Benedicto prefería convencer con argumentos intelectuales a gobernar. Nos ha dejado un verdadero hombre de Dios y un papa según el corazón de Jesús.
Conocí personalmente al papa Benedicto XVI después de ser nombrado miembro de la Comisión Teológica Internacional, de la que el entonces cardenal Ratzinger, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, era presidente. Esta Comisión, formada por unos 30 teólogos de todo el mundo, tiene la tarea de estudiar las cuestiones teológicas y aconsejar al papa y a la Congregación para la Doctrina de la Fe al respecto. El cardenal Ratzinger, al que tuve la gracia de ver bastante a menudo en ese periodo, no solía hablar mucho durante las sesiones plenarias. Pero cuando lo hacía, sabía cómo analizar de manera impecable y delicada una cuestión teológica, reduciéndola a su esencia.
Era un hombre amigable, servicial y algo tímido que, entre otras cosas, cuando se trataba de la enseñanza de la Iglesia católica, era muy decidido y claro. Cuando el cardenal Ratzinger fue elegido papa en 2005, lo vi regularmente -aunque de manera breve y fugaz- en las audiencias que concedió a los miembros de la Pontificia Academia por la Vida (el laboratorio de ideas médico-ético de la Santa Sede). En aquellas audiencias siempre pronunció discursos lúcidos, que demostraban su gran competencia también en el campo de la ética y la teología moral.
Tengo un recuerdo muy hermoso de la fiesta de los Santos Pedro y Pablo de 2008. En enero de ese año asumió el cargo de arzobispo de Utrecht. En esa solemnidad, el papa impuso el palio a los arzobispos que habían sido nombrados el año anterior. Cuando me impuso el palio se inclinó y me dijo con dulzura: «Su situación será difícil, pero puede contar con mis oraciones». Tenía plena conciencia de las dificultades que tuve en ese periodo. Sus palabras y su mirada expresaban una compasión cálida y génica que, aún hoy, me sigue conmoviendo.
Tres días antes de su renuncia
Después de que el papa Benedicto me hiciera cardenal, mis contactos con él fueron más frecuentes e intensos. Fui uno de los últimos cardenales que recibió en audiencia privada antes de su renuncia. Fue el viernes 8 de febrero de 2013 por la mañana. Antes de entrar, un miembro del personal me advirtió que no debía -a diferencia de muchos otros- levantarme sujetando la mano del Santo Padre cuando me arrodillara ante él, porque podría caerse. Parecía un consejo exagerado, pero cuando entré en la sala de las audiencias me quedé impresionado: el papa estaba pálido y demacrado, y tenía que aferrarse a la mesa para permanecer de pie. Pensé: «¿Cómo puede una persona en condiciones físicas tan precarias guiar la Iglesia universal?». El papa Benedicto ya había respondido él solo a aquella pregunta. Tres días después, el 11 de febrero de 2013, anunció su renuncia. Dio esta noticia al mundo de un modo típicamente suyo: con un discurso en latín.
Se despidió del colegio cardenalicio el 28 de febrero, poco antes de salir en helicóptero con destino a Castel Gandolfo. Cada uno de los cardenales pudo saludarlo brevemente de manera personal. Me abrazó y me dijo: «Bleiben Sie immer auf dem rechten Weg» («Permanezca siempre en el camino justo»). Podía decirlo porque él había elegido el camino justo.
No le gustaba gobernar
Junto a Juan Pablo II formaba un duo verdadero. Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe dio una contribución decisiva a la preparación de las numerosas y grandes encíclicas de su predecesor. También sus encíclicas y sus cartas pastorales han sido una contribución espléndida a la proclamación de la verdad, que puede encontrarse solo en una Persona, en Cristo. Sus hermosísimos sermones tenían un hondo contenido teológico. Esto reflejaba su competencia, pero también su profunda vida espiritual y su amor auténtico y genuino por Cristo, que él representaba como gobernador y cabeza visible de la Iglesia.
Gobernar no era su fuerte. La confianza que depositaba en sus colaboradores fue profundamente traicionada por algunos de ellos. Cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, e incluso al inicio de su pontificado, se le intentó definir como Panzer-Kardinal a causa de su ortodoxia. Quien lo conocía solo podía sonreír con piedad ante esta definición. Ciertamente, Benedicto XVI era un hombre muy tenaz cuando se trataba de principios. Pero no era un hombre de confrontación y medidas duras, sino un hombre tímido, que utilizaba su voz dulce para intentar convencer a sus adversarios con profundas argumentaciones teológicas. Ojalá le hubieran escuchado más y mejor, sobre todo algunos profesores y docentes de teología, que tienen una gran responsabilidad en la formación de los futuros sacerdotes y, por ende, en el futuro de la Iglesia.
El papa Benedicto XVI ha sido un custodio fiel y valiente del depositum fidei, el tesoro de la fe confiando a la Iglesia por Dios. Nos ha dejado un verdadero hombre de Dios y un papa según el corazón de Jesús.
Publicado por el cardenal Willem Jacobus Eijk en Il Timone
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