Toda persona católica tiene el derecho y la responsabilidad de promover la justicia social en el mundo así como dentro de la comunidad eclesial.
Por Vicente Reale
Desde el siglo octavo de nuestra era y hasta el siglo veinte, los teólogos y las personas que entraban en la comunidad católica, concebían a nuestra iglesia (no confundir el término con el de templo) de un modo absolutamente jerárquico, es decir: existían unas personas más importantes que otras y con mayor autoridad y excelencia que el resto. Por lo que la organización de esa iglesia se la podía comparar con una pirámide: sobre todos estaba el Papa, luego los cardenales y los responsables de la curia romana, en el siguiente escalón se encontraban los obispos, después los sacerdotes, las y los religiosos y, finalmente, los católicos laicos. Una organización copiada de lo que, en aquel entonces, eran los poderes civiles y militares. Podríamos decir: los de arriba y los de abajo.
El Concilio Vaticano II (1962-1965)
Gracias a la inspiración y a la audacia del Papa San Juan XXIII, que deseó llevar a la iglesia católica a la visión primigenia de Jesús y de las primeras comunidades, convocó a todos los obispos del mundo a reunirse con él para “conciliar” y orientar a la iglesia según la primitiva organización de la misma y la conciencia de la sociedad del siglo XX. El vocablo italiano que sintetizó este deseo de Juan XXIII fue “aggiornamento”(puesta al día), que contenía una profunda revisión de la iglesia en todos los órdenes y una apertura sincera a la sociedad para escucharla y entenderla mejor que en otros tiempos. Se ha hecho clásica la frase de aquel visionario y bondadoso Papa: “debemos abrir las puertas y las ventanas de la iglesia para sentir el nuevo aire fresco que viene desde afuera según la inspiración de Dios”.
La Iglesia como comunidad
Exponía, más arriba, la antigua visión de la iglesia. Una de las renovaciones más de fondo que consideró y planteó el Concilio Vaticano II es la referida al significado y a la realidad querida por Jesús en aquella pequeña semilla que Él sembró en sus discípulos: “ustedes tienen un solo Padre y todos ustedes son hermanos”.
Una forma nueva de considerar a Dios y a los que se acercan a Él por la fe. De la concepción piramidal de la iglesia, se pasa a la forma “circular”.
Entonces, la Iglesia es “la comunidad de creyentes”, “el pueblo de Dios”, “los discípulos de Jesucristo”. Donde “lo que debe primar” es el amor sincero y el mutuo servicio.
Desde el siglo octavo de nuestra era y hasta el siglo veinte, los teólogos y las personas que entraban en la comunidad católica, concebían a nuestra iglesia (no confundir el término con el de templo) de un modo absolutamente jerárquico, es decir: existían unas personas más importantes que otras y con mayor autoridad y excelencia que el resto. Por lo que la organización de esa iglesia se la podía comparar con una pirámide: sobre todos estaba el Papa, luego los cardenales y los responsables de la curia romana, en el siguiente escalón se encontraban los obispos, después los sacerdotes, las y los religiosos y, finalmente, los católicos laicos. Una organización copiada de lo que, en aquel entonces, eran los poderes civiles y militares. Podríamos decir: los de arriba y los de abajo.
Derecho a estudiar
El Concilio Vaticano II (1962-1965)
Gracias a la inspiración y a la audacia del Papa San Juan XXIII, que deseó llevar a la iglesia católica a la visión primigenia de Jesús y de las primeras comunidades, convocó a todos los obispos del mundo a reunirse con él para “conciliar” y orientar a la iglesia según la primitiva organización de la misma y la conciencia de la sociedad del siglo XX. El vocablo italiano que sintetizó este deseo de Juan XXIII fue “aggiornamento”(puesta al día), que contenía una profunda revisión de la iglesia en todos los órdenes y una apertura sincera a la sociedad para escucharla y entenderla mejor que en otros tiempos. Se ha hecho clásica la frase de aquel visionario y bondadoso Papa: “debemos abrir las puertas y las ventanas de la iglesia para sentir el nuevo aire fresco que viene desde afuera según la inspiración de Dios”.
Día del respeto a la diversidad cultural
La Iglesia como comunidad
Exponía, más arriba, la antigua visión de la iglesia. Una de las renovaciones más de fondo que consideró y planteó el Concilio Vaticano II es la referida al significado y a la realidad querida por Jesús en aquella pequeña semilla que Él sembró en sus discípulos: “ustedes tienen un solo Padre y todos ustedes son hermanos”.
Una forma nueva de considerar a Dios y a los que se acercan a Él por la fe. De la concepción piramidal de la iglesia, se pasa a la forma “circular”.
Entonces, la Iglesia es “la comunidad de creyentes”, “el pueblo de Dios”, “los discípulos de Jesucristo”. Donde “lo que debe primar” es el amor sincero y el mutuo servicio.
Derechos y responsabilidades fundamentales en la Iglesia
En el Sínodo o Reunión de los obispos con el papa Pablo VI, en 1971, fueron articulados los Principios para una Declaración de los derechos y responsabilidades fundamentales de las personas católicas. Esa Declaración estaba destinada a capturar la visión y misión de la Iglesia en un todo de acuerdo con los Documentos del Concilio Vaticano II y debían ser como los principios morales (de actitudes) para la vida de la comunidad eclesial.
Aquí resumo los más destacados:
Desde el siglo octavo de nuestra era y hasta el siglo veinte, los teólogos y las personas que entraban en la comunidad católica, concebían a nuestra iglesia (no confundir el término con el de templo) de un modo absolutamente jerárquico, es decir: existían unas personas más importantes que otras y con mayor autoridad y excelencia que el resto. Por lo que la organización de esa iglesia se la podía comparar con una pirámide: sobre todos estaba el Papa, luego los cardenales y los responsables de la curia romana, en el siguiente escalón se encontraban los obispos, después los sacerdotes, las y los religiosos y, finalmente, los católicos laicos. Una organización copiada de lo que, en aquel entonces, eran los poderes civiles y militares. Podríamos decir: los de arriba y los de abajo.
Derecho a estudiar
El Concilio Vaticano II (1962-1965)
Gracias a la inspiración y a la audacia del Papa San Juan XXIII, que deseó llevar a la iglesia católica a la visión primigenia de Jesús y de las primeras comunidades, convocó a todos los obispos del mundo a reunirse con él para “conciliar” y orientar a la iglesia según la primitiva organización de la misma y la conciencia de la sociedad del siglo XX. El vocablo italiano que sintetizó este deseo de Juan XXIII fue “aggiornamento”(puesta al día), que contenía una profunda revisión de la iglesia en todos los órdenes y una apertura sincera a la sociedad para escucharla y entenderla mejor que en otros tiempos. Se ha hecho clásica la frase de aquel visionario y bondadoso Papa: “debemos abrir las puertas y las ventanas de la iglesia para sentir el nuevo aire fresco que viene desde afuera según la inspiración de Dios”.
Día del respeto a la diversidad cultural
La Iglesia como comunidad
Exponía, más arriba, la antigua visión de la iglesia. Una de las renovaciones más de fondo que consideró y planteó el Concilio Vaticano II es la referida al significado y a la realidad querida por Jesús en aquella pequeña semilla que Él sembró en sus discípulos: “ustedes tienen un solo Padre y todos ustedes son hermanos”.
Una forma nueva de considerar a Dios y a los que se acercan a Él por la fe. De la concepción piramidal de la iglesia, se pasa a la forma “circular”.
Entonces, la Iglesia es “la comunidad de creyentes”, “el pueblo de Dios”, “los discípulos de Jesucristo”. Donde “lo que debe primar” es el amor sincero y el mutuo servicio.
Derechos y responsabilidades fundamentales en la Iglesia
En el Sínodo o Reunión de los obispos con el papa Pablo VI, en 1971, fueron articulados los Principios para una Declaración de los derechos y responsabilidades fundamentales de las personas católicas. Esa Declaración estaba destinada a capturar la visión y misión de la Iglesia en un todo de acuerdo con los Documentos del Concilio Vaticano II y debían ser como los principios morales (de actitudes) para la vida de la comunidad eclesial.
Aquí resumo los más destacados:
1. Toda persona católica tiene el derecho y la responsabilidad de desarrollar una conciencia informada y de actuar de acuerdo a ella.
2. Toda persona católica. debe ser tratada por igual respecto de la comunidad de la iglesia. No hay lugar para algún tipo de discriminación.
3. Toda persona católica tiene el derecho y la responsabilidad, de acuerdo a la recta fe y moral, de recibir los sacramentos y de participar en la acción evangelizadora de la iglesia; de ser miembro activo en las organizaciones de la iglesia y de la sociedad.
4. Toda persona católica tiene el derecho y la responsabilidad de proclamar el evangelio en un todo de acuerdo a su preparación y a los medios de que pueda disponer, además de participar en tareas del ministerio según los dones recibidos.
5. Toda persona católica tiene el derecho, y la consecuente responsabilidad, a la libertad de expresión y a la libertad de disentir, siempre que sus opiniones no dañen a terceros.
6. Toda persona católica tiene el derecho y la responsabilidad del acceso ilimitado a la información eclesial excepto cuando se trate de confidencialidad, privacidad o buen nombre de terceros.
7. Toda persona católica tiene el derecho y la responsabilidad de formar su propia familia, además de su buena fama y el debido respeto.
8. Toda persona católica y su comunidad tienen derecho a una genuina participación en la toma de decisiones, incluida la selección de sus líderes, según su capacidad, en lo atinente a las decisiones de la comunidad, a la elección de personas para los distintos servicios y al chequeo de las cuentas económicas.
9. Toda persona católica tiene el derecho y la responsabilidad de participar en la nominación de mujeres y hombres laicos en puestos de jurisdicción en todos los niveles de gobierno en la Iglesia. (Nota: felizmente esta decisión ha sido tomada hace poco tiempo por el Papa Francisco).
10. Toda persona católica y sus comunidades locales tienen el derecho y la responsabilidad de participar en el discernimiento de las Sagradas Escrituras y la Tradición de la Iglesia, incluida la educación en la Fe.
11. Toda persona católica tiene el derecho y la responsabilidad de promover la justicia social en el mundo en general, así como dentro de las estructuras comunitarias de la Iglesia.
12. Toda persona católica acusada de delitos dentro de la Iglesia, tienen derecho al debido proceso transparente. Los juicios deben llevarse a cabo de manera abierta y justa por un poder judicial independiente de acuerdo con los principios que se encuentran en la Escrituras y la enseñanza de la Iglesia.
13. Niños y niñas tienen el derecho a ser protegidos y protegidas contra la violencia y abuso sexual y a recibir una educación adecuada y celebraciones religiosas apropiadas. Se debe informar a los niños y niñas sobre sus derechos y responsabilidades.
14. Toda persona católica tiene derecho a dejar la iglesia. Quienes dejaron la iglesia deben tener sus nombres y datos personales eliminados de los registros eclesiásticos y, en adelante, deberían no ser objeto de demandas económicas y/o reclamaciones de ningún tipo.
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