Desde Cartagena, en la última Misa del viaje, el Papa volvió a hablar sobre el proceso de paz en Colombia: «Nada podrá reemplazar el encuentro reparador; ningún proceso colectivo nos exime del desafío de encontrarnos, de clarificar, perdonar», porque «quien toma la iniciativa siempre es el más valiente»; para la pacificación no bastan «acuerdos entre grupos políticos»
por ANDREA TORNIELLI
«Condeno con firmeza la lacra del narcotráfico que ha puesto fin a tantas vidas y que es mantenida y sostenida por hombres sin escrúpulos. Hago un llamado para terminar con el narcotráfico que lo único que hace es sembrar muerte por doquier y destrozando tantas familias». Y también, la reconciliación y la paz son un proceso en el que todos debemos participar, no bastan acuerdos institucionales entre grupos políticos, ni cláusulas normativas: «Nada podrá reemplazar ese encuentro reparador; ningún proceso colectivo nos exime del desafío de encontrarnos, de clarificar, perdonar». El Papa Francisco, antes de dejar Colombia para volver a Roma, celebró la Misa en el área portuaria di Contecar en Cartagena, ciudad símbolo de los derechos humanos, porque aquí nació la preocupación para aliviar la situación de los oprimidos de la época, esencialmente la época de los esclavos, por quienes santos como Pedro Claver reclamaron el respeto y la libertad.
En la homilía, el Papa recordó el texto evangélico del pastor bueno que deja a las 99 ovejas para ir a buscar a la que se había extraviado, y dijo: «No hay nadie lo suficientemente perdido que no merezca nuestra solicitud, nuestra cercanía y nuestro perdón. Desde esta perspectiva, se entiende entonces que una falta, un pecado cometido por uno, nos interpele a todos pero involucra, en primer lugar, a la víctima del pecado del hermano; ese está llamado a tomar la iniciativa para que quien lo dañó no se pierda. Tomar la iniciativa; quien toma la iniciativa —insistió Francisco— siempre es el más valiente». Palabras muy significativas en una realidad como la colombiana.
«En estos días escuché muchos testimonios –añadió Francisco– de quienes han salido al encuentro de personas que les habían dañado. Heridas terribles que pude contemplar en sus propios cuerpos; pérdidas irreparables que todavía se siguen llorando, sin embargo han salido, han dado el primer paso en un camino distinto a los ya recorridos. Porque Colombia hace décadas que a tientas busca la paz y, como enseña Jesús, no ha sido suficiente que dos partes se acercaran, dialogaran; ha sido necesario que se incorporaran muchos más actores a este diálogo reparador de los pecados».
Y esto es lo que ha enriquecido al Papa en su viaje: «hemos aprendido que estos caminos de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la gente. No se alcanza con el diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre grupos políticos o económicos de buena voluntad». De hecho, «Jesús encuentra la solución al daño realizado en el encuentro personal entre las partes. Además, siempre es rico incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria colectiva». Una aclaración importante la el Papa, pues Colombia es gobernada por una élite compuesta por unas 300 familias, todas emparentadas entre sí.
Por lo tanto, es necesario encontrarse para volver a comenzar, dijo el Papa, y «nada podrá reemplazar ese encuentro reparador; ningún proceso colectivo nos exime del desafío de encontrarnos, de clarificar, perdonar. Las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de instancias donde se haga justicia, se dé posibilidad a las víctimas de conocer la verdad, el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para evitar que se repitan esos crímenes». La reconciliación no significa silenciar lo que ocurrió, ni ocultar la verdad o las responsabilidades.
«Pero eso sólo –añadió– nos deja en la puerta de las exigencias cristianas. A nosotros se nos exige generar “desde abajo” un cambio cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, respondemos con la cultura de la vida, del encuentro». Como decía el escritor colombiano Garbiel García Márquez, que nació precisamente aquí, en Cartagena: «Este desastre cultural no se remedia ni con plomo ni con plata, sino con una educación para la paz, construida con amor sobre los escombros de un país enardecido donde nos levantamos temprano para seguirnos matándonos los unos a los otros...».
«¡Cuántas veces –observó Francisco– se “normalizan” procesos de violencia, exclusión social, sin que nuestra voz se alce ni nuestras manos acusen proféticamente! […] No podemos negar que hay personas que persisten en pecados que hieren la convivencia y la comunidad». Sobre todo las drogas: «Condeno con firmeza —exclamó con vigor Francisco— la lacra del narcotráfico que ha puesto fin a tantas vidas y que es mantenida y sostenida por hombres sin escrúpulos. Hago un llamado para terminar con el narcotráfico que lo único que hace es sembrar muerte por doquier y destrozando tantas familias». También recordó otros problemas serios como la explotación de los recursos naturales y la contaminación, la tragedia de la explotación en el trabajo, los tráficos ilegales de dinero y la especulación financiera, la prostitución que «cada día cosecha víctimas inocentes, sobre todo entre los más jóvenes, robándoles el futuro», el abominio del tráfico de seres humanos, los delitos y los abusos en contra de los menores, la esclavitud, la «tragedia frecuentemente desatendida de los emigrantes con los que se especula indignamente en la ilegalidad» e incluso, añadió Bergoglio, «una “aséptica legalidad” pacifista que no tiene en cuenta la carne del hermano, la carne de Cristo».
No es posible vivir en paz sin firmes principios de justicia, concluyó Francisco, que también rezó con los colombianos para que se cumpla el lema de su viaje: «¡Demos el primer paso!», que significa, «salir al encuentro de los demás con Cristo, el Señor». Si Colombia «quiere una paz estable y duradera, debe dar urgentemente un paso hacia esta dirección, que es «aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias».
Al concluir la celebración, el Papa agradeció a monseñor Jorge Enrique Jiménez Carbajal, al presidente colombiano, Juan Manuel Santos, y a todos los que colaboraron para el éxito de su viaje. «Han sido días intensos y hermosos —añadió— en los que he podido encontrar a tantas personas, y conocer tantas realidades que me han tocado el corazón. Ustedes me han hecho mucho bien» «Queridos hermanos —dijo a todos los colombianos—, quisiera dejarles una última palabra: no nos quedemos en «dar el primer paso», sino que sigamos caminando juntos cada día para ir al encuentro del otro, en busca de la armonía y de la fraternidad» Siguiendo el ejemplo de san Pedro Claver, exhortó Francisco, «Colombia, tu hermano te necesita, ve a su encuentro llevando el abrazo de paz, libre de toda violencia, esclavos de la paz, para siempre».
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