Por Fernando Del Corro
La fecha de la Independencia Nacional, de la que se cumplirán 204 años este próximo 9 de Julio, como tantas otras circunstancias de la historia argentina, es conmemorada en un marco de ocultamientos, en particular desde la segunda mitad del Siglo XIX, y uno de ellos, y de los más importantes, está vinculado con la decisiva participación en el Congreso de San Miguel de Tucumán de 1816 de una veintena de sacerdotes, de los cuales 12 lo fueron entre los 29 firmantes del Acta que pusiera fin a la formal dependencia de la corona española; nada menos que el 41,37 por ciento.
Pero esos 12, de los cuales Mariano Sánchez de Loria, representante de Chuquisaca, aún no estaba ordenado, no fueron los únicos ya que los diputados eclesiásticos fueron una veintena de los cuales algunos, por diferentes razones, no estuvieron presentes ese 9 de Julio, como en el caso del cordobés Miguel Calixto Del Corro quién había sido destacado para convencer al oriental José Gervasio de Artigas a sumar esfuerzos y unificar la representación ya que el bloque de provincias que encabezaba no había enviado diputados a Tucumán por haberse declarado independiente de España el 29 de junio de 1815 en la actual Concepción del Uruguay, entonces Arroyo de la China.
Miguel Calixto Del Corro
El mismo Del Corro había representado a Córdoba en dicho encuentro artiguista de los Pueblos Libres de 1815 y en 1809, siendo rector de la Universidad de su provincia, un año antes de la Revolución de Mayo de 1810, había lanzado una proclama independentista y había sido uno de los habituales contertulios del general José Francisco de San Martín mientras éste estuvo radicado entre junio y agosto de 1814 en la cordobesa Estancia de Saldán, hoy localidad homónima.
Al comenzar a sesionar el 24 de marzo de 1816 el Congreso de Tucumán convocado por el director supremo José Ignacio Álvarez Thomas, de quién también se oculta la circunstancia de haber sido el primero en sancionar una norma de proteccionismo industrial en la Argentina, ya fue notable la influencia católica como que se hizo coincidir esa apertura con la conmemoración de la Encarnación del Hijo de Dios en tanto a los diputados se les demandó: “¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria conservar y defender la religión Católica, Apostólica y Romana?”, en tanto que la iniciación formal se produjo con un tedeum pronunciado por el presbítero Manuel Antonio de Acevedo, diputado por Catamarca
No sólo Del Corro fue mediador ante un importante caudillo ya que también el presbítero Pedro Ignacio de Castro Barros, diputado por La Rioja, fue el encargado de convencer al salteño Martín Miguel de Güemes, cosa que hizo exitosamente por lo cual, a su regreso a Tucumán, en el siguiente mes de mayo, se vio designado presidente temporal del Congreso en tanto que la prosecretaría quedó en manos del presbítero José Agustín Molina, que no era diputado y quién, tiempo después, fue designado obispo por el papa Pío VII el que, oportunamente, había establecido una relación con los congresales independentistas quienes decidieron “el envío a Roma de diputados para el arreglo en materia eclesiástica y de religión”.
Nicolás Avellaneda
Los curas firmantes del Acta del 9 de Julio fueron los bonaerenses Fray Cayetano Rodríguez y Antonio Sáenz; los catamarqueños Acevedo y José Eusebio Colombres, luego designado obispo; el chicheño José Andrés Pacheco de Melo; el chuquisaqueño Sánchez de Loria; el riojano Pedro Ignacio de Castro Barros; el sanjuanino Fray Justo Santa María de Oro, también ungido obispo; los santiagueños Pedro León Gallo y Pedro Francisco Uriarte, y los tucumanos Pedro José Miguel Aráoz y José Ignacio Thames. Además de Del Corro, por otras circunstancias, no firmaron el Acta los religiosos Pedro José Crespo, santafesino; Felipe Antonio de Iriarte, charqueño; Domingo Victorio de Achega (rector del Colegio Nacional de Buenos Aires), Luis José de Chorroarín, Mariano Perdriel y Diego Estanislao de Zavaleta, bonaerenses; Gregorio Funes y José Benito Lascano (obispo de su provincia), cordobeses, y José Miguel de Zegada, jujeño, pero ese gran peso presbiteriano hizo que se aprobaran cuestiones como declarar a la peruana Santa Rosa de Lima patrona de la Independencia Nacional a instancias de Santa María de Oro y cabe agregar que otra figura trascendente fue el salteño José Ignacio de Gorriti, quién no era cura pero sí doctor en teología.
Todo ello hizo que el más de medio siglo después, presidente Nicolás Avellaneda, afirmase que “El Congreso de Tucumán se halla definido por estos dos rasgos fundamentales.
Juan Manuel de Rosas
Era patriota y era religioso, en el sentido riguroso de la palabra; es decir, católico como ninguna otra asamblea argentina. Su patriotismo ostenta sobre sí el sello inmortal del acta de la independencia, y su catolicismo se halla revelado casi día por día en las decisiones o en los discursos de todos los que formaban la memorable asamblea. Los congresistas se emanciparon de su rey, tomando todas las precauciones para no emanciparse de su Dios y de su culto. Querían conciliar la vieja religión con la nueva patria”.
Claro que también se adoptaron otras decisiones como reconocer con bandera nacional la creada por Manuel José Joaquín del Sagrado Corazón de Jesús Belgrano, uno de los grandes impulsores de la Independencia, cuya fecha alcanzó dimensión de feriado nacional el 6 de julio de 1816 por disposición del entonces presidente Bernardino de la Trinidad González de Rivadavia a lo que, en reconocimiento con la trascendencia que lo religioso tuviese para lo resuelto en Tucumán, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas determinó el 11 de junio de 1835 que “En lo sucesivo, el día 9 de julio será reputado como festivo de ambos preceptos, del mismo modo que el 25 de mayo; y se celebrará en aquel (9 de Julio), misa solemne con Tedeum en acción de gracias al Ser Supremo por los favores que nos ha dispensado”.
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