Como cada año, el día 2 de febrero la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. En esta ocasión lo hace con el lema: «La vida consagrada: parábola de fraternidad en un mundo herido».
Los bautizados, y de manera particular los consagrados, estamos llamados a ser creadores de fraternidad. De hecho, como bien sabéis, uno de los cinco ejes del Plan Pastoral de nuestra archidiócesis pasa por vivir la fraternidad. En esta propuesta de Iglesia en salida, la vida consagrada tiene un rol preeminente como escuela y modelo de fraternidad. Las comunidades de vida consagrada nos muestran cómo el Espíritu Santo puede hacer posible la comunión y la fraternidad entre personas diferentes.
Hemos pasado un año duro, triste y doloroso. Hemos vivido momentos eclesiales y sociales complejos, pero los hemos vivido también como oportunidades para crecer en la colaboración, en el entendimiento y en el diálogo. Quiero agradecer públicamente la entrega de muchos hermanos y hermanas de la vida consagrada, presentes y activos en el sector sanitario y en residencias de ancianos. Agradezco su servicio amoroso y su acompañamiento espiritual a tantas personas que han sufrido la enfermedad o las consecuencias de la pandemia.
Esta Jornada coincide con la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén, que nos recuerda que María y José presentaron a Jesús a Dios, tal como mandaba la Ley de Moisés. Lo hicieron cuarenta días después de su nacimiento. La profetisa Ana y Simeón, hombre justo y piadoso, llenos del Espíritu Santo y con el corazón limpio y luminoso, descubren en ese niño la obra de Dios, la llegada del Mesías.
Vosotros, hermanos y hermanas de la vida consagrada, dedicáis muchas horas de oración y de servicio pastoral a acompañar a personas en el encuentro con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Vosotros hacéis del hospital, la cárcel, la escuela, la residencia de ancianos, la universidad, el monasterio… el templo donde presentar a tantas personas a Dios, y las ayudáis a descubrir su condición de hijos e hijas de Dios.
En la lectura del evangelio de esta fiesta, Simeón reconoce a Jesucristo como salvador y luz que se revela a las naciones, y Ana da gracias a Dios y lo reconoce como liberador del pueblo (cf. Lc 2,22-38).
El contacto íntimo y personal de los consagrados con las personas de la Santísima Trinidad, les regala una mirada renovada y renovadora del mundo. Tenemos, pues, que dejarnos acompañar por ellos para participar de su mirada de la realidad con los ojos de Dios. Ellos y ellas, amantes de la Palabra de Dios, nos ayudan a comprender el sentido de las Escrituras.
Los hermanos y hermanas de la vida consagrada, siguiendo el testimonio de Simeón y Ana, hacen experiencia de cómo, a veces, es larga la espera y tortuoso el camino que lleva al encuentro con el Señor. La vida religiosa es un largo proceso de purificación del corazón, según el espíritu de las bienaventuranzas, y una sincera ofrenda a Dios en el servicio atento a los hermanos que sufren y que se encuentran desamparados.
Gracias, Señor, por el don precioso e insustituible de la vida consagrada. Bendice y protege a todos sus miembros y que la vida espiritual, la fraternidad y el servicio amoroso no se apaguen nunca en sus comunidades.
Por Card. Juan José Omella - Arzobispo de Barcelona
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