El modelo de renta de Chávez y Maduro es insostenible. Pero tampoco la oposición tiene verdaderas alternativas.
por Andrea Bonzo
La primera conferencia de prensa del padre Arturo Sosa Abascal, el nuevo “papa negro” elegido para dirigir la Compañía de Jesús el 14 de octubre pasado, estuvo dedicada en gran medida al tema más candente de la agenda política latinoamericana: la situación de Venezuela. Con honestidad e independencia intelectual difícil de encontrar en los análisis a menudo maniqueos sobre la crisis venezolana, Sosa – nacido en Caracas en 1948 – apuntó a poner en guardia contra las simplificaciones que generalmente circulan sobre el país donde ha vivido hasta hace solo dos años. “La situación en Venezuela es muy difícil de explicar a los que no viven allí”, advirtió. “No se puede entender lo que ocurre en Venezuela si no se comprende que el país vive gracias a la renta del petróleo y que esa renta está exclusivamente administrada por el Estado”.
“Esto”, explicó el nuevo Padre General de los jesuitas y conocido politólogo, “implica que el camino que lleva a la formación de una sociedad democrática es todo en subida. El Estado debe estar subordinado a los ciudadanos porque estos son los que lo mantienen, pero en el caso de Venezuela es el Estado el que mantiene a la sociedad, y eso hace que sea muy difícil la creación de un Estado democrático”. Para Sosa, este “modelo de renta” que “comenzó el comandante Chávez y continuó Nicolás Maduro” no se sostiene en un país que mientras tanto ha crecido y se ha convertido en “un gigante”.
Pero el nuevo Superior General de los Jesuitas tampoco dejó al margen de las críticas a la oposición venezolana, que en su opinión no tiene “un proyecto de renta diferente, que es lo que haría falta para salir a largo plazo de la situación en la que se encuentra el país”.
Evidentemente el padre Sosa sabe de lo que está hablando. Él mismo recordó que como estudioso ha dedicado la mayor parte de su vida “a comprender el proceso sociopolítico venezolano y el rol que tiene la Iglesia en el mismo”. Tampoco se lo puede acusar de tener prejuicios negativos contra el chavismo. Como afirmó el director de Il Sismografo, Luis Badilla, en estas mismas páginas, entre Chávez y el padre Sosa existía una buena relación, tan es así que el jesuita apoyó en 1999 la formación de una Asamblea Constituyente para reformar la Constitución y Chávez recurrió a él para detener el intento de golpe de Estado de 2002.
Como hombre de diálogo, Sosa puso el acento en la necesidad de “construir puentes” como pide la sociedad venezolana, porque “nadie quiere la violencia que existe en el país”. Por otra parte, explicó, precisamente en la congregación general – la 36ª, en la cual fue elegido – se destacó la importancia de llevar la “reconciliación” a los conflictos como el venezolano, el de Siria o el de Irak.
Ese objetivo de construir puentes y favorecer el diálogo – en su patria y en todas partes – lo identifica con el Papa Francisco, jesuita como él. Ambos se conocieron en 1983, durante la primera congregación de la Compañía de Jesús en la que participó Sosa, y desde entonces se vieron varias veces en Buenos Aires.
Para América Latina, la acción conjunta de dos “papas” latinoamericanos con estas características solo puede ser una buena noticia.
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