El siguiente escrito trata sobre cuatro personajes de la Torá que sirven como modelos de identificación para mi persona.
Por: Ezequiel Eiben.
Antes que nada me es preciso aclarar que siguiendo con la enseñanza judaica de no hacer culto irreflexivo a la personalidad de nadie, ni adorar falsos ídolos, mis modelos desarrollados apuntarán a la identificación con características, aspectos o acciones concretas de los personajes de la Torá, y no a una aprobación insensata de todo lo que hizo o dijo alguno de ellos aunque estuviera cometiendo evidentes errores o inmoralidades.
Me identifico con Moshé (Moisés) por algunas de sus acciones que proceden de la misma raíz: su noción de Justicia. Cuando Moshé observa como un egipcio maltrataba a un esclavo hebreo, no soporta la situación e intercede a favor de la víctima. Leémos en Shemot (2:11-12): “Sucedió en aquellos días que Moshé creció y salió con sus hermanos, y observó sus sufrimientos; y vio que un hombre egipcio golpeaba a un hombre hebreo, a uno de sus hermanos. Miró hacia un lado y hacia el otro, y vio que no había nadie; golpeó mortalmente al egipcio y lo escondió en la arena”. Como férreo defensor de sus valores, podía llegar hasta el extremo de matar a un agresor en defensa de los inocentes, para evitar que el mal triunfara. Su compromiso con la Justicia se ve también en el respeto de la Ley de la cual él era encargado de difundir y hacer cumplir; para esto, relata Shemot que Moshé “Tomó el Libro del Pacto y lo leyó a oídos del pueblo, y ellos dijeron: «Todo lo que ha dicho El Eterno ¡lo haremos y lo obedeceremos!».
Además de este dichoso basamento en la Justicia, Moshé demuestra, incluso antes de ser el líder de los Hijos de Israel, que no cae en la monotonía de una rutina automática, sino que su gran espíritu responde a eventos especiales y busca algo superior a lo que tiene. Shemot dice “Un ángel de El Eterno se le apareció en una llamarada de fuego que salía de un arbusto. Él vio, y he aquí que el arbusto ardía en el fuego, mas el arbusto no se consumía. Moshé dijo: «Me apartaré y contemplaré esta gran imagen ¿por qué el arbusto no se consume?». El Eterno vio que se había apartado para ver; y Dios lo llamó de entre el arbusto y dijo: «Moshé, Moshé » y él respondió: «Heme aquí»”. Ante lo que le resultó grandioso, dejó lo que estaba haciendo (algo más simple); decidió apartarse y contemplar la imagen.
Por un lado, pienso que la Justicia es un valor cardinal a tener presente en todas las relaciones humanas, un parámetro de actuación personal moralmente infaltable, y un principio rector necesario para los hombres. Por otro lado, el ímpetu de saber más, de romper con lo establecido cuando no conforma, de avanzar hacia lo nuevo, de aumentar nuestras capacidades y conocimientos, es apropiado para tener una actitud positiva para progresar en la vida.
Me identifico también con características de Ioshúa (Josué). Este personaje fue un hombre de confianza de Moshé, un gran sucesor y líder destacado en el terreno militar. Enfrentó al terrible enemigo de Israel, Amalek. De Shemot: “Vino Amalek y se enfrentó a Israel en Refidim. Moshé le dijo a Ioshúa: «Elígenos gente y ve a enfrentarte a Amalek; mañana me pararé sobre la cima del monte con la vara de Dios en mi mano». Ioshúa hizo tal como le dijo Moshé y se enfrentó a Amalek; y Moshé, Aarón y Jur subieron a la cima del monte”.
Otra prueba del carácter de Ioshúa es su optimismo y confianza, a lo que se le agrega su honestidad. Esto es palpable en Bemidbar cuando son enviados los espías, él entre ellos: “El Eterno habló a Moshé, diciendo: «Envía para ti a hombres, y que espíen la Tierra de Canaán que Yo doy a los Hijos de Israel; un hombre por su tribu paterna enviarás, cada uno un líder entre ellos». Moshé los envió desde el Desierto de Parán ante la orden de El Eterno; eran todos hombres distinguidos, cabezas de los Hijos de Israel. (…) Por la tribu de Efraim, Hoshea, hijo de Nun. (…) Moshé llamó a Hoshea hijo de Nun: Ioshúa. (…) Ioshúa, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Iefune, de los espías de la Tierra, se rasgaron las vestiduras.
Hablaron ante toda la asamblea de los Hijos de Israel, diciendo: « La Tierra por la que pasamos para espiarla, la Tierra es buena, ¡es muy buena! Si El Eterno lo desea, Nos traerá a esta Tierra y nos la dará a nosotros, una Tierra en la que fluye la leche y la miel. ¡Pero no os rebeléis contra El Eterno! No debéis temer al pueblo de la Tierra, pues ellos son nuestro pan. Su protección los ha abandonado; El Eterno está con nosotros. ¡No les temáis!»”. Ioshúa sabía que podían triunfar, estaba animado al reflexionar porque Israel tenía las fuerzas suficientes para poder conquistar la Tierra Prometida, pensaba en positivo y veía un panorama alentador. Además, no traicionó su consciencia e informó lo que observó; no realizó un mal informe, falseando datos, poniendo a la Asamblea en contra de Moshé, divulgando el pánico y la resignación en el Pueblo de Israel, como otros espías sí lo hicieron.
Tener algo por lo cual luchar, y ser un radical defensor de eso que atesoramos, es lo que nos permite estar bien parados de cara a las batallas que tengamos que librar y los desafíos que tengamos que superar para proteger lo que estimamos y valoramos. Reconocer nuestras capacidades, elogiarnos a nosotros mismos por nuestros méritos, y ser honestos en el obrar al estilo Ioshúa, son señales que nos conducirán adecuadamente por el camino.
El siguiente personaje a tratar es Abraham. Se lo puede considerar como padre del monoteísmo y del judaísmo, lo que expresa aquí la característica para admirar: Abraham se aleja de las prácticas politeístas y de la idolatría circundante, en un mundo plagado de cultos violentos e inhumanos, para asumir una nueva ética, y elevarse así a un nivel espiritual superior a las inmoralidades que lo rodeaban.
El monoteísmo judío, iniciado con Abraham, es un monoteísmo ético. Implica una serie de cuestiones trascendentales además de creer en un solo Di-s: se desprenden principios morales y normas éticas que organizan un modo de vivir y ver la vida. Es la creencia en un solo D-os y la realización terrenal de esa ley de inspiración divina, traduciendo en actos y pensamientos las enseñanzas que obtenemos de D-os, el cumplimiento de los preceptos como personas y como pueblo[1]. Desarrollado en la Torá, el monoteísmo ético expone los altos valores de Libertad y Justicia. Libertad, ya que somos personas con posibilidad de elegir, que hacemos o no hacemos por nuestra propia voluntad, que disfrutamos de nuestros logros, asumimos nuestros errores y somos responsables por ellos. Mientras que sobre la Justicia, agregando a lo antedicho, Gustavo Perednik describe el concepto de la ley primordial, “la primera de todas las leyes que, de acuerdo con el judaísmo, la humanidad (y no exclusivamente los judíos) está obligada a cumplir. Esta obligación puede ser considerada como el máximo mandamiento judaico. En el escueto lenguaje talmúdico se denomina “dinín” y comprende la administración de la justicia, la creación de tribunales, el imperio de la ley o, en términos más modernos, el estado de derecho”[2].
Lo rescatable aquí es que esta tradición encumbrada en valores protectores de la naturaleza y dignidad humanas tiene un puntapié inicial en Abraham, quien toma la vital y valiente decisión de asumir una ética diferente a las conocidas y acomodar su vida y la de su descendencia a este nuevo estándar moral. No es un detalle menor la edad avanzada que tenía Abraham cuando eligió, teniendo en cuenta que es común observar que a muchas personas mientras más pasan los años más les cuesta el cambio, o menos ganas tienen de renovarse. Bereshit cuenta: “El Eterno le dijo a Abram: «Vete de tu tierra, de tus familiares y de la casa de tu padre, a la tierra que he de mostrarte. Y Yo te convertiré en una gran nación; te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y tú serás una bendición. Bendeciré a aquellos que te bendigan, y al que te maldiga, lo maldeciré; y todas las familias de la tierra se bendecirán en ti». Y Abram se fue, como El Eterno le había mandado, y Lot fue con él; Abram tenía setenta y cinco años cuando se fue de Jarán”.
Por último, señalo como modelo de identificación el carácter y la estatura moral en momentos determinados de un personaje femenino, una de nuestras Matriarcas: Rivká (Rebeca). Se explica en estudios sobre las figuras femeninas en el judaísmo que Rivká no parece “coincidir con la imagen de una mujer sumisa y pasiva, carente de voluntad propia. Más allá de las cualidades morales: bondad, afección, caridad, hospitalidad que el siervo de Abraham descubre en ella, Rivká se manifiesta activa y más aún, emprendedora. Actúa por decisión e iniciativa propia, no sólo como reacción a una situación dada”[3]. Es decir, que en Rivká vemos a una mujer que vive su vida, en términos de nuestros días, proactivamente; no es mera espectadora, no es conformista, sino que tiene juicio propio e iniciativa individual, rasgos comunes en las personas emprendedoras. Y además sus cualidades morales son destacables, siendo una buena persona, manifestando su cariño, y con interés propio en ayudar. Una combinación entre activismo e integridad moral hacen de un individuo con premisas correctas alguien estimable, con valorables proyectos a desarrollar y elevadas metas a alcanzar. Ilustrativos resultan a los efectos de comprobar las cualidades de Rivká, los pazukim de Bereshit: “El sirviente fue corriendo hacia ella (Rivká) y le dijo: «Por favor, déjame beber un poco de agua de tu cántaro». Ella dijo: «Bebe, señor mío», y rápidamente bajó el cántaro a la mano y le dio de beber. Cuando terminó de darle de beber, dijo: «Sacaré agua también para tus camellos, hasta que terminen de beber». Se apresuró y vació su cántaro en el abrevadero, y corrió nuevamente hacia la fuente para sacar agua; y sacó agua para todos sus camellos. El hombre estaba asombrado y silencioso, aguardando saber si El Eterno había hecho exitoso su camino o no. Y sucedió que cuando los camellos terminaron de beber, el hombre tomó un aro de oro de medio siclo de peso y dos brazaletes, que pesaban diez siclos de oro. Y le dijo: «¿De quién eres hija? Por favor, dime. ¿Acaso hay lugar en casa de tu padre para que pasemos la noche?». Ella le dijo: «Soy la hija de Betuel, hijo de Milcá, quien lo tuvo de Najor». Y le dijo: «Tenemos abundancia de paja y de forraje, así como lugar para dormir». El hombre se inclinó y se postró ante El Eterno”.
En definitiva, si hay algo que la Torá se encarga de dejar bien en claro en relación a sus protagonistas humanos, aún respecto de los más importantes líderes, es que son hombres y mujeres de esta Tierra; no son dioses, no se confunden con seres divinos, ni encuadran en una categoría sobrenatural o metafísica diferenciada que los iguala al Creador. Esto se traduce en que el Libro de los Libros remarca de sus personajes tanto sus aciertos como sus desaciertos, sus virtudes y sus pecados. Los humaniza, en vez de idealizarlos aduladoramente. Por lo tanto, como ya expliqué, elijo con qué quedarme de rescatable de cada figura, tras una evaluación responsable, sin sentir la necesidad de justificar lo injustificable o de racionalizar lo erróneo. Desde esta posición, se puede compartir y desechar, analizar y juzgar, la obra de los individuos, aceitando los mecanismos intelectuales y empleando el ojo crítico sin un compromiso previamente asumido con la dispensa moral.
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