Con la misa crismal presidida por el cardenal Poli, este Jueves Santo en la catedral metropolitana fueron bendecidos los óleos y renovadas las promesas sacerdotales del clero porteño.
El Jueves Santo, la Iglesia celebró la institución de la Eucaristía realizada por Jesucristo en la Última Cena. En la Catedral de Buenos Aires, el arzobispo porteño y primado de la Argentina, cardenal Mario Augusto Poli, presidió la misa crismal en la cual se bendijeron los santos óleos para administrar los sacramentos y los sacerdotes renovaron las promesas realizadas cuando fueron ordenados.
Antes de la misa, desde más de una hora antes, los sacerdotes presentes, acompañados del pueblo fiel, adoraron a Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento en la custodia colocada sobre el altar. El cardenal estaba en la primera fila de bancos. Todos escucharon unas reflexiones que formuló el presbítero Horacio Della Barca. Cuando finalizó, se cantó el himno eucarístico “Tantum ergo”.
Concluida la adoración, comenzó la celebración. Presidió la Eucaristía el cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, y concelebraron el nuncio apostólico, monseñor Miroslaw Adamczyk, los obispos auxiliares de Buenos Aires, monseñor Enrique Eguía Seguí, monseñor Joaquín Sucunza ; monseñor José María Baliña; monseñor Ernesto Giobando SJ; ; monseñor Juan Carlos Ares; monseñor Gustavo Carrara y monseñor Alejandro Giorgi. También participaron el obispo de la eparquía maronita, monseñor Juan H. Chamieh OMM; el obispo emérito de Avellaneda-Lanús, monseñor Rubén Frassia; el obispo emérito de San Rafael, monseñor Eduardo Taussig y un gran número de sacerdotes del clero porteño.
Un coro, con acompañamiento instrumental, cantó a la entrada “Pueblo de reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal, pueblo de Dios, bendice a tu Señor”.
Los sacerdotes estaban distribuidos en el presbiterio, las dos alas del crucero del templo, y las once primeras filas de bancos de la nave central, en tanto los demás fieles llenaban los bancos posteriores y se extendían por las dos naves laterales.
En su homilía, el cardenal Poli saludó a los sacerdotes, diáconos y obispos, agradeciendo especialmente la presencia del nuncio, “que siempre nos trae la cercanía del Santo Padre con nosotros”.
En referencia al Evangelio, el cardenal señaló que “no es un pergamino del pasado que sólo rescatan los eruditos, sino que es una Palabra viva, que descansa en la escritura y espera que alguien, algún sediento se espeje en ella. Entonces, se produce el signo: toma vida cada vez que lo proclamamos y su mensaje se renueva para iluminar todas las realidades humanas”, aseguró.
“San Lucas ubica esta escena en la pequeña sinagoga de Nazaret, y convierte la profecía de Isaías en el discurso inaugural del ministerio público de Jesús, conocido entre sus paisanos como el hijo de José, y mejor aún para entonces, el carpintero, el hijo de María, como lo llama Marcos”.
“La unción del Espíritu Santo que recibió en el bautismo, la manifestación de su poder divino sobre el reino del mal en el desierto, en este episodio adquiere un relieve único que define su misión. En efecto, al leer el pasaje del libro de Isaías, aparecen las notables coincidencias, porque se hace mención de un personaje al que el Espíritu Santo lo ha ungido y enviado como profeta, para dar la Buena Noticia a los pobres; como Rey, para anunciar la liberación a los cautivos; y como sacerdote para anunciar un año de gracia en el Señor, que incluía el perdón de las deudas y la libertad de los presos y esclavos”, explicó. “Que este personaje cure y sane nos hace pensar en el servidor del Señor, que el mismo profeta Isaías describe como un elegido, en quien el mismo Dios ha puesto en Él su Espíritu”.
“San Lucas, en un solo y breve versículo describe la expectativa que despertó el instante de silencio que precedió a las palabras de Jesús: ‘Hoy se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír’. En labios de Jesús, ese hoy está cargado de buenas noticias y de compasión. Así lo vivió Zaqueo cuando el Señor lo visitó: ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa, Zaqueo’. Así también lo recibió el buen ladrón con las palabras consoladoras del crucificado: ‘Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso’”, enumeró.
“No dudamos que hoy está presente en medio de nosotros, en esta asamblea, porque nos hemos reunido a celebrar su unción y la nuestra, y la que hemos recibido como dispendio de su misericordia, gratuita, incondicional e inmerecida. La conclusión de la escena es más que evidente. Él es el ungido esperado, y en aquel acontecimiento se reveló su dignidad como verdadero profeta, Rey y sacerdote, para el pueblo de Israel y para toda la humanidad. Él es el único mediador entre Dios y los hombres. Mediación del hijo único que nos mereció recuperar la familiaridad con Dios”, sostuvo.
“En la puerta del Triduo Pascual, la misa crismal celebra el sacerdocio de mediación que Jesús nos participó. El ministerio de intercesión recibe un nuevo llamado cada vez que rezamos las vísperas de algún santo pastor: este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo. Amor fraterno y oración constante por los que el Señor nos encomienda, son las dos notas que hacen de nuestro pastoreo un puente entre los fieles y el Dios del consuelo”.
“Como enseñan los santos confesores, hay un estrecho y habitual camino que los sacerdotes debemos recorrer entre el confesionario y el sagrario, para pedir por los fieles que abren el corazón herido por el pecado y por la vida misma. San Juan de Ávila enseña que ese negocio con Dios, ese regateo, se resuelve en la oración de mediación. Así lo dice: ‘Cuando el Señor quiere hacer algún bien por medio de la oración de los sacerdotes, inspírale que lo pida, y pídelo con tanto afecto y confianza que le deja rastros en el alma para pensar que su oración no ha dado el golpe en vano, sino muy de lleno’”, recordó.
En ese sentido, exhortó: “Los sacerdotes no podemos olvidar que Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados por medio de su sangre, e hizo de nosotros un reino sacerdotal para Dios, su padre. Sí, todos debemos reconocer que somos una legión de perdonados, y haber experimentado la misericordia en nuestras vidas, nos hace tomar conciencia del oficio de amor con el que fuimos investidos, no para gloriarnos, sino para gastarlo generosamente en el confesionario”.
“Nuestras manos fueron ungidas con óleos de alegría para celebrar los sagrados misterios, en especial la Eucaristía, y eso nos hace testigos de cómo el pueblo fiel contempla, ama y traduce sus dones y virtudes en la vida cotidiana. La misa, nos decía San Juan Pablo II, es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad. La Eucaristía no sólo proporciona la fuerza interior para dicha misión, sino también en cierto sentido, su proyecto. En efecto, la Eucaristía es un modo de ser que pasa de Jesús al cristiano, y por su testimonio, tiende a irradiarse en la sociedad y en la cultura”, describió.
Finalmente, y en el marco del camino sinodal de la Iglesia porteña, el cardenal Poli consideró que “para seguir caminando juntos y superar desalientos, siempre tendremos que volver a escuchar la voz del Buen Pastor que nos anima: ‘Permanezcan en mi amor’. El modelo de ese permanecer en el amor de Jesús, es su incondicional obediencia filial en el amor, y a la voluntad del Padre”.
“Muy queridos sacerdotes y diáconos, reciban de sus obispos nuestro reconocimiento y gratitud, ya que ustedes son los que en el ritmo cotidiano de la evangelización, toman el pulso a los reales desafíos cotidianos de la gente, comparten alegrías, sufrimientos, y llevan el consuelo de la fe a todos”, valoró.
“Al renovar las promesas sacerdotales, pidamos a Dios que nos conceda la pasión por la Evangelización, de manera que caminemos juntos en el Espíritu para renovar la misión en Buenos Aires. La Virgen, en la escena de la visitación, es modelo y guía. Ella es garantía del encuentro con todos, se adelanta a nuestros pasos en la misión porteña y hace más sencillo el Evangelio de su hijo”, concluyó, deseando a los sacerdotes “que nunca les falte la ternura de la Madre, y la serena y silenciosa intercesión de San José”.
Finalizada la homilía, al bendecir los óleos, el cardenal invitó a todos los sacerdotes a extender su mano uniéndose a la bendición del crisma.
La colecta fue destinada a los sacerdotes mayores del Hogar Sacerdotal. A la colecta aportaron también los clérigos, al igual que los otros fieles.
El arzobispo dio la comunión a los fieles en el pasillo central; otros concelebrantes distribuyeron la comunión allí y en las naves laterales. El coro cantó “Panis Angelicum”.
Antes de concluir la misa, el cardenal agradeció a los presentes su participación y al padre Horacio "Titín" Della Barca sus “lindas y largas reflexiones”. También invitó a los sacerdotes que quieran, a reunirse luego de la Pascua el miércoles próximo al mediodía en el seminario metropolitano.
A cada uno de los sacerdotes les fue entregado un sobre con un libro sobre la vida de San José. El arzobispo agradeció al papa Francisco el haber instituido en su momento un año para honrar a San José, con mucho fruto espiritual. El libro regalado a los concelebrantes es una traducción de un texto francés, realizada por el presbítero Pablo Lizarraga, de la arquidiócesis de Buenos Aires. El cardenal Poli agradeció la colaboración en esa edición del párroco de la Catedral, presbítero Alejandro Russo, y de los padres y hermanos de la congregación de San Pablo.
Finalmente, se cantó la Salve en latín y el arzobispo recibió en su sede el saludo personal de obispos, sacerdotes y seminaristas. +
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