Por Joan Enric Vives.
Estas palabras del gran teólogo Hans Urs von Balthasar (1905-1988) contienen un gran dinamismo si queremos vivir y testimoniar la fe cristiana con fidelidad y apertura. Sólo el amor vence y convence. Sólo el amor entregado a los más pobres y cualquier centella de amor auténtico, es una interpelación para todos. Nosotros creemos en el amor, como afirma san Juan: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1Jn 4,16). En este tiempo de pandemia, con la convicción de que el Señor camina con nosotros, llega la Solemnidad del Corpus Christi, el Día de la Caridad. La Eucaristía es el sacramento del amor. Cristo nos la dio por amor, y ella infunde en nosotros el amor. Aunque este año no salgamos por las calles acompañando al Señor sacramentado en procesión, proclamaremos igualmente nuestra fe y haremos de nuestras parroquias, comunidades y de nosotros mismos, «custodias» de Cristo Eucaristía, ayudando la gran labor que en nombre de todos está haciendo Cáritas, con sus trabajadores y sus voluntarios.
Los Obispos acompañantes de la Acción Caritativa y Social de la CEE en su Mensaje para esta Jornada, con el lema «A Mí me lo hicisteis» (Mt 25,40), proponen vivir la pandemia como una gran oportunidad para tocar las llagas de Cristo y descubrir que, tras sus heridas, existe el dolor y sufrimiento de nuestros hermanos. Estos «tiempos recios» invitan a recuperar el sentido de nuestra vida sobre todo desde el amor. Somos frágiles y necesitados de salvación. Amando con obras y de verdad entraremos en el misterio del Dios que es Amor.
Son tiempos singulares en los que se hacen esfuerzos en muchos lugares del mundo para proteger a las personas, las familias, incluso las diversas realidades laborales, de las trágicas sacudidas que han herido especialmente a los vulnerables y más empobrecidos, y abriendo así caminos a la esperanza. En todas estas acciones vamos aprendiendo a hacernos cercanos y fraternos, para estar cerca de los pobres, los más vulnerables, los niños, los enfermos, los discapacitados; de los ancianos, de los tristes y solos, los angustiados por la aflicción y por la fragilidad que nos enfrenta a nuestra debilidad. La Eucaristía ofrece el don de poder unir de forma inseparable la fe y la caridad con el servicio a los pobres.
La pandemia está dejando tras de sí muchas vidas rotas y profundas heridas que están siendo, sin embargo, cicatrizadas gracias a Cáritas y a muchas otras instituciones y grupos de personas de buena voluntad, que fomentan los lazos de colaboración, ayuda mutua y redes comunitarias que construyen la fraternidad con una comunidad que sostiene. Los trabajadores y equipos de voluntarios de Caritas están logrando cada día que se derriben los muros separadores gracias a la dimensión universal de la caridad, que no discrimina a nadie. «El amor sólo sabe de compasión y de dignidad» (cf. Fratelli tutti 62). Sta. Teresa de Calcuta, con su vida entregada a los más pobres y su amor a la adoración del Santísimo, donde encontraba la fuerza para la caridad, nos enseña algo que ella experimentaba y que animaba su esperanza: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz”. En estas palabras tenemos, de manera palpable, una concreción de lo que dijo el Señor: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos. mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
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