El carisma del discernimiento

 El carisma del discernimiento

 En el evangelio de hoy, Mateo 7,15-20 se nos invita a agudizar la gracia del discernimiento. Dios la regala para poder descubrir su voluntad y separarla de aquello que nos quiere alejar de Su presencia.

“Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.

Mt 7,15-20

 

Una mirada con discernimiento “Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (1 Tes. 5, 21)

No es fácil encontrar lo que uno busca para ser feliz, pero el que encontró el tesoro, como dice la parábola, es capaz de venderlo. Tal y cual como lo experimentó Salomón, en el don de la sabiduría como el tesoro más grande. Es gracia de discernimiento de espíritu que le pedimos al Señor en este día.

“Discernir” viene del latín y significa “identificar”, reconocer. Hacemos un discernimiento cuando con prudencia juzgamos la toma de conciencia y los movimientos interiores que experimentamos, a fin de distinguir cuáles debemos seguir y cuáles resistir. La prudencia se tendrá al juzgar la conveniencia o no de cierta actitud, más que el juzgar el origen de esa moción. “la prudencia aspira a ir al fondo de las cosas, sopesando bien el valor de los signos y de los testigos. La prudencia humana fácilmente juega ‘a lo más seguro’, y debe ceder paso a la prudencia sobrenatural, la que no teme reconocer una acción de Dios en y para su Iglesia” (Card. Suenens)

“El discernimiento de espíritus es el conocimiento íntimo del obrar divino en el corazón del hombre; es don del Espíritu Santo y un fruto de la caridad” (cf. Flp 1,9-11- Ordo Paenitentiae)

Para que haya discernimiento tiene que haber un camino espiritual, personal y comunitario. No se trata de ningún método para descubrir la Voluntad de Dios, sino de un modo de madurar nuestra fe y de vivir según el Espíritu desde la voluntad de Dios.

No discernimos entre lo bueno y lo malo, se da por supuesto que en madurez jamás elegiríamos lo malo o lo que está mal, por ende ni se lo tiene en cuenta. Se elige entre lo bueno y lo mejor, intentando descubrir por dónde amar más, ser mejor, crecer en identificación con Jesús, encarnar mejor el evangelio, etc.

El discernimiento puede referirse a nuestra conducta personal, a nuestras actitudes espirituales, al campo de nuestras opciones concretas. También se aplica a la conducta global de la comunidad cristiana, a los movimientos de espiritualidad y de pastoral, a las tendencias de renovación eclesial, a las diversas ideologías que atraen a los hombres de nuestro tiempo, etc.

También se aplica a las experiencias carismáticas (visiones, profecías, etc.) y místicas, a las luces y movimientos interiores que nos orientan. La clave para discernir está en dónde se ejerce la caridad. El Papa Francisco lo advierte, y dice que además de en libertad moverse en el Espíritu no dejen de tocar la carne de Cristo en los pobres.

En la manifestación que sea y como quiera moverse el Espíritu en nosotros, si nos conduce a la caridad es verdaderamente del Espíritu, sino… es otra paloma pero no el Espíritu Santo. El término hacia donde conduce la vida del Espíritu es el ejercicio concreto de la caridad y eso supone seguir saliendo de nosotros mismos.

La importancia de saber discernir se desprende no sólo de la enseñanza apostólica (ver Mt 7,15; 1 Tes 5, 21; 1 Cor 14, 20; 1 Jn 4, 1-3) sino también de la experiencia de los maestros de espiritualidad, que han comprobado la trascendencia que tiene en el camino interior de dejarnos guiar dócilmente por Dios a la santidad.

Por otra parte, en el campo del apostolado, ¿cómo podríamos entender la obra de Dios sin conocer sus intenciones? El salmista nos advierte que “si el Señor no construye el edificio, en vano se fatigan los obreros” (127, 1). Hoy más que nunca es necesario que escuchemos al Espíritu de Dios y colaboremos con Él en la obra que está realizando, sabiendo “discernir lo que agrada al señor” (Ef 5, 10).

El discernimiento se da como un don carismático del Espíritu y como una habilidad desarrollada desde el amor.

El carisma del discernimiento

Todo cambia y se hace distinto cuando aparece Dios en el camino. Hay que poner todo en las manos de Dios y aprendemos a hacerlo cuando entendemos qué es lo que Dios quiere, cómo es su estilo y su querer.

El discernimiento es un don gratuito del Espíritu Santo. San Pablo lo menciona en 1 Cor 12, 10: “….otro, reconoce lo que viene del bueno, del mal espíritu”

Como todo carisma, es dado gratuitamente por Dios a algunas personas cuando lo juzga oportuno y para bien de la comunidad, en función de una misión. Con el P. Aldunate podríamos definirlo de este modo:

“El carisma de discernimiento de espíritus es una iluminación divina o manifestación del Espíritu Santo por la que conocemos cuáles espíritus están motivando o impulsando determinada actuación, y se nos concede para proteger del engaño a la comunidad”.

El que tiene la capacidad de discernir y pastorea a la comunidad, sabe por dónde Dios pasa y por donde no, y así evita pasar por oscuros caminos y guía a la luz. Es como un mensaje que viene de afuera, que no surge de la persona misma. Se forma súbitamente en la mente, espontáneamente dando una mirada completa.

No depende del esfuerzo, la iniciativa o los conocimientos. Lleva consigo, su propia convicción. No se trata de perspicacia, instinto psicológico o espíritu crítico. Se trata de una realidad superior que guía y marca el camino.

Para poder ir hasta donde Dios nos quiere conducir necesitamos saber hacia dónde nos conduce, y para eso sirve el discernimiento. Este don del Espíritu permite conocer con certeza si un impulso o actuación proviene o no del Espíritu de Dios; es dado principalmente a la comunidad en oración a fin de discernir las manifestaciones del Espíritu. “Es un medio por el que Dios da a conocer el origen de lo que está sucediendo en un grupo, reunión, persona, o en el ejercicio de algún carisma; y esta iluminación se da para provecho del Cuerpo de Cristo. Puede darse en forma colectiva; es la más corriente: el grupo en oración, unido en el Espíritu, siente “instintivamente” lo que es o no es de Dios” (P. Aldunate)

Según Mons. Alfonso Uribe Jaramillo, “es un cierto instinto sobrenatural que permite sentir la dulce presencia del Espíritu Santo haciéndonos saber cuando es Él quien actúa, o haciéndonos experimentar la desazón que produce la presencia del espíritu del mal”.

El Espíritu Santo cuando nos da gracia de discernimiento y descubrimos que es Dios quien actúa nos libera el alma hacia adelante, y cuando nos hace sentir que no es Él quien está inspirando nos hace sentir las fuerzas opuestas.

El Espíritu en nosotros reconoce al Espíritu en el hermano. No se trata de un razonamiento intelectual según nuestra experiencia previa, sino que más bien es una certeza interior semejante a la inspiración profética: se siente en el Espíritu que algo es o no es de Dios

Fragmento de la Catequesis del Papa Francisco:

 

Ignacio, cuando estaba herido en la casa paterna, no pensaba precisamente en Dios o en cómo reformar su vida, no. Él hace su primera experiencia de Dios escuchando su propio corazón, que le muestra una inversión curiosa: las cosas a primera vista atractivas lo dejan decepcionado y en otras, menos brillantes, siente una paz que dura en el tiempo. También nosotros tenemos esta experiencia, muchas veces empezamos a pensar una cosa y nos quedamos ahí y luego quedamos decepcionados. Sin embargo, hacemos una obra de caridad, hacemos algo bueno y sentimos algo de felicidad, te viene un buen pensamiento y te viene la felicidad, algo de alegría, es una experiencia nuestra. Él, Ignacio, hace la primera experiencia de Dios, escuchando al propio corazón que le muestra una curiosa inversión. Esto es lo que nosotros tenemos que aprender: escuchar a nuestro propio corazón. Para conocer qué sucede, qué decisión tomar, opinar sobre una situación, es necesario escuchar al propio corazón. Nosotros escuchamos la televisión, la radio, el móvil, somos maestros de la escucha, pero te pregunto: ¿tú sabes escuchar tu corazón? Tú te detienes para decir: “¿Pero mi corazón cómo está? ¿Está satisfecho, está triste, busca algo?”. Para tomar decisiones buenas es necesario escuchar al propio corazón.

Por esto Ignacio sugerirá leer las vidas de los santos, porque muestran de forma narrativa y comprensible el estilo de Dios en la vida de personas no muy diferentes de nosotros, porque los santos eran de carne y hueso como nosotros. Sus acciones hablan a las nuestras y nos ayudan a comprender el significado.

En ese famoso episodio de los dos sentimientos que tenía Ignacio, uno cuando leía las cosas de los caballeros y otro cuando leía la vida de los santos, podemos reconocer otro aspecto importante del discernimiento, que ya mencionamos la vez pasada. Hay una aparente casualidad en los acontecimientos de la vida: todo parece nacer de un banal contratiempo: no había libros de caballería, sino solo vidas de santos. Un contratiempo que, sin embargo, encierra un posible punto de inflexión. Tan solo después de algún tiempo Ignacio se dará cuenta, y en ese momento le dedicará toda su atención. Escuchad bien: Dios trabaja a través de los eventos no programables, ese por casualidad, por casualidad me ha sucedido esto, por casualidad he visto a esta persona, por casualidad he visto esta película, no estaba programado, pero Dios trabaja a través de los eventos no programables, y también en los contratiempos: “Tenía que dar un paseo y he tenido un problema en los pies, no puedo…”. Contratiempo: ¿qué te dice Dios? ¿Qué te dice la vida ahí? Lo hemos visto también en un pasaje del Evangelio de Mateo: un hombre que está arando un campo se encuentra casualmente con un tesoro enterrado. Una situación completamente inesperada. Pero lo importante es que lo reconoce como el golpe de suerte de su vida y decide en consecuencia: vende todo y compra ese campo (cf. 13,44). Os doy un consejo, estad atentos a las cosas inesperadas. Aquel que dice: “pero esto por casualidad yo no lo esperaba”. Ahí te está hablando la vida, ¿te está hablado el Señor o te está hablado el diablo? Alguien. Pero hay algo para discernir, cómo reacciono yo frente a las cosas inesperadas. Yo estaba tan tranquilo en casa y “pum, pum”, llega la suegra y ¿tú cómo reaccionas con la suegra? ¿Es amor o es otra cosa dentro? Y haces el discernimiento. Yo estaba trabajando en la oficina bien y viene un compañero a decirme que necesita dinero y ¿tú cómo has reaccionado? Ver qué sucede cuando vivimos cosas que no esperamos y ahí aprendemos a conocer nuestro corazón, cómo se mueve.

El discernimiento es la ayuda para reconocer las señales con las cuales el Señor se hace encontrar en las situaciones imprevistas, incluso desagradables, como fue para Ignacio la herida en la pierna. De estas puede nacer un encuentro que cambia la vida, para siempre, como el caso de san Ignacio. Puede nacer algo que te haga mejorar en el camino o empeorar no lo sé, pero estad atentos y el hilo conductor más bonito es dado por las cosas inesperadas: “¿cómo me muevo frente a esto?”. Que el Señor nos ayude a sentir nuestro corazón y a ver cuándo es Él quien actúa y cuándo no es Él y es otra cosa.

Plaza de San Pedro – Miércoles, 7 de septiembre de 2022

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