Al ejercitar el control sobre los deseos y apetitos naturales, los católicos fortalecen su voluntad y se preparan para resistir las tentaciones y los impulsos egoístas. Esta disciplina espiritual les permite enfocarse en su relación con Dios.
Durante la Cuaresma, millones de católicos se embarcan en un periodo de reflexión y preparación espiritual para la Pascua. En este contexto, el ayuno y la abstinencia son prácticas comunes que suscitan preguntas sobre su significado y propósito dentro de la fe católica.
El ayuno, que se refiere a reducir la ingesta de alimentos y limitar la cantidad de comidas; y la abstinencia, que se refiere a “abstenerse” de comer carne los viernes de Cuaresma; son tradiciones profundamente arraigadas en la doctrina y la práctica católicas. Pero, ¿cuál es su verdadero sentido?
El sentido penitencial
El ayuno y la abstinencia se tratan, en última instancia, de ayunar del pecado. Según las Sagradas Escrituras, todos somos culpables de pecado (1 Jn 1, 8-10) y, por lo tanto, todos debemos arrepentirnos. San Pedro, en su sermón de Pentecostés, enfatizó la necesidad del arrepentimiento para obtener el perdón de los pecados (Hechos 2, 38).
En ese sentido, tal como lo indica la Iglesia Católica en el Código de Derecho Canónico, “todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia”, específicamente todos los viernes del año y durante el tiempo de Cuaresma.
El ayuno y la abstinencia permiten a los fieles expresar arrepentimiento por los pecados cometidos y buscar la purificación espiritual. Al renunciar a ciertos alimentos o limitar la ingesta de alimentos, los católicos reconocen su dependencia de Dios y buscan reconciliarse con Él mediante la renuncia y la disciplina personal.
Al ejercitar el control sobre los deseos y apetitos naturales, los católicos fortalecen su voluntad y se preparan para resistir las tentaciones y los impulsos egoístas. Esta disciplina espiritual les permite enfocarse en su relación con Dios y cultivar una vida de virtud.
Según un documento del Secretariado del Culto Divino de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, desde tiempos antiguos, los cristianos han practicado la penitencia, tanto de forma comunitaria como individual, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, quien ayunó y oró durante cuarenta días en el desierto (Mc. 1, 13). Además, señala que esta práctica busca imitar a Cristo y alcanzar la plenitud espiritual, que es señalada por San Pablo en Efesios 4, 13.
Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 1430, la llamada de Jesús a la conversión y la penitencia se enfoca principalmente en la “conversión del corazón”, más que en realizar actos externos, ya que estos últimos no son útiles si no van acompañados de una verdadera conversión interior. Sin embargo, el Catecismo enfatiza que, cuando realmente hay conversión del corazón, se podrá expresar esa actitud en “signos visibles, gestos y obras de penitencia”, como lo enseñaron los profetas y Jesús.
“La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia”, recuerda el Catecismo.
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