo musulmán. El Islam no aporta nada, sino que en su seno y a pesar de las dificultades, que impone un sistema tan restrictivo se siguió pensando, construyendo y descubriendo siempre, o casi siempre, al margen del Islam. ¿Y porqué pueblos tan distintos se hicieron musulmanes? La respuesta es fácil y simple, por imposición o para escapar del pago de tributos. Y así los musulmanes del mundo no somos sino herederos de defraudadores de Hacienda.
Y ¿qué pasa con la espiritualidad islámica? Por supuesto, no existe. Y ¿que pasa con la obra gigantesca y bellísima de autores como Mawlana Rumi, Hallay, Ibn al-Arabi, lbn aI-Farid, Ibn Masarra, lbn al-A rif de Almería, y un interminable etcétera? También la respuesta es sencilla: bebieron del cristianismo. El cristianismo, o el judaísmo, o el yoga, depende de los gustos del investigador, inspiraron a esos magníficos pensadores, pero el Islam, nunca.
Todo lo bueno, le viene al Islam de fuera. Y por eso, el Islam, debía ser colonizado. En realidad, esa imagen amañada del mulsumán no es más que la justificación teórica para cualquier intervención colonizadora. Occidente siempre está salvando a alguien, y para salvar a alguien ese alguien tiene que estar en peligro. Y si no lo está, nos lo inventamos.
Pero, ¿porqué los musulmanes no se deshicieron del Islam atosigante cuando pudieron? ¿Porqué no se convirtieron al cristianismo durante la época de la colonización, cuando se les puso eso fácil? ¿Porqué no aceptan ser occidentales en la actualidad cuando es lo que se lleva? ¿Están tan cerrados en sí mismos que no pueden librarse de la carga que soportan? ¿Porqué se han vuelto tan reticentes a lo que les conviene esos herederos de defraudadores del fisco?
Para ser salvados del peligro, deben ser convencidos, se les debe abrir los ojos. Y así, Occidente vende su imagen de los musulmanes a los propios musulmanes, y con una arrogancia increíble les repite hasta la saciedad, de mil modos diferentes y con mil medios distintos, que son unos bárbaros, Linos inhumanos y unos atrasados, ¿se pretende con ello justificar por adelantado una segunda colonización que acepten esta vez incluso los mismos musulmanes?
Por supuesto, todo lo anterior tiene sus excepciones. Entre los estudiosos occidentales ha habido personas notables que han intentado ser imparciales, o incluso simpatizantes del hecho islámico. No obstante, el tono general es el que ha sido descrito, es la opinión del hombre de la calle en la actualidad. Es esa imagen distorsionada e interesada del Islam y de los musulmanes la que hace a los occidentales indiferentes o paternalistas, en el mejor de los casos, o racistas y xenófobos en los peores casos. Un xenófobo no lo es normalmente ante un americano, aunque sean extranjeros, aunque les quite puestos de trabajo, porque tiene una buena imagen de ellos por ejemplo, pero sí es xenófobo ante un moro o un africano en general, porque lo asocia a las ideas que le han sido inculcadas. Y la postura indiferente o paternalista nace muchas veces de que hay que sentir pena o caridad hacia esos presuntos desheredados. En cualquier caso, no hay más que autosatisfacción. El occidental medio está autocomplacido, y esa beatitud a la que ha llegado es una venda sobre sus ojos que le impide ver y descubrir lo bueno que pueda haber en otras culturas y tradiciones.
En los debates sobre el Islam es fácil notar cómo siempre faltan los musulmanes, el musulmán en esos debates siempre es el eterno ausente. Los occidentales discuten entre ellos acerca de la imagen que ya tienen del Islam: no necesitan para nada la intervención de los afectados. Los musulmanes son interlocutores no deseados, y si alguna vez se ofrece la oportunidad a alguno, generalmente, y no se por qué, casi siempre se sabe lo que va a decir, como si estuviera ajustado a moldes previos. En esos casos, el contertulio es, más que un representante del Islam, un ejemplo de lo que va a decirse. Sólo en casos excepcionales se falta a esta regla.
Es como si el Islam fuera invisible. Se habla de un fantasma. Pero, ¿qué es el Islam? ¿En que consiste la espiritualidad musulmana?. Después de los rodeos anteriores, que considero necesarios para situar, para introducir a este tema en general es el Islam en sí, en el que vamos a centrar esta charla.
La palabra Islam es traducida siempre corno sumisión a Dios. Pero se trata en realidad de algo mucho más radical: es rendición absoluta e incondicionada a Allah. Para un musulmán, Allah es más que dios, el concepto dios se le queda corto. Allah es siempre más grande, más absoluto, más inaprehensible. El musulmán jamás pone coto alguno a aquello a lo que llama Allah, no lo limita, no intenta concebirlo, no intenta conceptualizarlo. Sabe que es él mismo, el musulmán, el que debe ir creciendo espiritualmente para ir comprendiendo a Allah, pero descubre que en ese crecimiento interior, Allah se le va haciendo cada vez más grande, más absoluto, cada vez más inaprehensible e impreciso. El musulmán no pretende jamás poseer la verdad, sino que se siente poseído y arrebatado por Ella, es esclavo de la Verdad Creadora, a la que llaman Allah. Y a Allah se somete, se rinde a El en el proceso de un continuo enamoramiento que no tiene fin alguno. El musulmán avanza hacia Allah sabiendo que su peregrinación no consiste sino en sumergirse en un infinito por el que lo va guiando su corazón pero donde nunca encontrará nada a lo que aferrarse como algo definitivo. Ese es el abismo al que se asoma el musulmán, ese es el desafío que le lanza el Corán.
Es por ello por lo que el musulmán siempre tiene en la boca la expresión Alláhu Akbar, Allah es más grande. Es una frase incompleta, Allah es más grande ¿que qué? Allah es más grande que todo lo que pueda percibir, sentir, imaginar o experimentar el ser humano. Es como si la palabra Allah no fuera sino la referencia a un continuo acto relativizador y desidolatrizador.
Los musulmanes no cuentan de Allah ninguna historia. En esto, el Islam se diferencia completamente del judaísmo y del cristianismo. Allah no ha escogido a ningún pueblo, ni ha encarnado en ningún salvador. En el Islam no es posible ninguna teología ni ninguna organización eclesial. Allah es un desafío lanzado al ser humano, para que éste explore lo que hay de más hondo en sí mismo y en el universo que le rodea, para que explore lo abismal, lo que no tiene fondo, lo insondable, lo escurridizo, lo mágico de cada instante de la existencia.
Por tanto, el Islam es, fundamentalmente, una actitud. Es la actitud del ser humano insaciable en su corazón, la actitud del hombre que no busca consuelos ni respuestas a ninguna pregunta sino que busca vivirse. Es la actitud del que no busca autosatisfacerse sino la del que asume su infinito interior, y se sumerge en él sin reparos. Allah, para el musulmán, no es ni un consuelo ni una respuesta; Allah, para el musulmán, es una exigencia de su propio ser.
Muhammad (s.a.s.) el Profeta del Islam, cuyo nombre ha sido deformado hasta convertirse en el Mahoma que todos conocemos, dijo que Allah dice: “No me abarcan ni los cielos ni la tierra, pero me abarca el corazón del hombre que se abre hacia mi.” Estas palabras resumen de manera espléndida lo que es el Islam. Nos enseñan que el corazón del ser humano es un espacio ilimitado, y esa es la razón de su angustia. Ese vacío interior incolmable le exige ser colmado. En su inquietud el hombre busca sucedáneos, ídolos en palabras del Corán, respuestas, y cree satisfacer con ellos, con sus respuestas, sus ansias, pero al final le llega la hora de la frustración, por que nada que pueda idear el ser humano puede llenar ese precipicio sin fondo, en ese océano inmenso no es satisfactorio lo artificial. El sufí, el hombre de espíritu del Islam, el musulmán en su radicalidad, es el que nada en ese sin-fin de su universo interior, sin necesidad de aferrarse a ningún clavo ardiendo, sin temor ni esperanza, sino como inmersión vital que se convierte en un sentimiento y en una experiencia creadores, se convierten en una pasión que sin calmarlo ni colmarlo hacen germinar en él los frutos más hermosos de los que es capaz el ser humano. Por ello, Ibn al-Arabí al-Andalusí, el que fuera tal vez el más grande de los maestros sufíes, describió el corazón del musulmán como "Jardín entre incendios”. Y también se ha dicho que el corazón del sufí es un jardín en medio un desierto infinito.
El musulmán se afana en despejar su mundo, y para ello lo desmonta. El Corán nos dice que el hombre es un sediento en medio del desierto que cree haber encontrado un oasis, pero cuando se acerca a él descubre que ese oasis es un espejismo y que no hay agua. El Corán remata esta descripción diciéndonos que es entonces cuando encuentra a Allah. Es decir, en esa desilusión, en ese vacío solitario, intuye a Allah. Sidi Abdelkader al-Yilaní, otro de los grandes maestros, que en este caso era un persa, otro de los grandes maestros sufíes, lo expresaba así: cuando el ser humano es aquejado por alguna desgracia, busca solucionar por sí mismo su problema; si es incapaz, acude a otros hombres para que le solucionen su carencia; sólo, si no encuentra remedio entre ellos, dirige, entonces, su intención hacía Allah. Pero sólo si Allah también lo desatiende, sólo entonces puede presentir realmente lo que es Allah, en el absoluto abandono. Y es porque Allah, según el Islam, está en la ausencia de todas las cosas. Por eso, los musulmanes decimos que Allah es Uno y Solo. Y esto es, quizás, lo más terrible, inquietante y desolador del Islam, pero también es lo mejor, lo más fecundo, lo más rico y lo más sugerente. El musulmán acepta y asume ese vértigo sin dejarse confundir por ninguna tendencia a la comodidad, sin sustituir esa desolación con elaboraciones gratificantes, pero insustanciales. Antes ya lo hemos afirmado: el Islam más profundo no busca consolar ni dar respuesta a la angustia del ser humano, sino que, al contrario, sobredimensiona esa angustia, la agiganta hasta hacerla el recurso mismo del ser humano que lo capacita para abarcar lo infinito y lo insondable.
El Islam no es complaciente con el musulmán, no le hace concesiones. De modo continuo lo asoma a un vacío insoportable donde resplandece la posibilidad de una transformación que convierta el desierto en jardín. Paradójicamente, el proceso no es desesperante ni asfixiante. Si hay algo que el Islam desaconseja es el agobio y la obsesión. La soledad espiritual del musulmán está llena de voces, de poesía y de compañía. El universo vacío al que lo asoma el Islam está profusamente habitado, y las sensaciones no dejan en ningún momento de sucederse: se trata de la espiritualidad de las cosas, con las que él es par. La insoportabilidad del vacío es compensada por la riqueza de las experiencias. El universo unitario del Allah resulta ser, a la vez, inquietante y amable. Así es como nos lo describen los maestros del sufismo.
Al igual que el cristianismo, el Islam enseña que Allah creó al hombre a su imagen, pero esta enseñanza, en lugar de crearle al musulmán problemas con el darwinismo, le recuerda lo que ya hemos dicho acerca del carácter infinito, rico y abismal de su propia naturaleza. Es porque ha sido creado a imagen de Allah por lo que anhela a lo ilimitado. A diferencia del cristianismo, el Islam enseña que no ha habido ningún pecado original que el hombre no pueda redimir y para el que necesitaría un salvador. Para el Corán, el ser humano es fundamentalmente esa imagen de lo infinito y eterno, es califa, en términos del Corán una criatura soberana que aspira a colmar esa tensión interior que lo reclama e inquieta constantemente. Allah, dice el Corán, ha honrado al ser humano, es decir, lo ha confirmado como tal. Y el Islam mismo es esa confirmación.
El Corán recuerda al musulmán esa dirección. El Corán pretende elevar aquello a lo que aspira. Por ello aparece con tanta frecuencia en el Libro fundamental de los musulmanes, en el Corán, la palabra Recuerdo, “Dikr” y se dice del Profeta (s.a.s.) que el era un Recordador. El Islam quiere que el ser humano recuerde lo que es y no degenere por los caminos del olvido. El Corán dice: “Recordar a Allah es lo más grande’? y lo es porque engrandece, porque es una continuada superación de límites y escaseces, una continuada superación de ídolos, convencimientos y satisfacciones paralizantes. Y es que el Islam no enseña la resignación. Muy al contrario, a la resignación el Islam le opone el Yihad, el esfuerzo, la superación, la lucha. La imagen del musulmán fatalista es un invento colonial con el que ahora se pretende remodelar a los propios musulmanes, convencerles de que son fatalistas e inmovilistas. El Islam ordena a los musulmanes fortalecerse, templarse en la paciencia y en la perseverancia, porque deben emprender una lucha, realizar un gran esfuerzo que los emancipe y los haga valientes y audaces ante Allah, para que el miedo no se apodere de ellos por los senderos que conducen hasta el Señor de las Soledades.
Sobre estos principios se erigen los valores que el Islam enseña. El Islam es un no a los sucedáneos, es un no a los ídolos, un no rotundo a lo limitador, a lo que condicione el verdadero objetivo que el musulmán se propone y que no es otro que su propia universalización en Allah-Uno y Solo. El no a los artificios es un sí a lo inabarcable. Por ello, el Islam es una negación y una afirmación, el Islam enseña que no hay más verdad que Allah. Con ello se desmontan las verdades para que emerja la Verdad.
Con lo dicho, podemos resumir diciendo que el Islam valora muy positivamente al ser humano y sus capacidades, y por ello lo enfrenta directa e inmediatamente a Allah. No necesita purificarse de ningún pecado original, no necesita de ningún salvador, no necesita intermediarios ni se somete a ninguna jerarquía monopolizadora de lo espiritual. Le bastan su intención y su esfuerzo, le bastan su pureza y su sinceridad. Esa es la senda por la que transita el musulmán.
Sobre esa senda va mejorando su calidad humana como resultado de la expansión de su ser. A semejanza de Allah, se da cuenta de que necesita darse, y se hace generoso, noble, tolerante, abierto, y también justo, fuerte y sabio, incluso duro y seco, hospitalario y extrovertido, pero también recogido y majestuoso. Esta es la descripción del sufí, porque ha seguido la senda de la imitación de Allah, es reabsorbido por la imagen de su propio ser que traduce la de Allah.
Llegado este punto, también es importante que diferenciemos el Islam de lo que ha sido dado en llamar religiones orientales. El sufí no es nunca panteísta, ni monista, ni pretende encarnar a un dios o identificarse con un todo cósmico anónimo donde él perdería su ser, su nombre, en una fusión con lo infinito y lo eterno. El musulmán jamás se homologa a Allah: es su imagen pero no El. En sí mismo aprende o que es Allah, pero no lo sustituye. El Profeta del Islam enseñaba: “Quien se conoce a sí mismo, conoce e su Señor”. Esto no quiere decir que se funda en El, que se transforme en algo extraño. Esto quiere decir que se descubre a sí mismo como afirmación de Allah. El hombre es una imagen que refleja lo infinito de su Creador, y en ese infinito suyo desencadena todas las potencialidades que Allah ha depositado en él. El sufí no se niega a sí mismo, no prescinde de sí, ni se identifica con nada que no sea él mismo, lo que sucede es que ha descubierto lo que es, y lo que es en sí es algo más grande que los cielos y la tierra, los cuales no pueden abarcar a Allah.
Pero esa grandeza que descubre en sí, no lo hace arrogante o soberbio. Se sabe imagen de Allah, y esto quiere decir dos cosas: que carece de toda sustancia en sí mismo , y por otro lado que depende esencialmente de Allah. Pero esa sujeción radical a Allah, es también inclinación hacia El, y esa inclinación se transforma en amor, y el amor se transforma en arrebato, el arrebato lo embriaga y experimenta una fusión con el Ser que lo invade todo, una reabsorción en El que lo emancipa del mundo y de cuanto hay en él, y pasa a ver con los ojos de Allah, a oír con el oído de Allah, a andar sobre sus pies y a tocar con sus manos. Esta experiencia sólo dura unos instantes, aunque se repita con frecuencia, pero deja en el sufí, a pesar de su brevedad, deja en el sufí un recuerdo indeleble y definitivo que trastoca todas sus percepciones y todas sus emociones. Y sólo puede durar unos instantes porque en ese momento no es él, su ser es el de la imagen ilusoria en la que Allah se contempla y en la que el sufí contempla a Allah. Es decir, el sufí sale de su arrebato con un ser, con su propio ser firmemente enraizado en Allah trascendente. La aniquilación que ha saboreado le ha mostrado su verdad en todos los sentidos, y reasume ahora su condición mortal, para hacer de ella, de esa condición mortal, expresión de esa verdad en todas sus connotaciones.
Es decir, el sufí no se ha autocomplacido ni tan siquiera en esa experiencia cumbre, en ese conocimiento de Allah. Necesita de mucho más, necesita sentir lo eterno y lo efímera en cada uno de sus instantes.
El representante y máximo ejemplo de todo lo dicho es Muhammad, el Profeta del Islam, y de ahí su centralidad y SU papel como referente necesario en estos procesos. El es el maestro por antonomasia; Fue el Mensajero, el que transmitía desde Allah, es decir, desde ese núcleo central de la existencia. Muhammad (s.a.s.) es el paradigma que los sufíes estudian a la luz de una gramática espiritual capaz de desentrañar los significados de cada uno de sus gestas y de sus palabras. Su vida es expuesta a los musulmanes como si fuera un libro abierto donde aprenden la senda que permite saborear a Allah, sin El el Islam no hubiera sido más que pura teoría, pura doctrina, es su vida la que lo convierte en un hecho positivo es El el que estructura en torno a esos principios a toda una nación.
Muhammad, sin embargo, no es salvador, ni ningún redentor, no está por encima de lo humano, no es divinizado ni convertido en ningún mito. Fue, como dice el Corán, un hombre de carne y hueso, alguien que recogió de lo hondo y lo mostró al mundo. Y precisamente por haber hecho eso se convierte en modelo de lo que es capaz de hacer el ser humano. La profunda veneración que sienten hacia él los musulmanes no es jamás un acto idolátrico sino admiración ante la profundidad misma de lo humano.
Si volvemos a resumir todo lo dicho hasta aquí diríamos que ya hemos hablado de los dos principios básicos del Islam sobre los que se fundamenta su espiritualidad. En primer lugar tenemos la afirmación de Allah Uno y solitario, ininteligible, inasequible, como formulación de una meta imposible cuya función es la de estimular, la de desapegar. En segundo lugar, tenemos al ser humano como criatura capaz de ser transmisora de esa realidad infinita, ininteligible e inasequible, que es el detonante de la grandeza de la que es capaz el ser humano. Estos dos extremos son solidarios, se buscan y se compenetran para crear aquello a lo que llamaba Ibn al-Arabi “un jardín entre incendios”. Todo esto es expresado por la fórmula de iniciación, en el Islam, su primer pilar que dice que no hay más verdad que Allah y que Mohammad es su Mensajero.
Lo que busca el Islam es unificar esos dos extremos de los que hemos hablado, solidarizarlos en una realidad integral que no margine a ninguno de los dos aspectos de esa bipolaridad, el espíritu y el mundo. Decíamos al principio que el Islam es fundamentalmente una actitud, y decíamos que es rendición incondicionada a Allah, una rendición que es una inmersión activa en lo que significa Allah, en su Unidad y Soledad infinitas hasta alcanzar lo que los sufíes llaman la Singularidad. El Islam es un acto de permanente reunificación y de afirmación del propio ser humano.
Es un acto, es decir, es acción. Si se pregunta a un musulmán cualquiera qué es el Islam nos responderá describiendo lo que hace un musulmán. Un musulmán declara la Unidad de Allah y enuncia la misión del Profeta; en segundo lugar, cinco veces al día, al menos, orienta todo su ser hacia Allah armonizando su cuerpo, su lengua y su corazón, integrándolo todo en esa dirección única: es el Salat. En tercer lugar, del mismo modo que tiende puentes hacia Allah, los tiende hacia todo lo creado, no marginando la creación de su acto interior, y ello lo simboliza entregando el Zakat, una parte de sus bienes a aquellos que lo necesitan de su comunidad. En cuarto lugar, durante un mes al año, el Ramadán, ayunará estrictamente. Y en quinto lugar, peregrinará una vez en su vida, si puede, a Meca, centro del universo y símbolo del corazón.
Esto es el Islam: Acciones que representan esa actitud fundamental y ese espíritu interior. La descripción de esa intención es el sufismo. Con el sufismo se penetra en lo que significa el Islam. Por eso hemos llamado a esta charla “Sufismo” porque el objeto era la de penetrar un poco en esa dimensión interior del Islam, intentando llegar al motor que mueve a los musulmanes, al deseo que les hace realizar esos actos que todos conocemos y hemos visto alguna vez. El Islam es la manifestación exterior de unos sentimientos a los que se llama sufismo.
Literalmente, sufismo significa vestirse de lana. Vestirse de la lana significa despojarse de los adornos innecesarios y buscar lo simple y sencillo. El Islam es lana, que es sinónimo de pureza. El musulmán se depura con la práctica del Islam para alcanzar esa sencillez original que es la naturaleza del mismo ser humano la que busca lo trascendente, lo original, lo radical, es decir, lo que está en la raíz de las cosas.
Reunificación y reintegración son las dos palabras claves en la espiritualidad islámica. La única certeza del musulmán, la única que se le exige, es la que enuncia el Corán diciendo: de Allah venimos y al El retornamos. Esto significa que la única verdad del musulmán es que habremos de morir, lo mismo que hemos nacido. La muerte es la vuelta al origen, es decir, a lo ininteligible de Allah. La muerte es recuperar lo esencial, es el verdadero manto de ana que recubre al ser humano y lo devuelve a lo que es, lo hace abandonar el conflicto de la vida para devolverlo a su verdadero Señor. De esto, el musulmán quiere aprender y armonizar su vida, abandonar la pugna y calmarse en Allah, para hacer de su vida expresión de la riqueza, prosperidad y fecundidad que hay en Allah. De esa paz interior nace la sabiduría, una sabiduría reconciliadora y hermosa que dio sus frutos en la historia del Islam.
Esos frutos fueron los grandes maestros, innumerables, que cubrieron y cubren la geografía de esa parte del mundo al que llamamos mundo musulmán. Esa sabiduría se tradujo en la producción de una ingente cantidad de obras de una altura espiritual inimitable, así como en la creación de un sinnúmero de escuelas y métodos que son las vías sufís. La vitalidad del sufismo sigue siendo pujante, y es posible aún hoy encontrar maestros sufíes que conducen a los musulmanes que lo deseen a una verdadera y total realización de lo que significa el Islam, de lo que se propone el Islam, y que no es otra cosa que llevar al musulmán a la verificación de la grandeza de su ser y de su naturaleza.
Por fuerza, en el tintero se tienen que quedar muchas cosas. El sufismo, la espiritualidad musulmana es una ciencia y un arte con vocación enciclopédica. En esta charla solo hemos querido anotar su orientación, su trasfondo esencial.
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