La primera santa argentina, desarrolló su vocación religiosa en estrecho contacto con los jesuitas. Cuando la Compañía de Loyola fue expulsada, aunque la creyeran bruja o demente, recorrió el país y los vecinos del Cono Sur difundiendo los Ejercicios Esprituales.
Eloy Mealla*
n 1767, los jesuitas abandonaron el Virreinato del Río de la Plata debido a la orden de expulsión en toda América, decretada por la corona española. Años después, la Compañía de Jesús fue suprimida en todo el mundo católico.
De esa manera, no solo las célebres misiones jesuitas decayeron hasta casi su completa extinción, sino también quedó librada a su suerte una extensa red educativa. Por ejemplo, la Compañía de Jesús fundó en Córdoba la primera universidad en el territorio de lo que luego sería la Argentina, o el primer colegio secundario en la ciudad de Santa Fe, asimismo creó el colegio de San Ignacio que luego pasaría a ser, tras la expulsión, el Colegio Nacional de Buenos Aires.
En realidad toda esta obra educativa y social –que se desarrolló en forma similar en toda América– era tan solo una parte de la misión evangelizadora de los jesuitas. Una de las motivaciones fundantes de sus vidas y actividades hay que atribuirla a los Ejercicios Espirituales, una práctica que recibieron de su fundador San Ignacio de Loyola.
El mensaje del Papa Francisco en la canonización: "Que el ejemplo de Mama Antula y su intercesión nos ayuden a crecer en la caridad"
Los Ejercicios se basan en una dinámica y en un método de transformación personal que experimentó el propio Ignacio y que transmitió a sus seguidores. Desde hace cinco siglos han sido un modo de facilitar el encuentro con Dios en la propia vida, en el camino único e irrepetible de cada persona. Por eso los ejercicios acaban siendo una experiencia que marca un antes y un después en quien los realiza.
Esa vivencia -y en ese contexto- también la experimentó María Antonia de Paz y Figueroa. Nacida en 1730 en Villa Silipica, localidad del suroeste de la provincia de Santiago del Estero, entre sus antepasados figura Francisco de Aguirre, fundador en 1553 de la ciudad de Santiago del Estero, llamada “madre de ciudades”.
Allí, en estrecho contacto con la población nativa aprendió el quichua y empezó a ser llamada Mama Antula. Desde muy joven acompañó y se vinculó estrechamente a los jesuitas.
A la edad de 38 años, Mama Antula toma una decisión trascendente que reorientara su vida para siempre y la de muchos: se dedicaría enteramente, una vez expulsados los jesuitas, a continuar la práctica de los Ejercicios Espirituales. Emprende esta tarea, desafiando las costumbres y posibilidades de su tiempo, y a pesar de estar prohibido por el Rey Carlos III todo lo vinculado a la Compañía.
Comenzó primeramente recorriendo la zona de su Silipica natal, convocando y organizando tandas de Ejercicios, para más tarde extender sus actividades a Salta, Jujuy, Tucumán, Catamarca, La Rioja, instalándose en Córdoba en 1777.
Mama Antula, la mujer que desafió a la Iglesia y "practicó las virtudes cristianas en grado heroico"
En sus largos peregrinajes no le faltaron penurias materiales y peligros, así como el rechazo, la incredulidad y las burlas. Finalmente llegó a Buenos Aires en setiembre de 1779. Su extraña figura, descalza y vistiendo una especie de sotana al modo de los jesuitas y con una gran cruz entre sus manos, convocando a la penitencia e invitando al retiro de los Ejercicios Espirituales, despertó sospechas de que padeciera locura o brujería.
Los milagros que llevaron a Mamá Antula a convertirse en la primera mujer argentina reconocida como santa
El virrey Vértiz, acérrimo enemigo de los jesuitas, se opuso a sus actividades. El obispo Sebastián Malvar y Pinto, luego de una actitud cautelosa se convirtió en un gran admirador y le brindó su apoyo, permitiéndole convocar meses después a la primera tanda de Ejercicios Espirituales. En 1784, extendió su acción a Colonia del Sacramento, y luego a Montevideo, y más tarde al Paraguay.
Los muchos logros alcanzados, “en cuatro años de ejercicios” –relata en una de sus cartas– se han acercado más de 15.000 personas”, la llevó, junto con algunas compañeras a inaugurar en 1797 una Casa de Ejercicios en Buenos Aires, sobre la avenida Independencia que fue declarada Monumento Histórico en 1942 y que funciona hasta la actualidad. Mama Antula fallecíó poco después, el 7 de marzo de 1799. Su obra fue continuada por la congregación de las Hijas del Divino Salvador.
Sus restos descansan en la parroquia de Nuestra Señora de la Piedad por haber encontrado allí refugio al término de su larga peregrinación a pie y turbulenta entrada a la ciudad. A pocos metros de allí, desde 2016 también la recuerda una mayólica en la Estación Sáenz Peña en la Línea A del subterráneo. Existen algunos cuadros de época que ayudan a reconstruir su figura, y el padre Eduardo Pérez dal Lago, sacerdote de Buenos Aires y profesor en la Universidad del Salvador ha confeccionado un ícono.
Cabe agregar que San José Gabriel Brochero (1840-1914), otro santo argentino –conocido popularmente como el Cura Brochero– a semejanza de Mama Antula se destacó especialmente por difundir a lomo de mula los Ejercicios en la zona de Tralasierra, provincia de Córdoba.
El 30 de septiembre de 1905, los obispos argentinos iniciaron la Causa de Beatificación de María Antonia de Paz y Figueroa. En marzo de 2016, el papa Francisco reasumió esta iniciativa y la proclamó santa el 11 de febrero pasado, en Roma, convirtiéndose así en la primera santa argentina, alguien que sobresalió extraordinariamente por su dedicación incansable y entrega a la evangelización.
*Licenciado en Filosofía, Coordinador del Ciclo de Extensión Educación, Etica y Desarrollo en la Fac. de Ciencias Sociales USAL
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