Semana de oración por la unidad de los cristianos
En la Iglesia de Roma, la Semana de oración por la unidad de los cristianos se concluye con la clebración de las vísperas en la basílica de San Pablo Extramuros, que preside el obispo de Roma y que cuenta también con la participación de representantes de otras Iglesias y comunidades eclesiales cristianas.
Esta ya fuerte tradición de oración por la unidad de los cristianos dentro de la comunidad ecuménica fue iniciada por el beato Papa Pablo VI el 4 de diciembre de 1965, cuando, poco antes de la conclusión del Concilio Vaticano II, invitó a los observadores ecuménicos a una celebración litúrgica en la basílica de San Pablo Extramuros para agradecerles su participación en el Concilio y despedirse de ellos con estas palabras, que muestran gran sensibilidad: «Y así vuestra partida no pondrá fin, para nosotros, a las relaciones espirituales y cordiales a las que vuestra presencia en el Concilio ha dado inicio; para nosotros no cierra un diálogo que inició silenciosamente, sino que, por el contrario, nos impulsa a estudiar cómo podríamos provechosamente continuarlo. La amistad permanece» (Discurso durante la celebración para impetrar la unidad de los cristianos, 4 de diciembre de 1965). Traer a la memoria, con gratitud, este evento litúrgico celebrado hace cincuenta años es particularmente apropiado, tratándose de la primera oración pública por la unidad de los cristianos presidida por el Papa en el seno de la comunidad ecuménica.
La oración por la unidad de los cristianos continúa siendo también hoy el signo distintivo de la búsqueda ecuménica de la unidad. Con la oración expresamos, en efecto, nuestra convicción de fe basada en la conciencia de que nosotros los hombres no podemos construir la unidad, ni decidir la forma y el tiempo de su realización, solamente podemos recibirla como don. La oración por la unidad nos recuerda que la condición de fondo, incluso del ecumenismo, consiste en la dependencia, en la necesidad de recibir ayuda. La oración nos alienta a reconocer nuestra propia pobreza en el compromiso ecuménico y a vernos a nosotros mismos como «mendigos de Dios», expresión que utilizó san Agustín para definir a los hombres. La oración por la unidad nos recuerda que también en el trabajo ecuménico, como en la vida y en la fe, no todo es resultado de un hacer y que, más bien, deberíamos aprender a dejar espacio a la acción no manipulable del Espíritu Santo y confiar en Él al menos como confiamos en nuestros propios esfuerzos. El trabajo ecuménico en favor de la unidad de los cristianos es principalmente una tarea espiritual, llevada adelante con la convicción de que el Espíritu Santo, iniciador de la obra ecuménica, proseguirá y llevará a su realización lo que ha comenzado y, al hacer esto, nos mostrará el camino. En el ecumenismo, solamente seremos capaces de dar ulteriores pasos si volvemos a sus raíces espirituales y profundizamos su fuerza espiritual. El ecumenismo podrá, de hecho, crecer en amplitud solamente si se arraiga en su profundidad espiritual.
Kurt Koch
Cardenal presidente del Consejo pontificio
para la promoción de la unidad de los cristianos
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