En Roma creen que viene una etapa de mayor conflictividad y temen que Francisco quede en medio de la puja política. Desplante a la cúpula episcopal y demoras en nombran a quienes se harán cargo de la Secretaría de Culto y la Embajada ante la Santa Sede.
Sergio Rubin
En la Casa Rosada dicen estar muy interesados en que el Papa Francisco visite este año la Argentina. Y así convertirse en el gobierno que, finalmente, sea el anfitrión del primer pontífice argentino. Paradójicamente, estaría dificultando su venida debido a su escasa disposición a abrirse al diálogo con la oposición y los diversos sectores ante las transformaciones que quiere concretar. Porque, según evalúan en Roma, esto causará un aumento de la conflictividad en los próximos meses, justo cuando Jorge Bergoglio aterrizaría en su patria.
No es el único escollo. Al fin y al cabo, siempre hubo conflictos en el país. Y ni el Papa, ni el Vaticano pueden pretender que la Argentina sea una sucursal del paraíso. De hecho, Francisco viajó a naciones convulsionadas. Pero esta es su tierra y -temen en la Iglesia- podría quedar en medio de una fuerte puja política. Otra dificultad es la demora del gobierno en designar al secretario de Culto y al embajador ante la Santa Sede, que son quienes llevan la relación con la Iglesia y deberán coordinar con ella la logística de la visita papal.
Por último, hay que tener en cuenta que el paso del tiempo corre en contra de una eventual visita papal porque la salud de Francisco se va debilitando como pasa con toda persona de 87 años. Aunque no padece ningún problema serio de salud y está muy lúcido, son notorios sus problemas de movilidad. Y considerar que el viaje -que abarcaría a Uruguay- sería ciertamente exigente: implicaría más de trece horas de vuelo, varios días de traslados y ceremonias, y un impacto emocional alto por tratarse del regreso a su patria.
En diciembre todo parecía indicar que su venida iba a ser entre principios de abril y mediados de mayo. O, para decirlo en relación con el calendario religioso, tras la Semana Santa y antes de la celebración de Pentecostés. La cordial conversación telefónica que el Papa y Milei mantuvieron a las 36 horas del triunfo del libertario -que dejó atrás durísimas críticas del ahora presidente hacia el pontífice y alguna que otra alusión mordaz de Francisco a su figura- despejaron el camino con vistas al viaje papal.
Los requisitos formales para la visita que exigen las normas vaticanas se cumplieron. Milei como presidente invitó a Francisco a venir y poco antes lo había hecho la Iglesia argentina. El mismísimo Papa había dicho en más de una ocasión el año pasado que quería venir tras las elecciones. Aunque, aclaró precavido, ello quedaba sujeto a una evaluación final. Esa evaluación estaría promoviendo una actitud -dicho en términos criollos- de “desensillar hasta que aclare”.
El Papa y la Iglesia en el país siempre anhelaron que el gobierno que surgiera de las elecciones abrazara el camino del diálogo y la búsqueda de acuerdos que distendieran siquiera en parte el clima político signado por la polarización y permitiera afrontar mancomunadamente los graves desafíos, empezando por su extendida pobreza. En realidad, el anhelo eclesiástico por la búsqueda de consensos se remonta a la crisis de 2001.
El sueño era -y lo sigue siendo a pesar de todo- que Francisco viniera a sellar un nuevo tiempo de convivencia cívica en el que él mismo quedara fuera de la grieta que también lo afectó severamente, sea porque lo empujaron, sea por tuvo algunos gestos que no cayeron bien.
Pero Milei, en principio, tomó otro camino, seguramente temiendo que la búsqueda de consensos termine haciendo sucumbir buena parte de sus reformas.
Fue sintomático que en vísperas de la Navidad, tras la firma del Decreto de Necesidad y Urgencia, cuya legalidad es objetada por muchos constitucionalistas, el equipo de Pastoral Social del Episcopado difundiera un comunicado en el que pide “renunciar a toda forma de autoritarismo y escucharnos con la humildad y esperanza, cuidando la institucionalidad y la gobernabilidad” y reclama “sensibilidad social”.
Más desencuentros con la Iglesia
A ello hay que sumar que la cúpula del Episcopado le solicitó a Milei una audiencia para transmitirle los saludos navideños -tal como lo hace todos los años con el presidente de turno-, pero que no le fue concedida. Si bien es cierto que pidió su concreción inmediata -los obispos del interior que integran la conducción estaban en la capital-, tampoco se la otorgó para más adelante. En la Iglesia, esto no cayó bien.
La demora en designar al secretario de Culto y al embajador en el Vaticano resalta más porque la gestión de quienes ocupaban esos cargos -el dirigente político Guillermo Oliveri y la diplomática de carrera Fernanda Silva, respectivamente- era considerada prudente y despolitizada en los ámbitos eclesiásticos, pese a que la relación de Francisco con Alberto Fernández terminó muy deteriorada.
El gobierno podría decir que hay muchos cargos en el gobierno que aún no fueron cubiertos. Y que en el caso de la Cancillería están siendo ocupados interinamente por diplomáticos de carrera (en Culto está el experimentado en esa materia Alberto Balboa). Pero en Roma creen que si para el presidente es tan importante el Papa y su viaje, no debería tardar en normalizar los canales oficiales que llevan adelante el vínculo.
Máxime considerando que Milei es el presidente que se viene mostrando como el primer mandatario más religioso desde la vuelta a la democracia, en su caso un creyente de origen católico, pero con una inclinación hacia el judaísmo -línea ortodoxa-, cuya conversión considera para más adelante
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