¿Cómo los ritos de exequias o funerales ayudan a entender el sentido cristiano de la muerte? Un experto en Liturgia lo explica.
Por David Ramos
En un texto difundido en dos entregas, bajo el título “Las exequias cristianas: Sentido cristiano de la muerte”, el P. Francisco Torres Ruiz, sacerdote de la Diócesis de Plasencia (España) y Profesor de Liturgia, explica “el sentido cristiano de la muerte no nos encierra en la desesperación o el aniquilamiento, sino que nos abre la puerta de un destino esperanzado, puesto que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz, más allá de las fronteras de esta vida”.
El sacerdote español recordó que “tras la muerte corporal, el alma recibe un juicio particular donde se determina su destino eterno. No hay más oportunidades”.
“En ese juicio particular de la persona ante Jesucristo, se determina su salvación eterna o su condenación en el infierno”, añade.
“Sin embargo, Dios puede conceder al alma una última purificación en el purgatorio”, indica, explicando que precisamente a quienes se encuentran ahí “va dirigida la oración de la Iglesia, puesto que este estado no es definitivo sino transitorio hasta poder gozar de la visión de Dios con el resto de los salvados en el cielo”.
El P. Torres Ruiz subraya que “ante esta realidad que nos sobrepasa, la Iglesia solo puede creer, esperar y orar”.
“Así, orar por los difuntos, ha sido siempre una obra de misericordia muy querida y cuidada por la Iglesia y la piedad popular”.
El experto en Liturgia señala que “las oraciones por el difunto que se sucederán” durante los ritos de exequias “nos hablan de ‘el perdón de los pecados’, del ‘gozo de la vida eterna’, del ‘ser colocados con tus amigos’, el cielo como lugar ‘donde no hay ni luto, ni llanto ni dolor’, etc.”.
“Con ellas, la Iglesia quiere sanar el corazón desgarrado de los dolientes para abrimos a una realidad nueva que nos supera y nos consuela: la vida eterna”, explica.
El sacerdote español resalta luego que la celebración de las exequias “emplea dos símbolos significativos: el agua y el incienso”.
“Con ellos rodea el cadáver del difunto bendiciéndolo y perfumándolo, para mostrar que, ante todo, quien se entierra es un hijo de Dios y un hijo de la Madre Iglesia”.
“Agua e incienso son dos símbolos que, evocando el bautismo, remiten al inicio de la vida cristiana en su existencia corporal y lo abren a la existencia eterna”, añade.
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