Discurso del Papa a los participantes en la Conferencia Internacional de Teología
Por la mañana del lunes 9 de diciembre, el Papa Francisco recibió en audiencia a los participantes en una conferencia internacional sobre el futuro de la teología organizada por el Dicasterio para Cultura y Educación. La audiencia se ha tenido en la Sala de las Bendiciones de la basílica vaticana. Ofrecemos a continuación la traducción al castellano del discurso del Papa:
Papa
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Me alegra verlos y saber que un número tan grande de docentes, investigadores y decanos, provenientes de todas partes del mundo, se han reunido para reflexionar sobre cómo heredar el gran patrimonio teológico de las generaciones pasadas e imaginar su futuro. Agradezco al Dicasterio para la Cultura y la Educación por esta iniciativa. Y gracias de corazón a ustedes, queridas teólogas y queridos teólogos, por el trabajo que realizan, a menudo oculto, pero tan necesario. Espero que este Congreso marque el primer paso de un fecundo camino común. Me han informado que instituciones académicas, asociaciones teológicas y algunos de ustedes, de manera individual, han contribuido a los gastos de viaje de otros con menos posibilidades. ¡Esto es muy bueno! ¡Adelante, juntos! Y cuando la fe y el amor tocan los bolsillos, ¡eso está bien! [risas entre los participantes] Cuando se detiene antes, falta algo.
En primer lugar, quisiera decirles que cuando pienso en la teología, me viene a la mente la luz. De hecho, gracias a la luz, las cosas emergen de la oscuridad, los rostros revelan sus contornos, las formas y los colores del mundo finalmente aparecen. La luz es hermosa porque hace que las cosas se manifiesten, pero sin exhibirse a sí misma. ¿Alguien aquí ha visto la luz? Pero vemos lo que hace la luz: hace que las cosas aparezcan. Ahora, aquí, admiramos esta sala, vemos nuestros rostros, pero no percibimos la luz, porque es discreta, amable, humilde, y por eso permanece invisible. La luz es gentil. Así es también la teología: realiza un trabajo oculto y humilde para que emerja la luz de Cristo y de su Evangelio. De esta observación se deriva un camino para ustedes: buscar la gracia y permanecer en la gracia de la amistad con Cristo, la luz verdadera que vino a este mundo. Toda teología nace de la amistad con Cristo y del amor por sus hermanos, sus hermanas y su mundo; este mundo, a la vez dramático y magnífico, lleno de dolor pero también de conmovedora belleza.
Sé que estos días trabajarán juntos sobre el “dónde”, el “cómo” y el “por qué” de la teología. Nos preguntamos: teología, ¿dónde estás? ¿Con quién caminas? ¿Qué estás haciendo por la humanidad? Estos días serán importantes para enfrentar estas preguntas, para cuestionarnos si la herencia teológica del pasado todavía puede decir algo a los desafíos de hoy y ayudarnos a imaginar el futuro. Es un camino que están llamados a recorrer juntos, teólogas y teólogos. Recuerdo lo que relata el Segundo Libro de los Reyes. Durante la restauración del Templo de Jerusalén, se encuentra un texto; tal vez sea la primera edición del Deuteronomio, que estaba perdido. Un sacerdote y algunos estudiosos lo leen; incluso el rey lo estudia; intuyen algo, pero no lo comprenden. Entonces el rey decide entregarlo a una mujer, Hulda, quien lo entiende inmediatamente y ayuda al grupo de estudiosos —todos hombres— a interpretarlo (2 Re 22,14-20). Hay cosas que solo las mujeres intuyen y la teología necesita de su contribución. Una teología hecha solo por hombres es una teología incompleta. En este aspecto, todavía queda mucho camino por recorrer.
Ahora permítanme transmitirles un deseo y una invitación.
El deseo es este: que la teología ayude a repensar el pensamiento. Nuestro modo de pensar, como sabemos, moldea también nuestros sentimientos, nuestra voluntad y nuestras decisiones. Un corazón amplio corresponde a una imaginación y un pensamiento de gran alcance, mientras que un pensamiento estrecho, cerrado y mediocre difícilmente puede generar creatividad y valentía. Me vienen a la mente los manuales de teología con los que estudiábamos. Todo cerrado, todo “de museo”, de biblioteca, pero no te hacían pensar.
Lo primero que hay que hacer, para repensar el pensamiento, es sanar la simplificación. La realidad es compleja, los desafíos son variados, la historia está habitada por la belleza y, al mismo tiempo, herida por el mal. Cuando no se puede o no se quiere sostener el drama de esta complejidad, fácilmente se tiende a simplificar. Pero la simplificación mutila la realidad, da lugar a pensamientos estériles, unívocos, y genera polarizaciones y fragmentaciones. Así actúan, por ejemplo, las ideologías. La ideología es una simplificación que mata: mata la realidad, mata el pensamiento, mata la comunidad. Las ideologías reducen todo a una sola idea, que luego repiten de manera obsesiva y superficial, como los loros.
Un antídoto a la simplificación se señala en la Constitución Apostólica Veritatis Gaudium: la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad (Prólogo, c). Se trata de “fermentar” juntos la forma del pensamiento teológico con la de otros saberes: la filosofía, la literatura, las artes, la matemática, la física, la historia, las ciencias jurídicas, políticas y económicas. Fermentar los saberes, porque son como los sentidos del cuerpo: cada uno tiene su especificidad, pero necesitan unos de otros. Así lo dice también el apóstol Pablo: «Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato?» (1 Cor 12,17). Este año celebramos el 750º aniversario de la muerte de dos grandes teólogos: Tomás de Aquino y Buenaventura. Tomás recuerda que no tenemos un solo sentido, sino múltiples y diferentes, para que no se nos escape la realidad (De Anima, lib. 2, lect. 25). Y Buenaventura afirma que en la medida en que se «cree, espera y ama a Jesucristo» se «recupera el oído y la vista […], el olfato, […] el gusto y el tacto» (Itinerarium mentis in Deum, IV, 3). Al contribuir a repensar el pensamiento, la teología volverá a brillar como merece, en la Iglesia y en las culturas, ayudando a todos en la búsqueda de la verdad. Este es el deseo.
Ahora, quiero dejarles una invitación: que la teología sea accesible para todos. Desde hace algunos años, en muchas partes del mundo, se señala el interés de los adultos por retomar su formación, incluso académica. Hombres y mujeres, sobre todo de mediana edad, tal vez ya con estudios universitarios, desean profundizar en la fe, quieren hacer un camino, a menudo inscribiéndose en una facultad universitaria. Este es un fenómeno en crecimiento que merece el interés de la sociedad y de la Iglesia. La mediana edad es una etapa especial de la vida. Es un tiempo en el que generalmente se goza de cierta seguridad profesional y solidez afectiva, pero también el periodo en que los fracasos se sienten con mayor dolor y surgen nuevas preguntas mientras se desmoronan los sueños juveniles. En esta fase, se puede percibir un sentido de abandono y, a veces, el alma se detiene. Es la crisis de la mediana edad. Entonces se siente la necesidad de retomar una búsqueda, tal vez a tientas, tal vez siendo guiados de la mano. ¡Y la teología es esa compañera de viaje! Por favor, si alguna de estas personas toca a la puerta de la teología, de las escuelas de teología, que la encuentren abierta. Hagan que estas mujeres y hombres encuentren en la teología una casa abierta, un lugar donde puedan retomar el camino, buscar, encontrar y volver a buscar. Prepárense para esto. Imaginen cosas nuevas en los programas de estudio para que la teología sea accesible para todos.
Queridas hermanas y queridos hermanos, me han dicho que este no será un congreso clásico, donde unos pocos hablan y los demás escuchan –o duermen–. Me han contado que todos tendrán la oportunidad de ser escuchados y de escucharse mutuamente. ¡Muy bien! De todos podemos aprender, incluso de las ancianas, que son sabias. Pido al Dicasterio para la Cultura y la Educación que me informe sobre los resultados de su trabajo, por el cual ya les agradezco. Les bendigo de corazón. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Este trabajo es divertido, pero difícil!
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