Se vuelve a reeditar un libro que aclaró cómo el cristianismo se difundió por todo el orbe romano
Por: José María Carabante.
Rodney Stark primero aplicó la metodología histórica para estudiar el cristianismo. Quedó tan asombrado que, al cabo del tiempo, se convirtió. Antes, casi sin darse cuenta, se había educado en muchos principios de la fe; pero con alguna ayuda, especialmente el testimonio de los grandes protagonistas de la tradición religiosa, se decidió a comprometerse.
Stark se hizo famoso a finales de la década de los noventa por la publicación de un libro que ahora, tras más de veinte años, la misma editorial -el prestigioso sello de la Universidad de Princeton- vuelve a publicar. Se trata del ensayo La expansión del cristianismo, que aquí en España nos llegó, diez años más tarde de la publicación del libro en inglés, de la mano de otra casa editorial de relumbrón: Trotta.
No se trata de un libro confesional, ni de una de esas historias apologéticas que a veces da un poco de grima y pudor leer. Es un estudio riguroso en el que, además de explicar la forma en que la nueva fe prendió en un contexto bastante incómodo, se aporta una nueva perspectiva para valorar sus aportaciones. Tras su publicación, Stark exploró todo lo que Occidente -o el mundo, podríamos decir- debe al cristianismo, desde la democracia hasta la peculiar defensa del pensamiento científico.
La decisión de Princeton de reeditar el ensayo es una buena oportunidad para recomendar su lectura también en nuestro país. Quizá hoy sorprenda más porque la realidad cultural, especialmente entre los más jóvenes, está descafeinada. Recluida la formación religiosa y devaluada la enseñanza del valor profano de la fe –de sus tradiciones y de la impronta de estas en el imaginario estético, literario, social o político-, hay cierta orfandad espiritual.
Entiéndase bien: no se trata de que precisemos sonrojarnos cuando alguien no sabe quién fue Job o Abraham. O san Agustín o la Capilla Sixtina. Lo grave de esa situación tiene algo más que ver con la incultura que puede hacer que un joven pierda el Trivial. Trágico es que no puede optar a poner palabras a la experiencia del dolor, de los desafíos, de la muerte de un amigo o de la trascendencia.
Uno podría pensar que hay alternativas y que también las fuentes de hoy contribuyen a articular nuestras experiencias. Pero la riqueza de la tradición cristiana -en general, de la religiosa- se antoja insuperable. De hecho, aunque no queramos reconocerlo, también los bienes culturales de hoy han nacido de la semilla cristiana, aunque sea para negarlas o en ellos languidezca su vigor.
“El valor del ensayo de Rodney Stark estriba en que opta por estudiar el avance de cristianismo como un movimiento social”
El valor del ensayo de Stark estriba en que opta por estudiar el avance de cristianismo como un movimiento social. En este sentido, desmiente que finalmente se pudiera difundir el mensaje como consecuencia de la adhesión de las clases más bajas. Frente a la interpretación tradicional, este autor el éxito del cristianismo se debió en parte a que caló entre las clases más altas. De allí fue permeando a otros estratos sociales.
Poco a poco se fue consolidando y extendiéndose hasta el punto de que la decisión de Constantino y el Edicto de Milán no fueron causa de la presencia de la fe, sino consecuencia de las conversiones masivas que se produjeron con anterioridad. Desde el punto de vista apostólico, el cristianismo fue un éxito, especialmente porque daba respuesta a muchas de las preocupaciones existenciales. Así, Stark habla en repetidas ocasiones de las enfermedades y epidemias y cómo el sentido del sufrimiento que redescubría el mensaje de Cristo atraía a muchos.
Volver a los orígenes de aquella buena nueva pone de manifiesto la idiosincrasia de la religión nacida en un rincón de Palestina. Por ejemplo, es interesante saber el recelo, acaso la inquina, que despertó en quienes más convencidos estaban de los valores paganos. Otros investigadores han puesto de manifiesto cómo sirvió para rebajar el grado de brutalidad de los romanos; también supuso un escándalo que en las reuniones y las primeras eucaristías compartieran altar y sacramentos mujeres, hombres y esclavos, sin diferencias.
En comparación con la religión pagana -Stark insiste en que esta última estaba de capa caída-, las enseñanzas de Pedro y Pablo eran mucho más interesantes. Hay también una parte del libro en el que explica la opción del martirio y da datos sobre la ejecución de quienes no renegaron de la fe.
Si la aportación de Stark es ya relevante de por sí y puede dar a conocer muchos aspectos de la historia del cristianismo bajo una luz nueva, hay otras lecciones que cabe aprender. Lo que cuenta es la historia de un éxito de primera magnitud y milagroso para quien cree en la labor de la providencia. ¿Hay alguna otra religión que se haya generalizado por todo el orbe con la fuerza y resistencia del cristianismo?
¿Está condenado el cristianismo hoy a convertirse en un grupo minoritario? Ciertamente, Ratzinger entendió que los siglos de brillo institucional o eclesial estaban llegando a su fin y que el futuro de la fe estaba en las comunidades. A partir de ellas, debía volver a plantarse el humus, de modo que la religión cristiana no perdería su función catalizadora. La lectura del libro de Stark puede servir hoy para concienciar a los cristianos, para reconciliarles con la grandeza de su fe y, en fin, para que vuelvan a asumir el compromiso que todos han de tener con la difusión de su verdad y riqueza.
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