“Uno de los títulos del Obispo de Roma es ‘Pontífice’, es decir, el que construye puentes, con Dios y entre los hombres. Quisiera precisamente que el diálogo entre nosotros ayude a construir puentes entre todos los hombres, de modo que cada uno pueda encontrar en el otro no un enemigo, no un contendiente, sino un hermano para acogerlo y abrazarlo”.
Por Elena López Ruf
Estas fueron las palabras del papa Francisco en su primera Audiencia al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, el 22 de marzo de 2013, pocos días después de haber sido elegido Pontífice. Tres años después podríamos afirmar que han sido el eje rector que ha inspirado –y sigue inspirando– el accionar de la diplomacia de la Santa Sede, la cual, por el liderazgo del Papa y el asesoramiento del cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado Vaticano, se ha renovado con un accionar dinámico, profesional y astuto en función de su fin espiritual y pastoral: la paz y la unidad de la familia humana. A esta labor, Francisco además ha sumado el ejercicio del soft power -la capacidad de influencia trasnacional- de la Iglesia Católica a través de la “diplomacia espiritual”, convocando a jornadas de oración y ayuno por la paz.
Bergoglio ha adoptado la misericordia como categoría política de su accionar para la construcción de la paz que, en palabras de Antonio Spadaro, significa “nunca considerar nada ni a nadie definitivamente como perdido en las relaciones entre las naciones, los pueblos y los Estados”, porque por la potencia de la misericordia se puede cambiar el rumbo de los procesos históricos.
Francisco entiende el mundo como un sistema abierto, multipolar e interdependiente; concibe una Humanidad que está profundamente herida por múltiples causas y ve en la Iglesia la misión de ser un hospital de campaña luego de la batalla para limpiar, cuidar y sanar las heridas.
En este sentido, hay dos conceptos clave para entender la geopolítica del pontificado de Francisco: la periferia y el modelo del poliedro. “Estar en la periferia nos ayuda a ver y a entender mejor, a analizar la realidad más correctamente, evitando la centralización y las miradas ideológicas”. Bajo esta clave hermenéutica hay una reconceptualización del orden mundial que ahora es mirado desde las múltiples y diversificadas periferias, que no se limitan a una región geográfica del mundo o al monopolio de una determinada categoría social. Desde esta mirada abierta, se puede entender de forma integrada el proceso de la historia de la humanidad y del obrar de Dios en la historia del hombre. Este cambio fundamental de perspectiva se visualiza en el modelo del poliedro, en el que cada una de sus caras conserva su identidad y diversidad, integrándose en un todo diverso y armónico.
Francisco concibe la paz, no como ausencia de violencia o guerras, sino principalmente como un don de Dios, y realiza una invitación a disponerse interiormente a una actitud de apertura y recepción: “Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; (…) Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz.”
Es una invitación a escuchar el clamor de una humanidad sufriente, a reconocer las heridas que hemos provocado con nuestras miserias, y a responder a esa llamada con coraje en la realización de gestos de reconciliación, que unan ese vínculo primario quebrantado: el de ser miembros de una misma comunidad de destino.
Sin embargo, la paz –para que sea sostenible y fértil– no se establece “desde arriba” por acuerdos políticos, sino que es un proceso artesanal en el que cada actor de la sociedad es parte legítima para involucrarse en el proceso de reconstruir y reconciliar el tejido social.
A cambio de la “cultura del descarte”, que genera exclusión y nuevas esclavitudes, consecuencias de una crisis socio-ambiental (Laudato’Si) que llega a dañar nuestra casa común, propone vivir una “Cultura del Cuidado”. Francisco realiza una crítica al capitalismo y al sistema financiero especulativo, y enfatiza que el desarrollo humano integral es el camino para la paz. En este marco, valora los esfuerzos y avances que se realizaron en la adopción de la Agenda para el Desarrollo 2030 por la Asamblea General de la ONU y en el acuerdo adoptado en la COP21 en París para mantener el calentamiento global por debajo de los 2°C.
Opuesto a una “tercera guerra mundial combatida de a partes”, promueve una “Cultura del diálogo y del encuentro”. En este sentido son determinantes los esfuerzos en la promoción del diálogo interreligioso en múltiples niveles. Al mismo tiempo, advierte la necesidad imperiosa de que la Comunidad Internacional dé una solución efectiva a los conflictos, especialmente en Siria e Irak; así como es urgente atender la actual crisis humanitaria, que ha causado el desplazamiento de millones de personas por causa de los conflictos, pobreza y la amenaza del fundamentalismo. Francisco ha sido muy crítico con las políticas implementadas por la Unión Europea, a quien constantemente invita a acoger a los refugiados; y ve con esperanza la realización a fines de mayo del Primer Vértice Humanitario Mundial, organizado por la ONU en Turquía.
Al mismo tiempo, denuncia el narcotráfico como una guerra silenciosa que ha sido “pobremente combatida”, que se ha cobrado ya millones de vidas humanas y que va acompañado de la trata de personas, lavado de activos, tráfico de armas, explotación infantil y la corrupción de las instituciones políticas y civiles de la sociedad.
En oposición a una “globalización de la indiferencia”, propone una “globalización de la solidaridad y de la fraternidad”. Francisco entiende la globalización de la indiferencia como la pérdida de la capacidad de poder llorar junto con el otro, de sentir empatía y ser afectados por su dolor. Promover una cultura de la solidaridad significa irradiar la capacidad de ser responsables unos de otros. La solidaridad desata los nudos que generaron la cerrazón a nivel espiritual, social y político, restableciendo los lazos sociales y las relaciones congeladas por la indiferencia. De este modo, afirma Parolin, la solidaridad se transforma en la garantía de una humanidad que busca la justicia y el bien común de todos, convirtiéndose en un estilo de construcción de la historia, un ámbito vital donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una pluriforme unidad que genera nueva vida.
Comentá la nota