El arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Poli, instó a los sacerdotes a “estar al servicio de la unidad de nuestro pueblo”, señaló que “la Iglesia está llamada a reunir a todos y no solo a una parte” y advirtió que este Jueves Santo “nos encuentra en un contexto de división y antagonismo”.
El cardenal primado de la Argentina presidió la misa crismal en la que cientos de sacerdotes renovaron las promesas de su ordenación, en la basílica de San José de Flores. Mencionó el Año de la Misericordia, el Congreso Eucarístico Nacional, el Bicentenario de la Independencia, la beatificación de Mamá Antula y la canonización del Cura Brochero “como un manantial de gracias que Dios ha dispuesto para nuestro tiempo”. Y advirtió sobre los extremos de violencia y enfrentamientos. “Una Iglesia reconciliada y unida se ordena mejor a la misión”, afirmó.
“En este Jueves Sacerdotal expreso un sentimiento que me viene de los acontecimientos que viviremos en nuestra Patria: el Año de la Misericordia, el Congreso Eucarístico Nacional, el Bicentenario de la Independencia, la beatificación de Mamá Antula y la canonización del Cura Brochero. Todo esto es como un manantial de gracias que Dios ha dispuesto para nuestro tiempo”, dijo.
“Pero debo decir –añadió- que nos encuentra en un contexto de división y antagonismo, vividos con la pasión propia de los argentinos, con los conocidos extremos de violencia y enfrentamientos, de acusaciones mutuas, a los que nuestras comunidades no son ajenas”.
“Nuestro ministerio tiene que estar al servicio de la unidad de nuestro pueblo. Por eso les pido que no dejemos de hacer el bien pastoral de contagiar la paz y la unidad que el Señor nos da en cada Eucaristía. La Iglesia está llamada a reunir a todos y no solo a una parte. Una Iglesia reconciliada y unida se ordena mejor a la misión”.
El arzobispo les dijo a los sacerdotes. “Como sabemos que Dios tiene poder para transformarnos interiormente, confiados, hoy renovamos nuestras promesas”. Indicó que los Salmos enseñan que “sólo se permanece delante de Dios si se es pequeño y mendicante. La gente que se acerca a nuestras comunidades tiene derecho a encontrarse con quienes han visto el rostro misericordioso del Señor, con quienes han estado con Dios, y habiéndolo frecuentado, reparten generosamente los bálsamos de su misericordia”.
“Sí, quiero”, respondieron al renovar sus promesas los sacerdotes, que, revestidos con albas blancas, llenaba más de la mitad de los bancos del espacioso templo. El cardenal les agradeció su arduo trabajo pastoral, su entrega y generosidad, y bendijo el crisma, el óleo perfumado que se usará durante al año al administrar el bautismo y otros sacramentos.
A la derecha del arzobispo estaba el nuncio apostólico, monseñor Emil Paul Tscherrig. El cardenal también destacó la presencia de monseñor José Luis Mollaghan, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que fue arzobispo de Rosario y acababa de llegar de Roma. “Siempre está con nosotros”, dijo.
También concelebraron los obispos auxiliares, monseñores Joaquín Sucunza, vicario general; Enrique Eguía Seguí, Alejandro Giorgi, José María Baliña, Ernesto Giobando S.J. y Juan Carlos Ares.
Entre los asistentes había también muchos jóvenes seminaristas diocesanos, con albas blancas, y de algunas congregaciones, con largos hábitos característicos: negros, los escolapios; marrones y blancos, los carmelitas; celestes, los de la congregación del Cordero.
El cardenal se refirió a San José, el hombre justo, y se mostró impresionado por el clima religioso de la bicentenaria basílica, que hace pocos días celebró sus fiestas patronales. Recordó la “multitudinaria procesión que culminó con la solemne misa concelebrada, que tuve la gracia de presidir”.
Citando el magisterio del Papa Francisco, en el año que estamos transitando, en que el vicario de Cristo dispuso un “jubileo de gracia y de perdón”, recordó que en su bula enseña que “la misericordia se muestra como la fuerza que todo lo vence; llena de amor el corazón y consuela con el perdón; es fuente de alegría, de serenidad y de paz; es condición para nuestra salvación… La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona”. (Jorge Rouillon)
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