Francisco nos ha acostumbrado a palabras y expresiones que repite a menudo. Sin embargo, todos los términos se remiten a la misericordia, entendida no cómo “un” aspecto del Evangelio sino “el” Evangelio. Es la misericordia lo que hace omnipotente el amor de Dios.
Por Costanzo Donegana (Brasil)
El Papa Francisco tiene su diccionario típico y muy original, de palabras, expresiones que ama repetir y que han ingresado en nuestra jerga: periferias, salir, olor de las ovejas, Iglesia hospital de campo, alegría del Evangelio, Iglesia pobre para los pobres y varias más. Pero hay una palabra que es la clave de todas las demás, que en ella encuentran su explicación y motivo: misericordia. Una palabra que ha proclamado desde el comienzo de su ministerio sin cansarse (y sin cansarnos). Hasta proclamar la semana pasada, al final de una liturgia penitencial en San Pedro, un Jubileo extraordinario, un Año Santo de la misericordia.
Nadie se lo esperaba. Creo que no hay que pensar mucho para encontrar la razón de esta decisión, que se enmarca perfectamente en el estilo y la cultura evangélica de Francisco. El Papa quiere hacernos entender que la misericordia es el corazón de Dios, el corazón del Evangelio. No es “un” aspecto del Evangelio, sino “el” Evangelio. Es decir, la buena noticia en toda su plenitud. Dios no usa simplemente la misericordia, sino que “es” misericordia. La misericordia es el “plus” de Dios, aquello que lo hace “diferente” (“yo perdono porque soy Dios y no un hombre”), aquello que hace omnipotente su amor, infinito... “exagerado”.
Ha sido precisamente éste el escándalo suscitado por Jesús, con los publicanos, las prostitutas, con la mujer pecadora, contando el episodio del hijo pródigo y del samaritano. Los cultores de la justicia, de la ley, aquellos que pensaban con salvarse con el bien realizado por ellos mismos, no lo aceptaron. Porque la misericordia es de Dios, quien nos precede con su amor, no es base a nuestros méritos sino desde la absoluta gratuidad de su don. El Año Santo será la ocasión para experimentar de “ser tocados con ternura por la mano de Dios”, para alcanzar la certeza de que “Dios lo perdona todo y lo perdona siempre”.
Sin embargo, no hagamos decir al Papa lo que no quiere decir: él mismo afirmó hace unos días que no es vocero del “buenismo” ni de la rigidez. La misericordia se ubica en otro plano. Lo explicó a los sacerdotes: “También el más grande pecador que se presenta ante Dios para pedir perdón es ‘tierra sagrada’ que hay que ‘cultivar’ con dedicación, cuidado y atención pastoral”.
Misericordia recibida por Dios y donada a los demás. “Sean misericordiosos como el Padre”. El Papa dijo con claridad que “la Iglesia es la casa que acoge a todos y no rechaza a nadie”. En otro contexto afirmó que la Iglesia “no es una aduana”. Son afirmaciones fuertes y absolutas: “todos” y “nadie”, que invitan a los cristianos, individualmente y como comunidades, a preguntarse si de verdad están permanentemente con las puertas abiertas de par en par, las del corazón y las de las casas (templos u otras estructuras). Son afirmaciones que requieren una conversión profunda (no “superficial”, recuerda Francisco), que va más allá de la pertenencia, de las actividades, de los compromisos pastorales, de las funciones, para “apuntar al corazón”, como expresa el Papa.
Este Año Santo será también un gran riesgo. Todo el mundo mirará a los cristianos para ver cuál es el grado de su misericordia. Donde rige la ley del “ojo por ojo, diente por diente”, será posible ver si también entre los cristianos prevalecen los tuertos, los desdentados o si somos una familia con una mirada límpida y una sonrisa cautivante.
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