En la batalla de las Navas de Tolosa, el 16 de julio de 1212, se definió así como en Poitiers o en Lepanto, el futuro de la Cristiandad. En Poitiers (732) Carlos Martel frenó el avance musulmán liderado por Abd Allah al-Gafiqi, que allí resultó muerto; en las Navas de Tolosa castellanos, aragoneses, navarros, leoneses, portugueses y de otros reinos cristianos, dieron el impulso decisivo a la reconquista española, contra las tropas también superiores en número de Muhammad al-Nasir, quebrando el espinazo del poderío islámico en Europa.
Pero esto no hubiera sido posible sin los secretos de un pastor, el personaje de esta historia, un humilde labrador que había muerto en 1130, por tanto 80 años antes de la batalla, y que ya era famoso entre los cristianos.
Las fuerzas en combate eran tal vez de 14.000 hombres cristianos contra 30.000 de los musulmanes, aunque algunos dicen que los cristianos podrían pasar de 50.000 y que los musulmanes eran más de 100.000. Lideraban las fuerzas de la cruz Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra.
A pesar de la desproporción de armas los cristianos tenían la confianza de que enfrentados los dos ejércitos, ellos arrancarían del cielo la victoria. El problema en determinado momento era cómo atravesar los pasos de la Sierra Morena, que se constituían en un muro gigante que defendía a los almohades.
Pero ocurrió que en medio de esa encerrona una noche un humilde pastor pidió hablar con el rey Alfonso. Su nombre, Martín Alhaja, que decía conocer la zona, y que guiaría a las tropas cristianas rumbo al campamento musulmán y a la victoria.
Desconfiados los cristianos al principio, poco a poco fueron cediendo su voluntad a las instrucciones de Martín, que se mostraron precisas y efectivas.
Se esfuma el pastor y vuelve a aparecer, pero muerto e incorrupto…
Tan necesaria y eficaz fue su ayuda, que el propio Alfonso VIII en carta al Papa contándole de la victoria, mencionaba que gracias a un “cierto labrador, que Dios envió de repente, en el dicho lugar hallamos otro paso harto fácil”.
También lo atestigua el entonces arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, quien participó de la batalla, al afirmar que este “aldeano o pastor” era un “hombre mal vestido, y parecía que era el vestido de poco valor, según su manera de parecer. Y dijo que él guardaba hacía tiempo su ganado en aquellos montes, y que tomara por allí en aquel puerto liebres, y conejos. Y díjoles que él les mostraría lugar por donde pasasen muy bien, y sin peligro por la cuesta del monte en derredor, y que los llevaría escondidamente, que aunque los moros los viesen no les pudiesen hacer ninguna cosa, y que podríamos llegar a lugar que deseábamos para lidiar con los moros”. Y así fue.
Pero ocurrió que este pastor, así como había llegado así se había esfumado, sin darle ocasión a los cristianos de mostrar su gratitud y estima. Parecía refugiarse nuevamente en el misterio.
Sin embargo, Dios quería que fuera glorificado ese hombre, e hizo que cuando las tropas de Alfonso XIII pasaban por Madrid, este rey visitase la iglesia de San Andrés Apóstol. Cuál sería su sorpresa al contemplar allí el cuerpo incorrupto de un labrador, y descubrir que era el mismo rostro del cazador de liebres Martín Alhaja, el pastor de los caminos y conejos de la Sierra Morena.
En gesto de gratitud el rey le regaló un arca de madera, con pinturas que aludían a su vida, apoyada sobre tres leones de piedra dorados. Ahí reposaría, glorioso, el cuerpo del guía, del labrador, de San Isidro Labrador. (SCM)
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