Fue en el cerro del Nixtamal, en El Rincón de la Montaña, donde el padre Mario Campos, como coordinador de la Pastoral Social de la diócesis de Tlapa, vislumbró la fuerza trasformadora de los pueblos de la Costa-Montaña de Guerrero. Nunca imaginó que las comunidades de su parroquia subirían al cerro con sus autoridades, danzas y bandas de música a esperar el nuevo año, en 1993.
La escena era increíble por la forma en que se organizaron para dar de comer a más de mil personas y disfrutar la chicha y el chilote, bebidas de maíz y caña, en medio de cantos y palabras sabias de los principales. Fue un año nuevo inolvidable, no sólo por disfrutar el amanecer al lado de las autoridades comunitarias, sino porque pudo discernir la misión de la Iglesia, plasmada en los documentos de Medellín y de Puebla, sobre la opción preferencial por los pobres. Se revelaban los rostros sufrientes de hombres y mujeres que en la década de los 70 cobijaron la lucha guerrillera de Genaro Vázquez, quien instaló su campamento en el cerro de Tezontello.
Heredó el carisma de don Bruno Campos, su abuelo paterno, un predecesor de los peritos interpretes en lengua Tu’un Savi y uno de los principales músicos del pueblo. En sus tiempos fue el Ta’ndikuati, la persona sabia que sabe comunicarse con las potencias sagradas. Pudo condensar los saberes del pueblo de la lluvia con la religiosidad popular del catolicismo. Mario, quien nació en Tototepec, desde niño acompañó a su abuelo Bruno a la comisaria y a la iglesia.
Sufrió en carne propia la discriminación que padece la niñez indígena en Tlapa. Prefirió adoptar el español para integrarse a la población mestiza. Al terminar la secundaria ingresó al seminario menor de Chilapa, Guerrero. Ahí enfrentó el choque cultural y lingüístico por su origen montañero. Experimentó que en la formación sacerdotal se padece discriminación por pertenecer a un pueblo indígena. Continuó sus estudios en el seminario Palafoxiano de Puebla, adquiriendo una formación ortodoxa que lo desvinculó de sus raíces indígenas.
Era muy recurrente la anécdota de que fue ordenado sacerdote a los 27 años, en la misma fecha en que nació. Tenía ángel, y así lo demostró durante su vida sacerdotal. Su estancia como formador en el seminario de Chilapa dejó entrever que traía la línea de la iglesia clerical, sin embargo, cuando lo nombraron párroco de Atlamajalcingo del Monte, entró en un proceso de conversión y de opción pastoral. Ahí conoció la historia de Vicente Guerrero. Valoró la memoria de los principales, quienes con detalle le explicaban las hazañas del general, que resistió y se apostó en el cerro La Purísima. Conoció también el documento que Guerrero dejó al pueblo, donde manifestó que el país quedaba en deuda con sus habitantes por el apoyo que le brindaron. Mario se encarnó en la realidad de los pueblos indígenas, reivindicó su lengua materna y descubrió el gran potencial que tiene la cultura Na’Savi, para defender sus derechos como pueblo.
Su llegada a la comunidad Me’phaa de El Rincón marcó su vida y también el derrotero de las comunidades Me’phaa y Na’Savi, de Malinaltepec y de San Luis Acatlán. Halló a comunidades bien organizadas y fue testigo de que las asambleas son la instancia máxima para la toma de decisiones. Valoró la cosmovisión que tienen los pueblos indígenas sobre el poder sagrado, que no está separado entre el poder civil y el religioso. Más bien está imbricado, y las autoridades representan el sentir de la comunidad. Por eso, el bastón de mando es el cetro para regir al pueblo y el sahumerio para purificar y proteger a su gente. Esta ritualidad esta cimentada en el servicio comunitario, en la entrega de quien vela por los derechos de la colectividad.
Al conocer que el sistema de cargos de las comunidades indígenas tenía una gran fuerza, el padre Mario conformó la asamblea de pueblos de su parroquia, para compartir el análisis de la realidad que la diócesis de Tlapa había publicado en su plan diocesano de pastoral. Este instrumento ayudó a que los pueblos expresaran que el problema fundamental de su parroquia era la inseguridad y la complicidad de las autoridades encargadas de investigar los delitos. Mario escuchó testimonios desgarradores de esposas que no pudieron evitar que los asaltantes quitaran la vida a sus esposos. Lo que más indignaba era el ultraje a jóvenes y niñas que caminaban para ir a la escuela.
Con el afán de buscar la coordinación con las autoridades municipales y el Ministerio Público (MP), el padre Mario planteó que se entregara a las personas que habían cometido delitos para que las procesaran. La gente atendió su propuesta, sin embargo, ante el fallido intento de que el MP protegiera a las víctimas, las comunidades decidieron recuperar la justicia comunitaria. Los principales recordaron que a quienes delinquían los paseaban por la comunidad para sentir la desaprobación de la gente. La vergüenza pública, acompañada de los consejos de los principales, resultaron ser medidas eficaces, a lo que el padre Mario llamó “reeducación”.
Fue el 15 de octubre de 1995 cuando formalmente los pueblos de la Costa-Montaña crean la Policía Comunitaria (CRAC-PC). El padre Mario fue clave para consolidar este sistema de seguridad y justicia comunitaria, quien fue detenido por la policía ministerial, acusado de allanamiento de morada. Pero fue impresionante la movilización de los grupos de la policía comunitaria y de la misma población, que rodeó el juzgado para exigir su libertad inmediata. Los caciques de San Luis entendieron que el poder radicaba ahora en los pueblos.
Mario Campos fue el puente entre los pueblos de la Montaña y la Costa, y se transformó en artífice de una lucha encomiable, con la construcción de la carretera Tlapa-Marquelia. Dejó una huella indeleble por su combatividad, por impulsar la creación de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG), dirigida por Bruno Plácido Valerio. El tiempo no le permitió a Mario lograr la conciliación entre la CRAC-PC y la UPOEG, pero nos enseñó que desde El Rincón de la Montaña se construye la justicia comunitaria.
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