El decano de la Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile explica las encrucijadas de la Iglesia chilena
- "Yo creo que el papa Francisco vendrá a inquietar las conciencias y a despertar una renovada esperanza para muchos". Son palabras de Eduardo Arriagada, decano de la Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile, institución académica que Francisco visitará pasado mañana.
En una entrevista con LA NACION Arriagada, de 53 años, si bien reconoció que se trata de una visita compleja, se mostró optimista: "Confío en que las palabras del Papa terminen por comprometernos a los chilenos con un verdadero cambio de fondo".
-¿Qué impacto ha tenido la designación del obispo de Osorno, Juan Barros, y cómo ha cambiado la percepción que tienen de Francisco?
Se trata de un tema delicado por la relación de años que este obispo tuvo con el sacerdote Fernando Karadima, quien, aunque está suspendido de por vida, sigue siendo el símbolo de los errores cometidos por la Iglesia. Para el entorno de los abusados, las medidas locales fueron menos drásticas que el discurso dominante en el Vaticano de Benedicto y Francisco.
-Al margen del escándalo del caso Karadima, ¿por qué la Iglesia chilena, que durante la dictadura fue la gran defensora de los derechos humanos, ha perdido tanto consenso?
Es difícil definir las razones de la pérdida de la religiosidad chilena. Hace 80 años San Alberto Hurtado se preguntaba si Chile era de verdad un país católico, porque ignoraba a los pobres. Para la visita de Juan Pablo II, el 80% de los chilenos se declaraba católico. Hoy ese porcentaje, según una encuesta realizada por nuestra Universidad Católica, no alcanza al 60%. Creo que parte de la explicación puede estar en las características que tiene el catolicismo chileno que en su época denunció el padre Hurtado; también en la globalización o en el desarrollo económico reciente. No se puede dejar de considerar el impacto de los abusos realizados por sacerdotes.
-¿Cómo evalúa la relación entre Francisco y el episcopado chileno?
La Iglesia chilena ha asumido con unidad el mensaje de Francisco. Esta semana, como carta de bienvenida, el cardenal Ezzati decía que en Chile conviven enormes progresos junto con dolorosas carencias. Hay niños sin hogar, familias destruidas, pensionados desesperanzados, presos sin dignidad, comunidades acorraladas por el narcotráfico y las balaceras, pueblos originarios e inmigrantes obligados a vivir al margen del mal llamado "progreso". Yo creo que el Papa vendrá a inquietar las conciencias y a despertar una renovada esperanza para muchos.
-¿Los obispos están unidos?
Ya no existen en Chile las grietas que hubo en la jerarquía de Iglesia en 1987, cuando vino Juan Pablo II. También es cierto que muchos esperan que la Iglesia en Chile vuelva a tener un papel social más activo, se sienta obligada a quedarse en la calle haciendo lío después de la visita del Papa. Después de todo, existe un trabajo silencioso que explica la paz social del país a pesar de sus grandes diferencias. Las entidades de la Iglesia mantienen más de mil entre casas de acogida, orfanatos, casas de ancianos, hospitales. Solo las instituciones sociales jesuitas, como por ejemplo el Hogar de Cristo, que visitará el Papa, atienden a más de 120.000 chilenos cada año.
-¿Cuáles son los principales desafíos que enfrenta Chile hoy?
Chile vive una profunda crisis de todas sus instituciones. Se requiere recuperar la confianza de la gente. Aspirar a ideales que se consiguen como comunidad, dejando atrás el individualismo y el exitismo. Existe una apatía generalizada que se traduce en la mayoritaria abstención electoral.
-¿Qué espera de este viaje?
Creo que Francisco puede traer un mensaje movilizador tanto para la Iglesia como para los chilenos que no son parte de ella. Estoy muy ilusionado porque al mismo tiempo el Papa tiene una capacidad de comunicar especial, directa, fácilmente comprensible, que no permite intermediarios que maticen sus mensajes. Confío en que sus palabras terminen por comprometernos a los chilenos con un verdadero cambio de fondo.
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