Es lo que falta para canonizar al sacerdote fusilado en 1928 que se convirtió en símbolo de la revuelta católica en México. Un caso en estudio
Por Alver Metalli
El arzobispo de Ciudad de México, el cardenal Norberto Rivera Carrera, desde la cátedra de la basílica de Guadalupe ha pedido públicamente a los fieles de su megadiócesis que confíen sus dolores y problemas a la intercesión del beato Miguel Agustín Pro y que comuniquen a sus pastores si obtienen alguna curación. Falta el milagro “fuerte”, indiscutible, humanamente inexplicable, para que el heroico sacerdote, emblema de la guerra de los cristeros en el México de comienzos del siglo XX, pueda ser canonizado. El padre Pro fue fusilado el 23 de noviembre de 1927 por orden del presidente Plutarco Elías Calles, famoso por su aversión contra la Iglesia y contra los católicos que eran fieles a ella. La acusación que llevó al joven jesuita contra el paredón tenía que ver con el atentado contra el ex presidente y candidato presidencial Álvaro Obregón. Acusación inconsistente, pero que fue suficiente para montar un juicio relámpago sin garantías de ningún tipo, que terminó con la condena a muerte. Un claro mensaje a la Iglesia y al clero mexicano que nutría simpatías por la cristiada, el levantamiento popular católico que durante tres años, desde 1926 hasta 1929, puso en jaque el poder del Partido Revolucionario Institucional.
La fama de santidad del padre Pro empezó a difundirse como una mancha de aceite, apenas se cumplió la ejecución. La última voluntad del joven sacerdote fue que lo dejaran rezar. Perdonó al que lo había condenado y a los hombres del pelotón de ejecución, y murió con los brazos abiertos al grito de “Viva Cristo Rey”. Ocho años después de su muerte, en 1935, comenzó la recopilación del material y la recolección de testimonios con vistas a un futuro proceso canónico, que se abrió formalmente en 1952, introduciendo un nuevo elemento de tensión en la difícil relación de la Iglesia mexicana con el gobierno del entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines.
“Para los jesuitas latinoamericanos, como el Papa, hay dos casos muy especiales”, afima el vicepostulador de la causa, el sacerdote Amado Fernández. “El del jesuita chileno Alberto Hurtado, que trabajó en el ambiente obrero desde los años 20 hasta los 50 del siglo pasado, y el del padre Pro. El primero fue proclamado santo, el segundo todavía tiene el rango de beato”.
En julio de 1986 la Congregación vaticana para la causa de los santos dio el visto bueno para la beatificación del heroico sacerdote mexicano. La ceremonia estaba programada para el mes de noviembre de 1987, pero el gobierno de Miguel de la Madrid pidió al Vaticano que postergara la fecha aduciendo la circunstancia del momento electoral. La beatificación se llevó a cabo el 25 de septiembre de 1988, presidida por Juan Pablo II, pero no fue emitida por televisión por disposición del gobierno.
A partir de ese momento comenzó el estudio de los presuntos milagros obtenidos por intercesión del beato Pro. Tres casos en particular quedaron bajo la lupa de los peritos locales. El de un enfermo de cáncer al pulmón, un drogado homosexual que padecía SIDA y una persona dada por muerta después de recibir un golpe de botella en la cabeza. Las tres curaciones se habrían producido inexplicablemente después de invocar al padre Pro. “Los tres expedientes todavía están siendo estudiados por los médicos de la Compañía de Jesús”, advierte el vicepostulador, quien al hablar de los tres casos explica que están siendo sometidos a un filtro interno para evitar esperanzas infundadas, “aunque el postulador de la causa en Roma, el padre Antonius Witwer, se mantiene en contacto con la Congregación para la causa de los santos”.
En fin, el milagro, el milagro indiscutible, tarda en llegar. Por eso el cardenal de Ciudad de México ha pedido a los fieles de todo el país que comuniquen cualquier gracia recibida. Aunque para ser sinceros, ya hay un posible milagro. Un joven gravemente herido en un accidente automovilístico que recuperó la salud después de invocar al beato Pro. El semanario de la arquidiócesis de Ciudad de México, Desde la fe, en su último número relata el caso en cuestión. “Parece tener todas las características de un milagro”, declaró el Cardenal Rivera, y ha puesto la documentación en manos de los expertos. El presunto destinatario del milagro es un joven de 29 años, Miguel Agustín Cravioto Savano, originario de Ciudad de México pero residente en Guadalajara, en el Estado de Jalisco, epicentro de la rebelión de los cristeros. “Toda mi vida he estado bajo la protección del padre Pro, y si hoy estoy vivo es gracias a él”, afirma el interesado al diario de la arquidiócesis, y a continuación relata el accidente del que fue víctima el 4 de agosto de 2013 en la ruta que lleva de Guadalajara a la capital. El día era lluvioso y en una curva mal tomada chocó contra el guarda rail y perdió el control del vehículo. “Bajé para poner las señales y un auto me atropelló; rompí el parabrisa y quedé dentro del auto, éste se dio vuelta y volvió a arrojarme afuera”. Las consecuencias del accidente fueron fatales. “Cuando llegué al hospital los médicos dijeron que estaba más muerto que vivo y advirtieron a mi familia que si sobrevivía debería permanecer en el hospital entre dos y tres meses”. Quince días más tarde Miguel Agustín Cravioto Savano fue dado de alta y poco tiempo después participó en la maratón de 42 kilómetros en Ciudad de México. Una recuperación que él atribuye a la cadena de oración que su familia y los amigos empezaron a hacer al padre Pro desde el primer momento. Hay que ver si su caso se sostiene ante el escrupuloso examen de una comisión médica.
Pero los admiradores del padre Pro confían mucho en las afinidades del “mártir” mexicano con el Papa Francisco. A Pro se le reconocen los años que transcurrió en Bélgica, el trabajo con los obreros orientado por la encíclica Rerum Novarum, su compromiso con los pobres y marginados, su vida sobria y la admiración por san Francisco, en cuyo ascetismo decía que se inspiraba.
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