Comprometernos a ser “todos hermanos” como camino para vencer las grandes dificultades de la humanidad
Nos encontramos en la calle recientemente con un conocido que nos saludó con una afirmación que nos sorprendió y nos hizo reflexionar: “¡Mucho valor y unidos en el Credo del «Cristo guerrero»!”. Todos conocen el hermoso mosaico de Rávena llamado “Cristo guerrero”. La caracterización militar romana de la figura recuerda un papel preciso llamado “aquilifer”, el oficial encargado de llevar y defender en batalla el estandarte del águila de la legión: como él era la referencia que nunca se debía perder de vista en el campo de batalla, así Cristo es la referencia para todo cristiano. Lleva los preciosos símbolos de la cruz y del Evangelio para la salvación del hombre. Igualmente conocida es la meditación “de las dos banderas” en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, en el cuarto día, donde Cristo es presentado como Sumo Capitán y Señor, que nos llama y quiere a todos bajo su bandera, en contraposición a Lucifer, mortal enemigo del hombre, que reúne bajo el suyo.
Pensamos que el saludo de nuestro conocido poco tenía que ver con el valor altamente simbólico del mosaico de Rávena, ni con la elección de campo ignaciana entre el bien y el mal. Más bien el sentido de su profesión de fe tenía un sabor nostálgico tridentino, cuando el Credo servía para definir fronteras y levantar bastiones y era una respuesta fatigosa a una reforma radical de la Iglesia dictada por la controversia con los protestantes, y el conflicto con los musulmanes.
En este contexto fue acogido y definido el Símbolo de la fe (sesión III, 4 de febrero de 1546): “este santo y general Concilio ecuménico tridentino… bien entendiendo con el Apóstol que no debe luchar en contra de la carne y de la sangre, sino en contra de los seres espirituales del mal que habitan en las regiones celestes … exhorta a todos para que sean fuertes en el Señor, en la potencia de su fuerza; empuñando en todo momento el escudo de la fe, con la cual puedan extinguir todas las flechas ardientes del malvado enemigo, tomen el yelmo de la esperanza de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dio. … [El Concilio] ha creído bien, por tanto, que se profese el Símbolo de la fe en uso en la Iglesia Romana”. Los padres conciliares se referían al combate espiritual, en cambio el texto ha sido interpretado según una mentalidad mundana de potencia, de defensa y de ataque al enemigo humano. Esta actitud ha llevado a perder lentamente la verdadera identidad cristiana, contenida en el anuncio de Cristo Buen Pastor, y de la salvación en el amor y en la paz.
Este no era el sentido de los dogmas formulados en el Credo. Nacieron para que se comprendiera a fondo el plan de salvación en el que Cristo lleva a cumplimiento todo el esfuerzo de Dios para darnos la felicidad en el Paraíso (Cfr. Jean Daniélou, El misterio de la historia. Ensayo teológico).
El acto de fe contiene el momento teológico, es decir, no la simple repetición de memoria de lo que se ha escuchado, sino la apropiación de él, su comprensión y su significado para la propia vida. El acto de fe es un todo con el anuncio que pertenece a la Iglesia.
Esta apropiación de la fe y del anuncio cristiano pertenece al pueblo. No puede reservarse al clero y a los expertos. Que la predicación sea verdadera siempre ha sido demostrado por los sencillos y los pobres del pueblo de Dios (anawim), que desde el principio han sido los que han comprendido el núcleo de la novedad de Cristo (cf. Joseph Ratzinger, Dogma e predicazione).
Haber mortificado el momento teológico en el pueblo por falta de confianza y haber reducido la adhesión a la escucha y a la repetición de la memoria y a la obediencia exterior al clero, ha hecho apagar la fe viva. Y así se han producido: matrimonios nulos porque no hay fe; sacerdotes sin vocación; acontecimientos religiosos que sustituyen a la fe; motivaciones mundanas en lugar de la fe y del amor; falta desvergonzada de acogida del prójimo en la caridad; discriminación, racismo y antisemitismo; la proyección de un “Cristo guerrero” y justiciero que justifique el rechazo, la violencia y el desecho de los débiles y de los pobres. Son demasiados todavía los que pretenden ser católicos sin ser cristianos. “Católicos” que llegan a quemar la foto del Papa Francisco porque invita a seguir las enseñanzas de Jesús a ser “todos hermanos” como camino para superar las grandes dificultades que está hoy viviendo la humanidad.
Esta crisis de identidad es porque el anuncio se ha desmoronado. Pero confiamos en que pueda resonar de nuevo, gracias también al hecho de que las murallas del clericalismo que lo mantenían encarcelado se están rompiendo. No es el momento de tener miedo. Luces de esperanza se encienden. La “estación misionera” de la parroquia de San Pablo Apóstol en la diócesis de Cefalú (Sicilia, Italia), puede ser un pequeño ejemplo. Desde el primero de septiembre se confía a un grupo de laicos la dirección pastoral de esa parroquia. Invocando la protección de María santísima de Gibilmanna, patrona de la diócesis de Cefalù, rezamos para que este cambio de rumbo se convierta en el primero de muchas otras iniciativas. Lo decimos desde hace tiempo y estamos cada vez más convencidos de ello: desde las pequeñas comunidades reales se reanudará el anuncio de la salvación, el kerygma cristiano auténtico.
* Don Paolo Scarafoni y Filomena Rizzo enseñan juntos teología en Italia y en África, en Addis Abeba. Son autores de libros y artículos de teología.
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