Los diáconos permanentes suman un millar en la Argentina. Pueden bautizar, casar, predicar y oficiar exequias. Constituyen una eficaz ayuda ante la escasez de sacerdotes.
Por Sergio Rubin
Constituyen un fenómeno en pleno auge en la Iglesia católica en el mundo desde su restauración, hace medio siglo, por parte del Concilio Vaticano II y -si bien tienen su propia identidad- prestan una inestimable ayuda ante la escasez de sacerdotes. Pueden bautizar, casar, predicar y oficiar las exequias, pero también -y sobre todo- contribuir con toda la obra evangelizadora, catequética y caritativa. Y hasta, llegado el caso, estar al frente de una parroquia si no hay un sacerdote. La gran diferencia con estos es que, además de que no están facultados para celebrar misa, confesar e impartir la unción de los enfermos, pueden ser casados. Y como -al igual que los sacerdotes- requieren ser ordenados, o sea, reciben el orden sagrado, son clérigos. Eventualmente, pues, clérigos casados: son los diáconos permanentes.
Su crecimiento salta a la vista. En el mundo, en 1995 eran 21.000, mientras que en 2014 sumaban 45.000. En Brasil pasaron en el mismo período de 800 a 3.400 y en los Estados Unidos, de 11.000 a 18.000. En la Argentina se contaban 360 en 1995 y este año llegan a los 970. Prácticamente, ya superan a los seminaristas que totalizan este año 958 si se contabilizan los diocesanos y los de las principales congregaciones. Esto se da en un contexto de relativa estabilidad de la cantidad de sacerdotes, pero claramente insuficiente. Por caso, en el pa- ís son alrededor de 5.500, la mitad de lo que mínimamente se necesita. Además, en ciertas zonas, como el gran Buenos Aires, con gran densidad poblacional y muchas necesidades, esa escasez es más pronunciada.
La historia de los diáconos permanentes se remonta a los orígenes de la Iglesia. Acaso el principal antecedente se encuentra en los evangelios (Hch. 6, 1-6): “Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: ´No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo, mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra´”. Ese ministerio se extendió en Roma en el siglo III.
Pero en la Edad Media fueron suprimidos y solo quedó el diaconado como el paso previo al sacerdocio. Hasta que en la década del ’60 -sobre todo impulsado por algunos obispos de América Latina- fue reimplantado. Lo que suscitó que una creciente cantidad de laicos casados comprometidos en las parroquias optaran por ese ministerio. “No cabe duda que es una obra del Espíritu Santo como respuesta a una necesidad de la Iglesia, sino no se explica que tantas personas lo abracen”, dice el diácono Mario Gómez, casado, seis hijos, de la diócesis de Morón, y responsable del diaconado permanente en la comisión de Ministerios de la Conferencia Episcopal Argentina. Y completa: “Porque le implica a una persona que tiene familia una enorme entrega”.
¿Y cómo se inicia el camino hacia el diaconado permanente? El jefe de prensa del obispado de San Isidro, que cuenta con una escuela diaconal con 22 aspirantes, padre Máximo Jurcinovic, dice que la vocación del laico se despierta en la parroquia, al manifestarse “una fuerte inclinación al servicio, a la caridad”. Añade que es, precisamente, el párroco el que detecta esa potencialidad para el ministerio diaconal y lo presenta. Luego, se requieren cinco años de preparación con etapas de reflexión, formación teológica, bíblica y sacramental y capacitación para la animación y asistencia a la comunidad, especialmente a los más necesitados. “La idea no es que sean, por decirlo de alguna manera, sacristanes de lujo”, aclara.
Con una tesis doctoral sobre el diaconado permanente en el país, la socióloga y presidente de la Academia Nacional de Educación, Beatriz Balian de Tagtachian subraya que este ministerio “es una respuesta a una necesidad”. Apunta que los obispos de EE.UU., al pedir su restauración, esgrimían, entre las razones, que “se requiere ímpetu y adaptaciones creativas del ministerio diaconal a las rá- pidas necesidades cambiantes de nuestra sociedad”. Y considera que, si bien pueden llamar más la atención la facultad de los diáconos permanentes para realizar ciertos oficios, su labor caritativa es lo que “le otorga mayor riqueza” a la Iglesia porque “va al encuentro de los pobres, débiles y sufrientes”.
Sin embargo, en algunos sectores de la Iglesia todavía hay cierta cautela ante el fenómeno de los diáconos permanentes. De hecho, 10 de las 65 diócesis de la Argentina no tienen este ministerio. “Lo que me parece es que, como la Iglesia ha tenido en los últimos diez siglos clérigos célibes, algunos prefieren tomarse un tiempo para ver cómo se desarrolla esta nueva modalidad”, opina Gómez. Y señala que “al ser algo nuevo, pues, cuesta imponerlo”. Pero considera que “la mejor manera de que el diaconado permanente obtenga su lugar es que “quienes lo ejercemos cumplamos nuestro papel como servidores, sobre todo de la caridad; que pongamos en práctica la obra del Espíritu, y allí nuestros hermanos se van a dar cuenta de que este ministerio vino para quedarse”.
Ahora bien: ¿Puede ser el diaconado permanente un paso hacia el celibato sacerdotal optativo? “Eso solamente lo sabe Dios”, dice Gómez. Se ñala que el celibato no es una cuestión de doctrina, sino de disciplina eclesiástica, que la Iglesia instauró en un momento de su historia y que un pontífice podría modificar. Pero subrayó que la cuestión “está en manos de Dios y del Espíritu Santo que hará lo que tenga que hacer si tienen que haber presbíteros casados”. A su vez, Balian de Tagtachian considera que al diaconado “no hay que desenfocarlo de su centro, que es el servicio. Decía el arzobispo Carmelo Giaquinta: ‘es el ministro natural y necesario de la caridad eclesial ejercida en forma orgánica’. Asegura la presencia de la Iglesia entre los que más la necesitan”.
Una aclaración: el casamiento tiene que ser anterior al acceso al diaconado permanente. Y si el ministro enviuda, no puede volver a casarse. También un soltero puede ser diácono permanente, pero deberá ser célibe. El criterio es el mismo que se aplica en las comunidades católicas de rito oriental, donde hay no solo diáconos casados -aquí se mantuvo la tradición-, sino sacerdotes casados (no así los obispos). Pero el matrimonio también tiene que ser anterior al otorgamiento del orden sagrado. Finalmente, cabe platearse otro aspecto: ¿Podrá haber en un futuro mujeres diaconisas? La cuestión –que se suma a estudios anteriores- está siendo analizada por una comisión de expertos por disposición del Papa Francisco y se espera un dictamen.
Lo cierto es que el diaconado permanente -mañana es el Día del Diá- cono por ser la festividad de San Lorenzo, el primero mártir- viene abriéndose paso en la Iglesia y, más allá de su respuesta a la falta de sacerdotes, tiene su carisma. Gómez concluye: “No viene a sustituir a nadie. Es más, si no existiese, es como si a la Iglesia le faltara algo”.
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